La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 43

—Mmmm —murmuró Madame Iuxta, acariciando la enorme bola de cristal con su mano izquierda llena de anillos mientras tomaba otra carta del mazo con la derecha y la daba vuelta frente a Stefan.

La primera carta había mostrado la figura de una reina, lo cual era suficientemente claro en sí mismo, pero la segunda mostraba una serie de manos en distintas posiciones, cuyo significado solo se aclararía durante el trance.

—No necesitas crear suspenso conmigo, Riga, no soy uno de tus obnubilados clientes a quienes tienes que mostrar un halo de misterio para tener credibilidad —protestó Stefan, sentado de otro lado de la pequeña mesa redonda cubierta con un paño de terciopelo rojo.

—Es Madame Iuxta, para ti y para cualquier otro cliente —le reprochó la mujer con una mueca de disgusto.

—No quiero discutir contigo, solo dime lo que ves —le retrucó él.

—No me agradas, Stefan. Mago Mayor de Agrimar o no, no me agradas —le gruñó ella.

—¿Es ese un impedimento para que veas lo que te he pedido?

—Madame Iuxta no tiene impedimentos, pero sí escrúpulos.

—Ya veo —suspiró Stefan. Metió la mano en su bolsillo, sacó un objeto y lo puso sobre la mesa: —¿Puede esta gema vencer esos escrúpulos?

Riga tomó el hermoso zafiro entre sus dedos y sonrió:

—Creo que ahora veo las cosas mucho más claras.

Stefan hizo una mueca de desdén. ¡Malditos Adivinadores! ¡Todos eran unos estafadores! Pero si sus enemigos podían ver el futuro, él también necesitaba un atisbo del suyo para poder contrarrestar sus planes de forma efectiva. Riga, alias Madame Iuxta, era una de las mejores en todo Ingra y una de las más confiables, lo cual no era mucho decir de una Adivinadora, pero era al menos algo.

Riga cerró los ojos y respiró hondo, su rostro palideció y se volvió sereno como la muerte. Cuando sus párpados cargados de delineador negro se abrieron de nuevo, su mirada estaba velada y lejana. Su voz resultó irreconocible en el trance mientras recitaba:

—Veo tu muerte en muchas formas. A veces viene de la mano de un muchacho, a veces de la mano de una joven, a veces de la mano de alguien más… Manos amigas y manos enemigas, en ninguna se puede confiar. Debes detener la ira del castigo a tu sirviente, pues su traición te traerá un fruto inesperado. Si tu enemigo cae en tus manos, debes extremar las precauciones pues su poder es mayor del que imaginas y subestimarlo será un error fatal.

—¿Cómo evito mi muerte? —inquirió Stefan.

—Es hora de una alianza, una alianza impensable, una alianza con tus enemigos. La amenaza es muy grande para que puedas enfrentarla solo.

—¿Y Sabrina? ¿Cómo la consigo a ella?

—El secreto está en el torturado. Control sobre el torturado es control sobre ella.

Stefan desenrolló la pintura de Lug sobre la mesa:

—Háblame de él. ¿Quién es? ¿De dónde viene? —pidió.

—Su origen es oscuro, invisible, él está más allá del plan. El profeta prometido.

—¿Más allá del plan? ¿Qué plan?

—La Restauración del Orden Antiguo.

—¿Qué es el Orden Antiguo?

—El origen.

Stefan suspiró. Los mensajes se volvían cada vez más esotéricos y poco prácticos. Todos los Adivinadores terminaban siempre derivando en una sarta de vaguedades incomprensibles. Madame Iuxta no era la excepción. Lo poco que había comprendido no le gustaba para nada: ¿Perdonar una traición? ¿Aliarse con sus enemigos? ¿Tan grave era la situación como para llegar a eso?

Riga pestañeó rápidamente varias veces y volvió del trance:

—¿Quién es él? —rozó la pintura de Lug con las yemas de los dedos.

—Nadie —mintió Stefan, enrollando rápidamente el pergamino y guardándolo.

—¿Hubo algo útil?

—Puede ser.

—No hay reembolsos —dijo ella, jugueteando con el zafiro.

—Lo sé, quédatelo —dijo él, poniéndose de pie.

Ella entrecerró los ojos, estudiándolo por un momento con sus enormes ojos negros.

—¿Qué? —inquirió él al verse escrutado de esa manera.

—Tu aura cambió.

—¿Es eso bueno o malo?

—El cambio es el cambio, su interpretación es inestable —respondió ella.

Él resopló con frustración, debería haber sabido que era imposible conseguir una respuesta concreta de una Adivinadora.

—Gracias por tus servicios —hizo una inclinación de cabeza él.

Ella inclinó su cabeza a su vez, sin contestar.

—Te acompaño —se puso de pie ella.

—Está bien, conozco la salida.

Riga observó al mago salir de su casa en Vikomer. Cuando estuvo segura de que estaba fuera de su influencia, la Adivinadora se miró las yemas de los dedos con las que había tocado la pintura. Todavía podía sentir el hormigueo de la energía que aquella imagen había dejado en su piel. ¿Era posible que…?  Bueno, nada perdía con intentarlo. Apoyó las yemas de sus dedos en la bola de cristal y cerró los ojos. Las imágenes que cruzaron por su mente y la información que le brindaron fue de tal magnitud que Stefan no hubiese podido pagarla ni con todas las piedras preciosas de su vasta colección.




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