La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 46

—Adelante, hazlo —le dijo Cormac a Lug.

Lug suspiró con resignación y se bajó la capucha lentamente. El abad se quedó petrificado con la boca abierta, incapaz de decir palabra. Cruzó una mirada interrogativa con Cormac.

—Sí, es él —le confirmó Cormac.

El abad extendió la mano hacia atrás hasta que encontró el borde del escritorio y se apoyó en él. Las piernas le temblaban. Tardó un largo rato en recomponerse lo suficiente como para poder hablar:

—Podrías haberme advertido —dijo finalmente.

—Traté de hacerlo —le dijo Cormac—. Las cosas no se dieron como las había planeado.

—Últimamente, nada se da como lo has planeado —murmuró Lug para sí.

El abad se volvió hacia Lug:

—Discúlpeme, sé que debería… debería… —intentó arrodillarse.

—No, no haga eso —lo tomó Lug de un brazo—. Odio que hagan eso.

—Cuando se ha esperado algo por tanto tiempo y finalmente llega es… —intentó explicar el abad— es un poco abrumador.

—Tal vez debería sentarse un momento —lo acompañó Lug del brazo hasta la silla.

El abad aceptó de buen grado y se sentó. Respiró hondo varias veces y pareció calmarse. Cormac trajo otras dos sillas de una habitación adyacente y las colocó del otro lado del escritorio. Ofreció una a Lug y se sentó en la otra.

—Debiste advertirme —repitió el abad, meneando la cabeza con preocupación—. Estuve a punto de revelar al Faidh ante Garret. Eso hubiese sido desastroso.

—Por un momento, creí que querías hacerlo —le respondió Cormac.

—¿Estás loco, Cormac? Si Garret sale corriendo al continente a informar a su amo, estamos perdidos.

Lug se sorprendió de que el abad llamara a Cormac por su verdadero nombre.

—¿Garret es un espía? —preguntó Lug.

—Sí —confirmó el abad.

—¿Por qué simplemente no lo expulsa de aquí?

—¿Y arriesgarme a que mis adversarios envíen a alguien más competente? ¿Alguien a quien no pueda descubrir? No, considero que es mejor hacerlo jugar con mis reglas, por eso lo tengo cerca y le hago creer que sabe todo de mí y de lo que pasa en este monasterio. Mi intención era desenmascararlo a usted como el mago infiltrado que era y echarlo de aquí delante de él. Incluso llegué a pensar que era el jefe de Garret y por lo tanto quería observar su reacción.

—¿Para quién trabaja?

—Para uno de mis enemigos, obviamente, pero no he deducido todavía para cuál.

—¿Qué vas a decirle ahora? —inquirió Cormac.

—Que todo fue un error, que esto no tiene nada que ver con el Anuncio, que fuiste engañado, que Lug es… no sé, tendré que inventar algo que justifique su penetración mental hacia mí.

—Garret no es tonto, se dará cuenta de que algo raro está pasando. Aunque no sepa bien qué es, informará de sus sospechas —opinó Cormac.

—Entonces tendré que usar otros métodos menos inofensivos para convencerlo —contestó el abad.

—Yanis, abjuraste tu magia, ¿vas a romper tu promesa e ir en contra de tus principios por alguien como Garret? —lo cuestionó Cormac.

El abad no contestó.

—¿Usted es uno de los magos? —inquirió Lug.

—Era —aclaró Yanis—. Me salí del juego de poder de Ingra hace muchos años, cuando vi lo que los magos estaban haciendo. Me recluí aquí y abandoné mis prácticas para que me dejaran en paz. Creí que lo había logrado, que les había hecho entender que no me interesaba estar ni con ni contra ellos, pero decidieron no arriesgarse y me pusieron a Garret a vigilarme. No ha tenido mucho para informar en los últimos años.

—Hasta ahora —opinó Cormac.

—¿Qué hay de mí? —preguntó Lug—. ¿Por qué hizo un culto de mi persona?

—Eso fue antes de Garret, antes de darme cuenta de que debí mantener este asunto en secreto. Cometí un error. Después… después debí seguir con la parodia, con la esperanza oculta de que las invocaciones tuvieran la fuerza suficiente como para traer al Faidh a Ingra.

—Cormac dice que mi imagen le llegó en sueños —lo animó Lug a seguir.

—Sí, en una de las cámaras de privación.

—¿Alguna idea de quién fue el que le envió esa imagen y le dijo que yo era un profeta?

—¿Usted no lo sabe? ¿No sabe quién lo envió? —arrugó el entrecejo el abad con desconcierto.

—Nadie me envió —meneó la cabeza Lug—, solo vine a pedido de Cormac.

—El Heraldo solo anunció su llegada, pero el que lo envía es el Protector —dijo Yanis.

—¿Quién es ese Protector? —inquirió Lug.

El abad desvió la mirada hacia Cormac:

—¿No lo sabe? ¿No sabe quién es el Protector? ¿Cómo es posible? —le preguntó un tanto alarmado.

—No tuve tiempo de explicárselo —se excusó Cormac.

—¿Explicarme qué? —intervino Lug, más alarmado que el abad.




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