Lug se estremeció al escuchar el cerrojo deslizándose, trabando la puerta desde el exterior y dejándolo a oscuras. Apretó la gruesa vela que tenía en la mano con cierta ansiedad, tratando de alejar de su mente los recuerdos traumáticos que el ser encerrado en una celda de un monasterio le traía. Respiró hondo varias veces hasta que logró calmarse, se arrodilló en el suelo, apoyó la vela en el piso y la encendió con un cerillo. Se sentó con las piernas cruzadas al frente y comenzó a observar el hipnótico vaivén de la llama, mientras acompasaba su respiración. Cuando estuvo totalmente relajado, tomó la daga que Yanis le había facilitado y se cortó levemente la yema del dedo índice de la mano izquierda, justo por encima de la roja cicatriz que había adquirido en el Ojo Verde y que nunca había sanado del todo.
—Con mi sangre te invoco. Acude a mi llamado —recitó Lug, derramando una pequeña gota de sangre sobre la llama de la vela que se apagó con un siseo ominoso.
La negrura de la celda se vio invadida de pronto por un resplandor azulado que lo envolvió. Una forma etérea y fluctuante con contornos vagamente humanoides apareció frente a él.
—Hola, Lug —dijo una voz profunda, emanando de la forma frente a él.
—¿Qué es lo que has hecho, Lorcaster? —le reprochó Lug—. Prometiste no intervenir en los mundos.
—Me sorprende tu acusación, Lug —le respondió el otro—, no solo porque he mantenido mi existencia oculta en este y en todos los mundos de lo que formo parte, sino porque el que ha intervenido de forma calculada y profunda eres tú.
—¿Cómo puedes mentirme de esta forma tan descarada? ¡Esta gente ha creado una religión en tu nombre! ¡No me digas que tu mano no estuvo en eso! —le gritó Lug con furia.
—Ni mi mano, ni mi voz, ni mi presencia en cualquiera de sus formas —respondió Lorcaster con calma—. ¿Acaso estos monjes han hablado de comunicación conmigo?
—No, al parecer están un tanto frustrados porque nunca respondes a sus plegarias —admitió Lug—, al menos hasta ahora, pues mi llegada parece ser la respuesta que tanto estaban esperando. ¿Cómo pudiste involucrarme en algo así? ¿Cómo pudiste nombrarme tu profeta?
—Si conocen mi nombre, no fue por mi boca. Si esperaban tu llegada, no fue porque yo la impusiera o predijera. Pregúntate quién gana con este artificio.
—El que gana algo eres tú —porfió Lug—, aunque sinceramente no sé lo que es.
—¿Qué necesito yo ganar si ya lo tengo todo? —planteó Lorcaster—. Si se ha manipulado a otros en mi nombre, no soy yo el que gano, sino el manipulador.
—¿Que no eres tú, de casualidad?
—Que no soy yo ni de casualidad ni a propósito —replicó la entidad.
—Muy bien, solo para seguirte la corriente: ¿quién es el manipulador?
—¿No es eso lo que viniste a averiguar a Ingra? ¿Pretendes que haga tu trabajo por ti?
—No, no vine a Ingra para eso.
—¿Entonces?
Lug abrió la boca para contestar, pero Lorcaster lo cortó:
—No, no me digas que estás aquí por Sabrina. Esa es solo una verdad a medias.
Lug frunció el ceño, desconcertado.
—Oh, ya veo —continuó Lorcaster—, no tienes idea de lo que te estoy hablando.
—Ilumíname —pidió Lug.
—Quien te trajo aquí te convirtió en algo que no eres.
—¿Qué quieres decir?
—¿No te das cuenta de que desde que llegaste has ido contra todos los principios que siempre has sostenido? Te separaste de tu esposa en esta misión, sabiendo que eso nunca termina bien para ti. Interviniste con violencia en un mundo, cuando tus reglas siempre han sido “observar sin tocar”. Condonaste sin miramientos la muerte de habitantes legítimos de ese mundo. Permitiste que tu amigo fuera entregado a la tortura con tu pleno conocimiento. Convertiste a otro de tus protegidos en asesino, corrompiendo su alma para siempre. Y después de todo eso, ¿lo que te perturba es que un grupo de monjes sepa mi nombre y trate de contactarme sin éxito?
Lug no contestó.
—Has estado mirando fuera de ti, cuando lo que debiste hacer desde el principio fue examinarte a ti mismo, Lug. En otro tiempo, lo que estás haciendo te hubiese parecido una atrocidad inconcebible. ¿Por qué ahora no?
—¿Quién eres tú para juzgarme? —le espetó Lug, de mal humor.
—No soy tu juez, pero soy el que te convirtió en la Llave de los Mundos. Ten cuidado de no pervertir ese poder, porque entonces, atraerás tu destrucción, tal como tu padre.
—No me compares con mi padre —le advirtió Lug con un dedo en alto a la incorpórea entidad.
—Entonces abre los ojos y presta atención a lo que estás haciendo, a lo que está pasando a tu alrededor por causa de tus acciones.
—Dime cómo arreglarlo. Dime como volver a encauzar el plan —le exigió Lug.
—En eso, como en todo lo demás, no intervendré.
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Editado: 19.02.2021