Los bordes del trozo de roca eran aserrados e irregulares, pero la parte del centro había sido cuidadosamente pulida en una semiesfera perfecta, formando un siniestro ojo de pupila vertical. La radiación que despedía era muy potente. Lug podía percibirla incluso con el campo de protección a su alrededor.
—¿Qué es esto, Cormac?
—El Óculo —respondió Cormac—. Según Polansky, está hecho de algo llamado uranio, entre otras cosas.
Eso explicaba la radiación y su peligrosidad, pensó Lug, pero:
—¿Polansky? —inquirió—. ¿Cuándo estuvo Polansky en contacto con esto?
—Larga historia —suspiró Cormac—. Lo que debes saber es que, a pesar de su peligrosidad, es un objeto poderoso. Esto es lo que me permitió traspasar la barrera que separa los mundos y comunicarme con Dana en el Círculo para pedirles que vinieran en esta fecha exacta. Para mí, la comunicación ocurrió muchos años atrás, pero para ti fue solo hace unos meses en el Círculo.
Lug entrecerró los ojos y acercó una mano al extraño ojo. La luminosidad verde subió por su brazo, trepando por su cuello hacia su cabeza. De inmediato, Lug entró en una especie de trance hipnótico y comenzó a percibir voces en su mente. Eran voces superpuestas, ininteligibles. Lug acercó más su mano y las voces parecieron aclararse por un momento, pero de pronto, sintió que alguien lo tomaba fuertemente de la muñeca.
—No lo toques, no es seguro aun con la protección —le advirtió Cormac, apretando la muñeca de Lug que se esforzaba por llegar hasta el Óculo.
Las palabras de Cormac lo sacaron del trance.
—¿Es una especie de comunicador? —inquirió Lug, sacudiendo la cabeza para aclarar su mente y terminar de apagar las voces.
—Sí —contestó Cormac—. Mi teoría es que puede comunicarse con otros Óculos en otros lugares.
—¿Me estás diciendo que hay uno de estos en el Círculo?
—Sí.
—¿Por qué nunca me hablaste de esto?
Cormac suspiró y volvió a cerrar el cofre con su tapa de plomo:
—Sucedió cuando estabas en una de tus incursiones en otros mundos —comenzó—. Un barco destrozado llegó a Merkovia desde Hariak, capitaneado por un hombre llamado Bredavant. Marga llegó a Merkovia al mismo tiempo que el barco. Había tenido una visión y venía a advertirme sobre un peligroso cofre que traían a bordo, cuyo contenido había enfermado a la tripulación. El cofre albergaba una copia exacta de este ojo. Pedí ayuda a las Marismas. Vinieron Sanadores para tratar a los marineros enfermos y también vino Polansky, junto con Govannon. Ahí fue donde Polansky lo catalogó como uranio y nos aconsejó que lo enterráramos en una gruesa caja de plomo. Ese fue el fin del asunto: la radiación fue limpiada y el objeto contaminante contenido.
—Te conozco, Cormac —entrecerró los ojos Lug—, y no creo que ese haya sido el fin del asunto para tu inquisitivo temperamento.
Cormac volvió a suspirar:
—No, no lo fue —confesó—. Tenía muchas preguntas, así que hablé extensamente con Govannon y con Bredavant sobre el tema.
—¿Qué averiguaste?
—Govannon ha vivido gran parte de su vida enterrado en distintas montañas y conoce bien los minerales del Círculo, sin embargo, me dijo que nunca había visto nada como aquello, me aseguró que ese objeto era ajeno a nuestro mundo. Esa afirmación me llevó a hablar seriamente con Bredavant. Me costó mucho sonsacarle la historia de cómo había llegado el Óculo a sus manos.
—¿Qué te dijo?
—Me contó que en medio del mar y sin tierra a la vista, con la tripulación al borde de la inanición, sin agua ni comida, una sombra tapó el sol y los envolvió una gran oscuridad. Pensaron que era una maldición.
—Probablemente solo era un eclipse —comentó Lug.
—Tal vez —admitió Cormac—, pero lo que siguió no fue para nada natural. En segundos, se desató una brutal tormenta con vientos huracanados, lluvia torrencial y rayos que amenazaban con partir el navío en dos. La tripulación débil y desahuciada no fue capaz de recoger las velas a tiempo y el viento las convirtió en girones. Bredavant pensó que era el final para todos, no veía escapatoria. Algunos marinos desesperados se arrojaron al mar, pensando que tal vez escaparían al inminente hundimiento del barco. Los demás se refugiaron bajo cubierta, esperando la muerte. No había nada más que hacer, no había forma de sacar el barco de allí ni de protegerlo. Cuando parecía que ya estaba todo perdido, la tormenta cesó tan repentinamente como había llegado. Con cautela, subieron a cubierta y descubrieron que estaban encallados en una playa de arenas blancas. Al principio, pensaron que la tormenta los había desviado hacia alguna isla, pero no era posible, no había habido tierra en cientos de kilómetros a la redonda antes de la tormenta. Además, la isla les resultó extraña, demasiado perfecta. Naturalmente, desembarcaron y se internaron tierra adentro en busca de sustento y agua dulce. Encontraron ambos en abundancia. Parecía como si el destino les hubiera sonreído al fin en su larga travesía. Por la noche, algunos dormían en el barco encallado, pero otros preferían dormir en las playas, alrededor de fogatas que alumbraban la noche y mantenían lejos a posibles animales peligrosos. El tercer día, un grupo de nueve marinos se internó en la selva para explorar la isla de forma más profunda, ya que comenzaban a pensar que aquel paradisíaco lugar sería su hogar por el resto de sus días. Así fue como encontraron el cofre, semi enterrado en unas ruinas de lo que parecía haber sido un gran palacio en su tiempo. Un enorme salón de paredes blancas y una cúpula de gran belleza todavía seguían en pie.
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Editado: 19.02.2021