La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 50

—¿Qué hay de este Óculo? ¿Cómo llegó aquí? ¿Lo trajo Yanis? —quiso saber Lug.

—No —negó Cormac con la cabeza—. Yanis ni siquiera construyó este monasterio, solo lo encontró fortuitamente en medio del monte. Estaba en mal estado y él lo reparó con la ayuda de sus monjes. Encontró el Óculo un tiempo después, cuando descubrió estas cámaras subterráneas. Nunca se ha atrevido siquiera a moverlo de lugar.

—Humm.

—¿Qué piensas?

—Que, si este instrumento es un comunicador, tal vez es el responsable de haber transmitido mi imagen a Yanis.

—¿Qué quieres hacer?

—Hablar con Yanis, por supuesto —dijo Lug, enfilando hacia la puerta de la cámara.

Los dos salieron al pasillo y Cormac cerró con llave la puerta. Encontraron a Yanis exactamente donde lo habían dejado. El abad suspiró aliviado al verlos sanos y salvos:

—¿Todo bien? —preguntó.

—Tenemos que hablar —dijo Lug.

—Volvamos a mi oficina —propuso Yanis—. Estaremos más cómodos.

Lug asintió su aprobación y los tres subieron por las escaleras que llevaban a la planta baja del monasterio.

—La capucha —le recordó Cormac a Lug.

—Cierto —dijo Lug, subiendo la capucha de su manto. No era conveniente ser reconocido por algún monje que se cruzara con ellos por las galerías.

Casi llegando a la oficina del abad, un monje llegó corriendo desde uno de los patios con urgencia.

—¿Qué pasa, hermano Hernando? —trató de tranquilizarlo el abad.

—El hermano Garret, su eminencia —dijo Hernando, jadeando.

—¿Qué pasó? ¿Qué hizo? —lo apremió el abad con ansiedad.

—No está por ningún lado y falta uno de los caballos —respondió el otro.

Yanis palideció:

—¡Te dije que lo vigilaras, Hernando! ¡Maldición! —le gritó al monje, tomándolo del cuello.

—Perdón, su eminencia, perdón —cayó de rodillas Hernando, tapándose el rostro con las manos.

Yanis respiró hondo varias veces hasta que se calmó. La culpa no era del pobre Hernando sino suya por no haber encerrado a Garret enseguida.

—Está bien, hermano, está bien —le apoyó una mano sobre la cabeza—. Solo ve al comedor con los demás, avísales que no presidiré la cena esta noche.

—Sí, eminencia —suspiró Hernando con alivio, poniéndose de pie. Esa tarea era mucho más fácil de realizar.

Cuando Yanis entró en su oficina junto con Cormac y Lug, se dejó caer pesadamente en su silla y se agarró la cabeza con preocupación:

—Armaré un grupo de búsqueda, pero no creo que logremos encontrarlo a tiempo —dijo.

—¿Cómo va a salir de la isla? Harris no pasará por aquí hasta dentro de quince días —dijo Lug.

—Garret tiene sus métodos, los cuales desconozco —respondió Yanis.

—¿Es un mago también? —inquirió Lug.

—No, pero tiene ayuda de uno. Es posible que ya haya salido de Everstone.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —quiso saber Cormac.

—Sacar al Faidh de aquí, por supuesto —contestó el abad.

—¿Qué tan peligrosos son estos magos enemigos tuyos? ¿Qué poderes tienen? —preguntó Lug.

—Son en extremo peligrosos, en especial Stefan, pues los poderes que no tiene, los suple con los de sus esbirros que lo sirven incondicionalmente. Pero lo peor es que no tiene escrúpulos de ningún tipo y no respeta ninguna regla. Tratar con él es como tratar con un escorpión traicionero.

Lug apretó los dientes, tratando de no pensar que había entregado a Liam a ese maldito.

—¿Crees que Garret está espiando para Stefan? —inquirió Cormac.

—No lo sé —meneó la cabeza Yanis—. No suele tener la paciencia para esperar años por un dato. Prefiere atrapar a su enemigo y sonsacarle la información de forma expeditiva con torturas horrendas. Si quisiera saber en qué ando, no me habría plantado a Garret, simplemente me habría llevado de visita forzada a su detestable Torre Negra.

—¿Quién es el más paciente? ¿Zoltan? ¿Nicodemus? —cuestionó Cormac.

—Zoltan, no. El hecho de que Marakar siempre esté al borde de una guerra de conquista y cuente con un fuerte ejército entrenado habla de su estilo inclinado siempre a la violencia física e inminente más que a la estrategia a largo plazo. Nicodemus, tal vez. Es más intelectual, pero no le interesa el tema del origen ni las profecías. Las considera como fantasías sin valor —se encogió de hombros Yanis.

—¿El tema del origen? —inquirió Lug.

Yanis suspiró:

—Mi teoría personal, la cual Cormac ha reforzado con los años, es que los humanos no somos los pobladores originales de Ingra. Hubo una civilización anterior, la cual desapareció y de la que no sabemos nada. Ruinas como las de Caer Dunair y este mismo monasterio son prueba de ello. Estos lugares han estado en pie por miles de años, mucho antes del comienzo de nuestra historia, pero su estudio se desalienta y casi que se prohíbe.




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