La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE IV: BAJO INFLUENCIA - CAPÍTULO 56

Liam se despertó sintiéndose mucho mejor. El cómo y el por qué había llegado a aquella fantástica cama no estaban muy claros para él, pero recordaba vagamente a una mujer de nombre Felisa que lo había acogido en su casa y lo había sanado. Se desperezó con placer, aliviado casi hasta las lágrimas de que el dolor de su cuerpo hubiera desaparecido. Incluso su brazo herido parecía haber sanado por completo. Se levantó de la cama con cuidado y se puso de pie. Todavía se sentía un poco débil, pero podía caminar sin sostenerse de nada y eso era un gran triunfo en su situación. Se vistió y miró en derredor, estudiando la habitación donde estaba. El lugar era amplio y cómodo, pero no lujoso. Unas débiles brasas daban todavía un poco de calor en un hogar pequeño a su derecha. Los muebles eran escasos: la cama, una pequeña mesa de noche, una silla y una cómoda con cajones sobre la cual descansaba una bolsa de cuero que Liam reconoció como la que Orsi había cargado en su viaje. Liam se acercó a la única ventana de la habitación, corrió las cortinas y miró hacia afuera. La casa parecía estar ubicada en un valle un tanto alejado de otras casas. A lo lejos, podía ver las montañas nevadas. ¿A cuántos kilómetros estaba de la Torre Negra? ¿Cuántos días habían pasado? Decidió que era hora de obtener esas y otras respuestas importantes.

Liam salió de la habitación con sigilo. Escuchó voces y se dirigió hacia ellas, pero se detuvo en el pasillo, antes de llegar a la cocina donde Felisa y Orsi charlaban amigablemente. Su instinto le dijo que obtendría información más confiable de aquellos dos si los escuchaba sin que se dieran cuenta. Después de todo, todavía no estaba claro cuáles eran sus verdaderas intenciones.

—Te traje esto —dijo Orsi, apoyando el puñal de Dana en la mesa.

—¡Lo conseguiste! —exclamó Felisa, complacida.

—Pareces más contenta con el puñal que con el hecho de que te traje al muchacho —frunció el ceño Orsi.

—El muchacho es solo parte de la transacción. El puñal, en cambio, es una gratificación personal —explicó ella.

—¿Cuál es el siguiente paso?

—Ni bien esté en buenas condiciones, lo entregaremos a Myr. Luego será su problema.

—¿Y a cambio tendremos la protección de su facción?

—Sí, Myr siempre cumple sus promesas —aseguró Felisa.

—¿Ya lo contactaste? ¿Sabes dónde está?

—No, quería asegurarme de que el muchacho sobreviviera primero, entregárselo muerto no nos habría beneficiado. La última vez que hablé con él, tenía planes de ir hasta Sansovino.

—Eso está muy lejos de aquí —suspiró Orsi con preocupación.

—Relájate —trató de animarlo Felisa—. Ya hicimos la parte más difícil. Lo que queda será pan comido.

—¿Qué hay de lo otro?

—¿Qué otro? —simuló no comprender Felisa.

—Lug.

Felisa apretó los labios sin contestar.

—Lo encontraste, ¿no es así? —insistió Orsi.

—Es mejor para ti que no sepas sobre él. Es peligroso.

—¿Peligroso? ¿Más peligroso que abducir al prisionero favorito de Stefan? ¿Estás jugando conmigo? Accedí a tu plan a cambio de tu completa honestidad, ¿recuerdas?

—Accediste a mi plan entre la pasión de las sábanas de mi cama, lo cual apunta a que piensas más con tu pene que con tu cabeza —le retrucó ella, molesta.

—¿Crees que soy idiota? ¿Crees que no sé que me usaste para tu beneficio?

—Para nuestro beneficio —lo corrigió ella.

—Si he de creer eso, exijo una muestra de buena voluntad: ¿dónde está Lug?

—¿Para qué quieres saberlo? ¿Crees que puedes tratar directamente con alguien como él?

—Creo que, si somos socios en esto, debemos jugar con las mismas cartas, ¿no te parece?

Felisa suspiró con resignación:

—De acuerdo —aceptó—. En este momento, Lug está en Nadur.

—¡Nadur! —exclamó Orsi, nervioso—. ¿Qué diablos está haciendo en Nadur?

—No lo sé, lo juro —se encogió de hombros Felisa—. ¿Por qué te perturba eso? —frunció el ceño—. ¿Qué hay en Nadur?

—Felisa —la tomó él de los hombros—, Nadur es el pueblo más cercano al camino que lleva a la Torre Negra.

—¿Crees que Lug lo sepa?

—¿Por qué otra razón estaría en ese pueblo apartado e insignificante?

Felisa se golpeó los labios con un dedo, pensando.

—¿Cómo afecta esto a tus propósitos? —quiso saber Orsi.

—Eso depende de lo que Lug esté planeando —respondió ella.

—¿Crees que Myr lo sepa?

—Ni idea.

—¿Qué vamos a hacer?

—Déjame pensar, ¡maldición! —se puso de pie Felisa, caminando de un lado a otro de la cocina con el rostro tenso.

—¿Qué fue eso? —preguntó de pronto Orsi.

Felisa también lo había escuchado:

—¡Liam!




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