La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE IV: BAJO INFLUENCIA - CAPÍTULO 57

Arrellanado en su cómoda silla, detrás de su lujoso escritorio, el Ovate estaba leyendo un libro antiguo de poesía cuando alguien golpeó respetuosamente la puerta de su oficina. De inmediato, cerró y ocultó el libro en un cajón de su escritorio. Escondió también el colgante de amatista que llevaba en el cuello debajo de su atuendo de seda verde, y se colocó el anillo con el sello que indicaba su poder y autoridad en Ingra.

—Adelante —indicó.

Uno de sus guardias abrió la puerta y asomó la cabeza:

—Señor —hizo una reverencia—, hay un monje aquí que insiste en verlo. Dice que trae noticias para su eminencia.

—¿Qué noticias? —inquirió el Ovate.

—Dice que solo las revelará a usted en persona, señor. Dice que viene de Everstone.

—Everstone —repitió el Ovate, asintiendo con la cabeza—. Sí, está bien, lo recibiré.

El guardia volvió a hacer una reverencia. Un monje sucio y cansado fue empujado por dos guardias adentro de la oficina. El Ovate notó que estaba más asustado que exhausto, e hizo una seña a los guardias para que los dejaran solos. El monje se echó al piso de inmediato, sin atreverse a levantar la cabeza.

—Está bien, Garret, levántate —le ordenó el Ovate—. Siéntate —le indicó una silla del otro lado del escritorio.

—Gracias, mi señor —obedeció el monje al instante.

El Ovate rodeó el escritorio y se dirigió a una pequeña mesa bajo uno de los grandes ventanales de la oficina, donde descansaba una jarra con agua y unos vasos. Llenó uno de los vasos y se lo alcanzó a Garret:

—Bebe —lo invitó—. Sé que has hecho un largo viaje.

—Gracias, mi señor —bebió Garret con avidez. No solo estaba sediento, sino también hambriento, pero no tuvo tanta suerte como para que el Ovate le ofreciera de comer.

—Háblame de esas importantes noticias que tienes para mí —lo invitó el Ovate de forma casual, regresando a su cómoda silla.

—Mi señor, ¡ha sucedido! ¡Finalmente ha sucedido! —exclamó Garret, exultante.

—Espero que tengas algo más específico que eso para decirme —replicó el otro. Odiaba los rodeos.

—Bernard de Migliana regresó a Lugfaidh —dijo Garret.

El Ovate se reacomodó en la silla, inclinándose hacia adelante con atención:

—¿Se presentó solo? —inquirió.

—No, señor, vino con un penitente de nombre Miguel.

—¿Viste su rostro?

—No, señor, no fue posible. Bernard lo presentó bajo su instrucción y no pude acercarme lo suficiente. Parecía muy interesado en preservar su identidad, pero es claro que era un mago. El abad lo acusó de tratar de entrar en su mente durante Vísperas.

—¿Qué más? —lo animó el Ovate a continuar.

—El abad estaba furioso. Acusó a Bernard de traición. Incluso dio órdenes de que fuera encerrado en las cámaras mientras él lidiaba con el mago intruso, pero todo cambió cuando Bernard dijo que todo el asunto se trataba del Anuncio. El abad nos hizo salir a todos y se quedó hablando en su oficina con Bernard y Miguel por horas. Cuando salió, ordenó a todos los monjes que se encerraran en sus habitaciones y permanecieran en oración hasta que él les indicara que podían salir. Quise preguntar por qué, quise averiguar qué había pasado en esa oficina, pero el abad me amenazó con encerrarme a la fuerza si no obedecía sus órdenes y bajó solo con Bernard y Miguel a los sótanos, a las cámaras.

—¿A encerrarlos?

—No lo creo, parecía en buenos términos con ellos —meneó la cabeza Garret—. El hecho de que el abad me dejara afuera de lo que estaba pasando me perturbó mucho. Siempre me había parecido que confiaba en mí, que me lo decía todo, que no sospechaba de mi misión secreta, de mis servicios a usted, su eminencia, pero algo cambió con la llegada de ese extraño. Temí haber sido descubierto, temí por mi vida, y entonces escapé de allí para poder darle estas noticias antes de que me silenciaran, mi señor.

—Hiciste bien, Garret —lo congratuló el Ovate.

—Creo que ese mago manipuló las mentes de Bernard y del abad, volviéndolos dóciles y maleables para sus propósitos —expresó Garret—. A menos que… ¿Es posible, mi señor? ¿Es posible que ese Miguel sea el Faidh?

Por supuesto que es el Faidh, pensó el Ovate, aunque en voz alta no dijo nada. Esta era la segunda confirmación que recibía de la presencia de la Llave de los Mundos en Ingra. De ahora en más, los eventos que había esperado tan largamente se desarrollarían con gran rapidez, pero estaba preparado, hacía muchos años que venía aprestándose para este momento.

—Me has prestado un gran servicio, Garret, y quiero que sepas que pase lo que pase contigo de ahora en más, no debes olvidar que te estoy agradecido.

—¿Qué va a pasarme, señor? —inquirió el monje, inquieto.

—Bueno, es claro que no puedes volver a Lugfaidh —le respondió el Ovate—. Si el abad sospechaba que eras un espía, tu huida de seguro se lo confirmó. Tus servicios a mi persona han culminado y por lo tanto te libero de ellos.

—Puedo servirle de alguna otra forma, señor, puede asignarme otra misión —se ofreció Garret.




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