—¿Que lo libere, me pides? —sonrió Stefan con una mueca socarrona—. Por supuesto, Lug.
Stefan destrabó la pesada puerta de la celda, la abrió y llamó con voz potente:
—¡Liam! ¡Ven acá!
Liam, que no se había ido lejos, entró enseguida y se quedó mirando al mago, esperando sus órdenes.
—Mi querido Liam —comenzó Stefan con falso afecto—. Lug y yo hemos hecho un trato. Tu liberación a cambio de sus respuestas a mis preguntas. Así que puedes irte —declaró con solemnidad.
—No me voy a ningún lado —dijo Liam con firmeza—. Le traje a Lug para hacerle pagar por su traición y quiero estar presente cuando eso suceda. Lo que es más —continuó, desenvainando la espada de Lug—, yo mismo haré los honores.
Stefan se volvió hacia Lug:
—Ya ves —se encogió de hombros—, yo cumplí con mi parte, pero es Liam el que no quiere irse de aquí.
—Será mejor que hagas lo que sea que tienes que hacer para anular el dolor —le dijo Liam a Lug, avanzando hacia el círculo de cristales—, porque quiero verte sangrar con tu propia espada.
—Liam, ¿qué caso tiene que me cortes? —intentó Lug.
Liam no le contestó, solo traspasó los cristales y apoyó la afilada hoja de la espada sobre la garganta de Lug.
—Podría matarte antes de que puedas sanarte —le dijo con tono helado—, pero debes vivir para poder sufrir.
—Liam, no hagas esto. ¿No ves lo que Stefan te ha hecho? ¿No ves que éste no eres tú? —le rogó Lug—. Por favor, reacciona, por favor, vuelve del abismo.
Stefan observaba interesado la escena. Había pensado que no tenía forma de torturar a Lug, pero al parecer, había otras formas de tormento, además del físico, a las que Lug era susceptible. Vio claramente que Lug estaba sufriendo más por el estado mental de Liam que por la posibilidad de ser cortado con su espada. ¿Qué eran las heridas físicas para alguien que podía anular su dolor? Nada. Las heridas psicológicas, por otro lado, eran otro asunto. Lug no tenía defensas contra la angustia de verse humillado y lacerado por alguien a quien consideraba su amigo y protegido.
Stefan sabía que las acciones de Liam no serían suficientes para obligar a Lug a hablar. Sabía que tarde o temprano tendría que martirizar a Liam delante de Lug para forzarlo a claudicar, pero este juego le fascinaba y decidió dejar que tomara su curso. Quería saber hasta dónde llegaba el poder de Lug, quería ver por cuánto tiempo podía sostener el encantamiento que bloqueaba su dolor. Sabía que cualquier mago podía mantener un hechizo solo por un cierto tiempo, solo hasta que sus fuerzas se agotaran. ¿Cuántos cortes sería capaz de soportar Lug antes de sucumbir?
Cuando Liam cruzó el círculo de cristales, Lug percibió claramente sus patrones sin impedimentos. Intentó entrar a su mente, pero encontró allí una furia incontenible, un odio avasallante imposible de sosegar. Sabía que, si lo forzaba, solo le haría un daño irreparable, así que desistió. En cambio, siguió intentando con palabras:
—Liam, piensa en lo que estás haciendo, piensa en las consecuencias. Piensa en Sabrina.
—Justamente —dijo Liam—. Esto lo estoy haciendo por ella.
—No, no es cierto, no…
—¡Silencio! —le gritó Liam—. Cállate o te volveré a amordazar —lo amenazó.
Lug cerró la boca y tragó saliva.
—Prepárate —le advirtió Liam.
Lug suspiró, resignado. Cerró los ojos y se concentró en su cuerpo. Desconectó los centros nerviosos del dolor y comenzó a respirar lentamente, con calma, bajando la frecuencia cardíaca, poniéndose en un estado de completa relajación. No sabía cómo ni hasta dónde tenía Liam intenciones de lastimarlo, así que trató de aumentar sus recursos para contrarrestarlo. Para eso, necesitaba una fuente de agua. La Torre Negra estaba muy lejos del mar, enclavada en medio de las altas cumbres montañosas de Ladema. Lug buscó lagos, ríos, pero no encontró nada. Trató de buscar otras opciones, pero la única otra posibilidad que se le ocurría era teletransportarse lejos de allí y no tenía intenciones de dejar a Liam atrás, no de nuevo.
Entonces, se dio cuenta, había una fuente de agua abundante y omnipresente en aquellas altas montañas, una fuente inagotable y eterna: nieve. Lug tomó el poder del agua congelada. Su blanca y fría pureza lo invadió de golpe, haciendo correr un escalofrío por toda su espina dorsal. Estaba listo.
Liam apoyó la espada en su pecho, pero no presionó. Con los ojos aun cerrados, Lug no pudo evitar contener la respiración, esperando el primer corte, pero nunca sucedió.
Liam escuchó el roce del largo manto de Stefan detrás de sí. El mago se había acercado para ver mejor las acciones de su manipulado aliado y sus efectos sobre el prisionero. Liam se permitió una breve sonrisa de triunfo. Inspiró hondo, despegó la espada del pecho de Lug y giró en un movimiento rápido, bajando el ángulo de la afilada hoja y cortando al mago, que cayó al suelo con el rostro lleno de dolor, mezclado con sorpresa.
Lug escuchó el agónico gemido y abrió los ojos. Lo que vio fue a Stefan, tendido en el suelo, tratando desesperadamente de contener la sangre de la enorme herida en su abdomen, presionando con sus manos para contener sus entrañas dentro de su cuerpo. Liam estaba parado junto a él, con la espada chorreando sangre sobre el piso, observando los estertores del mago con la mirada helada e impasible.
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Editado: 19.02.2021