La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE V: BAJO ENGAÑO - CAPÍTULO 65

—¿Dónde está Lug, Yanis? —fue Nicodemus al grano. El tiempo de jugar había terminado.

Por supuesto, Yanis no contestó. El rector suspiró:

—¿Por qué te empeñas en hacer las cosas difíciles? Sabes bien que no tiene sentido.

—Tortúrame si quieres, no obtendrás nada de mí —lo desafió Yanis.

—No seas estúpido, Yanis. ¿Crees que estás hablando con Stefan?

—Ya no sé exactamente con quién estoy hablando —le retrucó el monje—. Siempre te consideré el más noble de los tres, el más educado, razonable, coherente, pero estaba muy equivocado. Eres el peor de nosotros, el que tiene el corazón más negro, el más artero y maligno, la mano invisible que solo busca destrucción.

—Tengo justificación más que suficiente para haberme convertido en lo que soy. Donde tú ves maldad, yo veo justicia.

—¿De qué diablos estás hablando? —arrugó el entrecejo Yanis, desconcertado.

—Última oportunidad, dime dónde está Lug por las buenas, Yanis —le exigió Nicodemus.

—Si me has mantenido vigilado por tantos años, me conoces bien, y sabes que no soy un traidor —respondió el otro.

—De acuerdo, pero es una lástima arruinar una mente como la tuya —dijo Nicodemus.

Con solo tres pasos rápidos, el rector de la universidad de Cambria se acercó al abad y arrancó de un tirón la amatista que colgaba de su cuello, oculta bajo su hábito. Luego apoyó la palma de su mano sobre la frente del monje. Yanis reaccionó de forma tardía, tratando de escapar de la mano de Nicodemus, solo para descubrir que estaba paralizado y no podía moverse:

—Nic… —trató de hablar.

—Shshsh —lo tranquilizó Nicodemus—. Solo será un momento. Si no te resistes, tal vez puedas conservar tu mente más o menos intacta.

Yanis se resistió con todas sus fuerzas. Y fue totalmente inútil.

El monje se desplomó al suelo, su cuerpo temblando de forma espasmódica.

—Oh, Yanis, ¿por qué tenías que ser tan testarudo? —se lamentó el Ovate—. ¿Por qué me forzaste a una acción extrema como esta?

El rector llamó a dos de sus guardias, que se hicieron presentes prontamente en su oficina:

—Llévenlo a una de las habitaciones de abajo. Procuren que esté lo más cómodo posible —les ordenó, señalando al convulsionante monje tirado en el piso—. Llamen a la Sanadora y que haga lo que pueda, aunque no será mucho.

—Sí, señor —respondieron los guardias, cargando a Yanis entre los dos.

—Y llamen a Valamir. Díganle que necesito hablar con él con urgencia.

—Sí, señor —volvieron a asentir los guardias.

Valamir llegó a la oficina de Nicodemus casi una hora más tarde. El Ovate tuvo que ejercer un increíble autocontrol para no explotar con una sarta de insultos ante su demora. No había tiempo para eso.

—¿Tenemos conexión? —preguntó Valamir al entrar, omitiendo toda cortesía de saludo.

La única razón por la que el Ovate lo debería haber llamado con urgencia era para comenzar con la segunda fase del plan, y para eso, se necesitaba comprobar que la conexión con el Faidh por medio del Óculo fuera estable.

—No. Siéntate —dijo el Ovate a secas.

—Algo está mal… —dedujo Valamir.

—Algo está más que mal, me temo —retrucó el Ovate—. Lug abandonó el monasterio sin tocar el Óculo.

—¡¿Qué?! —exclamó el otro—. Pero eso significa…

—Sí, ha habido un desvío en el plan —completó el Ovate—. Necesito que me ayudes a subsanarlo.

—¿Es eso posible sin tener a Lug bajo tu influencia?

—Eso espero.

—¿Qué piensas hacer? ¿Negociar cara a cara con él?

—Eso o engañarlo para forzarlo a hacer la conexión —respondió el rector.

—Descartamos intervenir directamente desde el principio, Ileanrod, ¿no recuerdas las consecuencias que vislumbramos al estudiar las líneas de tiempo? —cuestionó Valamir.

—Las recuerdo bien, y ya te he dicho que no menciones mi verdadero nombre ni cuando estamos solos, Valamir —respondió el otro, irritado.

—Enfrentarte cara a cara con él está fuera de la cuestión —persistió Valamir.

—Si tienes una mejor idea, soy todo oídos —abrió los brazos Ileanrod.

—¿Cómo se produjo el desvío exactamente?

—Siempre supimos que había un riesgo, que Lug era capaz de salir del plan —meneó la cabeza Ileanrod, pensativo.

—¿Cómo? —insistió Valamir.

—Según lo que encontré en la mente de Yanis, Lug habló con Lorcaster.

—¿Interviniste a Yanis? ¿Estás loco? —cuestionó Valamir con vehemencia—. ¡Lo necesitamos, Ileanrod!

El Ovate hizo una mueca de disgusto al ver que Valamir mencionaba su nombre otra vez, sin hacer caso a su pedido, pero no dijo nada al respecto.

—No me dejó opción —se justificó Ileanrod.




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