Pasaron varias horas hasta que Calpar escuchó pasos nuevamente acercándose a su celda. Se puso de pie de inmediato y escudriñó la reja con el rostro ansioso. Esta vez, era solo un soldado.
—¿Dónde está Paulo? —preguntó Calpar—. ¿Qué hicieron con él?
El soldado no le contestó. En silencio, le sacó los grilletes de las muñecas y le puso una bolsa de tela negra en la cabeza. Luego lo empujó afuera de la celda y le advirtió en un susurro:
—Ni una palabra, o el sacrificio de su amigo habrá sido en vano.
Calpar tragó saliva, angustiado por el posible significado de aquellas palabras. Se dejó guiar a ciegas por el soldado que lo llevaba del brazo. Subieron escaleras de piedra hacia un nivel superior y caminaron por varios túneles con el aire estancado por falta de ventilación. Finalmente, escuchó que el soldado forcejeaba con una puerta atascada por el desuso hasta que pudo abrirla.
—Vamos —empujó el soldado a Calpar a través de la puerta.
Calpar obedeció y enseguida se dio cuenta de que habían salido al exterior. El soldado le sacó bruscamente la bolsa de la cabeza y lo cubrió con una capa raída de lana, subiéndole la capucha para cubrirle la cabeza.
—La caravana de mercaderes está a punto de partir —le dijo el soldado—. Sea discreto, no deje que los guardias del puente le vean el rostro —agregó como consejo final, empujándolo hacia un ruidoso conglomerado de personas, carretas y caballos en el enorme mercado de la plaza central de Sefinam.
Calpar se volvió hacia el soldado:
—¿Y Paulo? ¿Qué pasó con él?
El soldado dio media vuelta y se alejó sin responder. Calpar amagó a seguirlo, pero sintió una mano en el hombro que lo detuvo.
—Nos vendría bien una mano para cargar estos barriles —le dijo el hombre que lo había detenido.
—¿Qué? —inquirió Calpar, confundido.
—Venga —lo tironeó el hombre.
Calpar suspiró y asintió. Siguió al hombre hasta una carreta en cuyo techo de lona se leía “Viñedos Liderman” pintado con letras rojas. Entre los dos, comenzaron a subir los barriles a la carreta. Calpar estaba distraído, mirando en todas direcciones, sin apenas prestar atención a los barriles.
—Tranquilo —le dijo el hombre—. Los guardias no sospecharán si se mantiene junto a mí.
—No es eso lo que me preocupa —dijo Calpar—. No puedo irme sin saber qué fue de mi amigo —explicó.
—Está un poco maltrecho, pero vivirá —dijo el hombre.
—¿Qué?
—Venga —le hizo seña el mercader con la mano—. Suba —le indicó la parte de atrás de la carreta.
Calpar subió, sin comprender lo que quería mostrarle el mercader. Los dos avanzaron entre los barriles hasta una parte con un bulto cubierto por una vieja lona. El mercader descorrió parte de la lona.
—¡Paulo! —exclamó Calpar.
Apenas lo había reconocido con el rostro desfigurado por los golpes y la sangre manando por la nariz.
—Todo está bien, Myr —gimió Paulo, tosiendo un poco de sangre—. Liderman va a sacarnos de aquí. Solo haz lo que te diga.
—Oh, Paulo, yo… —comenzó Calpar, pero Liderman volvió a cubrir al herido con la lona sin darle tiempo a más.
—Ya tendrán tiempo de ponerse al día. Este no es el momento —dijo el mercader ante la mirada de reproche de Calpar.
Terminaron de cargar los barriles y subieron a la carreta, tomando su lugar en la larga caravana que ya estaba en movimiento. Cruzaron el portal principal de la ciudad sin problemas. Los guardias estaban relajados y distraídos, señal de que el escape de Calpar y Paulo todavía no había sido detectado.
—¿A dónde vamos? —preguntó Calpar, sentado junto a Liderman en el puesto de conducción.
—La caravana va hasta Strudelsam y luego tomará la Vía Vertis hacia el norte, pero nosotros tomaremos el primer desvío que encontremos y nos internaremos por un camino secundario. Es lo mejor. Cuando las autoridades de Sefinam descubran su evasión, lo primero que harán será interceptar esta caravana.
—Necesitamos tomar hacia el norte —dijo Calpar—. Debo volver a Sansovino.
—No —meneó la cabeza Liderman—. Sansovino es el segundo lugar en el que lo buscarán. Es más, lo estarán esperando, pues dejaron una delegación de soldados en el puerto y están revisando todas las embarcaciones que llegan del archipiélago norte. Buscan a sus contactos.
—Debo advertirles —dijo Calpar con preocupación.
—Solo logrará que lo tomen como rehén y fuercen a sus contactos a negociar —le advirtió el otro.
—Usted parece saber mucho sobre todo este asunto —entrecerró Calpar los ojos con desconfianza—. ¿Cuál es su papel en todo esto?
—¿No es obvio, mi querido amigo? —sonrió el otro—. Mi papel es rescatarlos y ponerlos a salvo.
—Usted y Paulo no son simples mercaderes, ¿no es así? —frunció el ceño el Caballero Negro.
El otro no contestó.
—¿Para quién trabajan? ¿De qué lado están? —lo cuestionó Calpar.