La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE V: BAJO ENGAÑO - CAPÍTULO 68

Cormac observó el ir y venir de la gente en la calle principal de Sansovino con los puños apretados. ¿Dónde diablos estaba Calpar? Le había dado instrucciones precisas de que lo esperara en El Tambor de Racuna. Gregorio le juró varias veces que le había entregado su mensaje en persona, que el caballero en cuestión había rentado una habitación, pero que luego había partido con un mercader de vinos con rumbo desconocido. Gregorio no parecía saber el nombre del mercader y los persuasivos sobornos de Cormac no habían logrado nada.

Yanis había partido enseguida hacia el norte, siguiendo la pista de Garret, y Lug se había encaminado sin demora hacia Nadur, con intenciones de infiltrarse en la Torre Negra de Stefan y rescatar a Liam. ¿Y él? Él solo estaba allí en Sansovino, sin hacer nada, esperando, tratando de dilucidar la razón de la ausencia de Calpar.

Cormac gruñó con frustración y se volvió a meter en la posada de Gregorio. Se sentó en una mesa del comedor y le hizo seña al tabernero para que se acercara.

—¿En qué puedo servirle, mi señor? —se ofreció obsequiosamente Gregorio.

—Siéntate —le espetó Cormac, indicando la silla del otro lado de la pequeña mesa.

—Tengo clientes que… —comenzó a protestar el otro.

—¡Siéntate! —insistió Cormac, con un tono que no admitía negativas.

Gregorio se sentó.

—Dímelo otra vez, quiero saber los detalles —pidió Cormac.

Gregorio suspiró y meneó la cabeza:

—Ya se lo dije como cinco veces: su amigo llegó a la posada, le di el mensaje, lo leyó y decidió rentar una habitación. Luego cenó en el comedor y estuvo charlando con un mercader por un par de horas. Después se fue con él y no lo vi más. Es todo, no hay nada más.

—¡Detalles, Gregorio! —golpeó Cormac la mesa con su puño.

—¿Qué detalles quiere? —abrió los brazos Gregorio.

—¿Te pareció que mi amigo conocía al mercader desde antes? —preguntó Cormac.

—No lo creo, no —respondió el otro—. Incluso me pareció que no estaba muy contento con su presencia en su mesa, pero el mercader no se dio por aludido ante la mirada agria de su amigo de negro, solo siguió parloteando sin cesar. Después de un rato, me pareció que su amigo decidió tolerar al mercader, y hasta comenzó a mostrar cierto interés en su cháchara.

—¿De qué hablaron?

—Eso no lo sé, mi señor. Yo estaba muy ocupado esa noche.

—¿Qué pasó después?

—El mercader y el de negro se hicieron amigos.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Bueno, su amigo comenzó a sentirse un poco mareado. Nunca había visto a alguien emborracharse con una sola jarra de cerveza roja, pero supongo que no estaba muy acostumbrado al alcohol de la costa. El mercader lo ayudó a pararse de la mesa y lo llevó afuera para que tomara un poco de aire. Después de un rato, volvió a entrar solo y me dijo que el de negro y él debían partir esa misma noche. Incluso pagó por la habitación que su amigo nunca usó y me pidió disculpas por los inconvenientes causados. Solo haría eso si se hubieran vuelto amigos, ¿no le parece?

—Mhmm —gruñó Cormac—. ¿Rentó el mercader una habitación también?

—No —negó Gregorio con la cabeza—, si así hubiera sido, sabría su nombre. El mercader solo vino a la posada a cenar, es todo.

—¿En qué se transportaba? ¿Tenía una carreta? ¿Caballos?

—No lo sé, señor.

—Al menos, dime qué dirección tomaron —pidió Cormac.

—No puedo decirle lo que no sé —repitió Gregorio.

—Alguien debe haberlos visto partir, alguien debe haber comentado algo —insistió Cormac.

—Era casi medianoche, señor —meneó la cabeza Gregorio—, no creo que haya habido mucha gente en las calles que los viera. La noche era fría y no había movimiento en el puerto, no con Harris en pleno recorrido por el archipiélago.

—Entonces, siguen en el continente —dedujo Cormac.

—Esa es la única cosa que puedo afirmar, señor —respondió el tabernero.

Cormac abrió su saco de cuero y sacó dos monedas que deslizó hacia Gregorio:

—Supongo que esto cubre la comida y la habitación —dijo.

—¿No va a quedarse, señor?

—No, Gregorio, no tiene caso.

A la luz de esta nueva información, Cormac había comprendido claramente que Calpar no volvería a Sansovino, y que, por lo tanto, era inútil esperarlo. Cormac sabía ahora que Calpar no había desobedecido sus órdenes, sino que había sido secuestrado. Lo que le quedaba ahora por decidir era si debía tratar de rescatar a Calpar por sí solo o emprender su camino hacia Caer Dunair para encontrarse con Lug y pedirle ayuda para encontrar al Caballero Negro.

Meditó sobre el asunto un rato y la única conclusión a la que llegó fue que debía escribir otro mensaje y dejarlo con Gregorio por si Calpar lograba evadirse de sus captores y decidía volver a Sansovino a tratar de buscarlo. Luego partió rumbo a la Vía Vertis, con la esperanza de encontrarse con alguna caravana de mercaderes que recorriera Agrimar y así tratar de conseguir alguna información sobre el misterioso mercader de vinos.




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