La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE V: BAJO ENGAÑO - CAPÍTULO 69

Liderman se internó por un camino estrecho y en desuso, en el cual la carreta apenas podía circular. Calpar miró el cielo con preocupación, estaba anocheciendo.

—¿A dónde vamos? —preguntó el Caballero Negro.

—Cerca de aquí vive una bruja —comentó Liderman a su lado.

—¿Una bruja? —frunció el ceño Calpar.

—Logró escapar de la hoguera hace mucho tiempo y decidió vivir en aislamiento, lejos de la crueldad y desdén de los ingratos aldeanos. Sus poderes sanadores son legendarios. Las heridas de Paulo necesitan atención —explicó el otro.

—¿Cree que aceptará ayudar a Paulo?

—Sin duda —aseguró el mercader—. Ella y Paulo se conocen desde hace mucho.

—Oh —respondió Calpar, tratando de imaginar qué tipo de relación podía tener un mercader de vinos con una bruja.

A pesar de la aseveración de que la bruja recibiría a Paulo y lo ayudaría, Liderman no parecía muy contento con tener que recurrir a ella. Calpar notó que el mercader apretaba las riendas con dedos tensos y cualquier sonido que emanaba del bosque nocturno en el que se estaban internando lo hacía casi saltar de su asiento.

—¿Es confiable esa bruja? —preguntó Calpar con prudencia.

—¿Confiable? Sí, una vez que le hagamos entender quiénes somos —respondió Liderman, escrutando atentamente el camino cada vez más oscuro—. No le gusta mucho tener compañía —agregó—, por eso suele…

El mercader no terminó la frase. Una densa niebla los envolvió y Liderman tiró de las riendas con fuerza para detener los caballos.

—¿Qué…? —comenzó Calpar.

—Shshsh —lo silenció el otro—. Trate de no respirar.

Liderman sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo ató alrededor de la cabeza, tapando su nariz y su boca. Le alcanzó otro a Calpar, gesticulando con urgencia. El Caballero Negro entendió enseguida y se colocó el pañuelo de la misma forma que el otro.

Pronto fue evidente que la densa niebla no era solo vapor de agua. Calpar comenzó a toser bajo el pañuelo. Contra todo lo aconsejable, Liderman se bajó el pañuelo, exponiéndose al venenoso vapor y gritó:

—Bheir mi Orel. Tha e air a ghoirteachadh.

Calpar no entendió el idioma, pero lo que sea que Liderman dijo pareció tener un efecto positivo, pues la niebla comenzó a disiparse y el aire se volvió respirable otra vez.

—Vamos —le dijo Liderman a Calpar, saltando al suelo desde la carreta—. Querrá vernos de cerca.

Calpar dudó por un momento, indeciso, pero acató las instrucciones del otro y saltó también al suelo del otro lado. Siguió al mercader que se internó por el oscuro sendero, dejando atrás la carreta por una decena de metros.

—Hasta ahí está bien —dijo una voz femenina que emanaba de entre los árboles.

Liderman tomó a Calpar del brazo para detenerlo y los dos se quedaron allí parados, en medio de la oscuridad apenas iluminada por lejanas estrellas. Una mujer joven, vestida con una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos apareció de repente frente a ellos. La túnica estaba confeccionada de tal forma que acentuaba más que ocultar las perfectas formas femeninas de su cuerpo. Su cabello era de un furioso rojo, enmarcando un rostro pálido de rasgos delicados y unos fulgurantes ojos verdes. La mujer parecía estar solo interesada en Calpar:

—¿Quién es este? —preguntó a Liderman, mirándolo de soslayo con cierto reproche en sus ojos. No le gustaban los extraños.

—Este es Myr —lo presentó Liderman.

—Humm —fue la única respuesta de ella, mientras se acercaba a examinar al Caballero Negro—. El nombre es falso —lo acusó.

—Revelar el nombre verdadero en este mundo suele ser peligroso —respondió Calpar, tratando de disimular la inquietud que le causaba la cercanía de la bruja.

—Cierto —admitió ella—, pero nadie puede entrar en mis dominios revestido en falsedad.

La bruja estiró su mano derecha y apoyó la palma sobre el pecho de Calpar de repente. Él reaccionó dando un paso hacia atrás.

—Tranquilo —trató de apaciguarlo Liderman—, solo necesita comprobar que no eres peligroso para ella.

—No me gusta esto, Liderman —gruñó Calpar.

—Por favor —le rogó el otro—. La necesitamos.

Calpar suspiró y asintió con la cabeza. La mujer volvió a apoyar la mano sobre su pecho. Él se dejó hacer, con los dientes apretados y el cuerpo tenso.

—Relájese —le sonrió ella.

Él no contestó.

Los ojos de ella se desenfocaron por un momento, como si pudiera ver a través de Calpar, como si pudiera percibir todo lo que estaba más allá de lo aparente. Después de un momento, bajó su mano, suspiró y se volvió hacia Liderman:

—¿Acaso llegó la hora? —lo cuestionó.

—Él lo cree así —respondió Liderman a la enigmática pregunta.

—¿Dónde está? —inquirió ella.

—En la parte de atrás de la carreta —contestó el mercader.

Sin más, la bruja se alejó de los dos, fue hasta la carreta y subió, abriéndose paso entre los barriles. Examinó a Paulo por un momento, meneó la cabeza con el ceño fruncido en desaprobación y se bajó, volviendo hasta donde estaban Liderman y Calpar:

—Llévenlo hasta la casa —les indicó—. Lo atenderé allí. Y no se demoren.

—Gracias —dijo Liderman.

La mujer desapareció tan abruptamente como había llegado.

—Vamos —codeó Liderman a Calpar.

Los dos se subieron nuevamente a la carreta. Liderman azuzó a los caballos y avanzaron por el estrecho camino, internándose en el negro bosque.




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