La bruja rozó con dos dedos la frente de Paulo y éste abrió su ojo sano, recuperando la lucidez. Notó que el dolor que lo había tenido delirando durante todo el viaje había desaparecido. Ella le dio a beber un brebaje, apoyando una cuchara de madera en sus labios. Él tragó con dificultad.
—Tu ojo izquierdo está muy mal, pero creo que podré salvarlo —dijo ella—. Tienes quebrada la clavícula y hay hemorragias internas en el área del hígado. El viaje en carreta empeoró las cosas y aumentó el riesgo de infección. ¿Por qué te dejaste hacer esto, Orel?
—Era necesario —articuló el otro con dificultad—. Tenía que ganarme su confianza, ponerlo en deuda conmigo.
—La confianza se gana con la verdad —argumentó ella—, no con tus peligrosos subterfugios.
—Mis subterfugios nunca te han molestado en el pasado —le reprochó él.
—Eso es porque en el pasado los has usado con nuestros enemigos, no con alguien a quien necesitamos de aliado —le retrucó ella.
—No cuestiones mis métodos. Necesitaba probar su temperamento.
—¿Y qué te reveló tu temeraria maniobra?
—Él es noble y valiente. Su sentido de la justicia es fuerte, y a pesar de su rígido aspecto, es capaz de una gran compasión. Si logramos hacerle comprender el mérito de nuestra causa, será un aliado leal y confiable.
Ella solo suspiró:
—Quédate quieto —le dijo, apoyando la mano sobre su rostro—. Voy a arreglar tu ojo.
—Espera —la detuvo él—, busca en mi bolsillo… la carta…
Ella hurgó en el pantalón de él y sacó un papel doblado con restos de un sello de lacre roto.
—¿Qué se supone que es esto? —frunció el ceño ella.
—Es el mensaje que sus amigos le dejaron en Sansovino. Pensé que, con tus habilidades, podrías…
—¿Es esto tan importante? ¿No puede esperar?
—Eso solo lo sabré cuando me lo traduzcas —respondió él.
Ella resopló desaprobadoramente, pero llevó la carta hasta la chimenea para que el fuego iluminara la escritura. Enseguida, se dio cuenta de que estaba ante un idioma de otro mundo, pero eso no era problema para ella, pues su habilidad no consistía en descifrar lenguas extrañas sino en conectarse con las intenciones de quien había escrito el mensaje. Después de unos minutos, la mujer volvió junto a la cama:
—Si arriesgaste tu integridad física por esto, perdiste más de lo que crees —declaró.
—Ya te dije que mi objetivo valía la pena. Solo dime lo que dice la carta —pidió él.
—Estamos en el archipiélago. Volveremos cuanto antes. Espéranos en Sansovino —recitó ella—. No es muy esclarecedor que digamos.
—No —concedió él—, pero significa que él querrá volver a Sansovino por todos los medios posibles. Debemos impedirlo.
—¿Por qué?
—Porque si vuelve con sus amigos, caerá otra vez en el plan de Ileanrod y eso le permitirá a ese maldito ponerle las manos encima a la Reina de Obsidiana.
—¿Estás seguro de que este hombre puede lograr lo que hemos estado esperando por tanto tiempo? —lo cuestionó ella.
—Sí, Kalinda, estoy seguro. Él es el enlace entre la Reina y la Llave de los Mundos. Solo necesitamos mantenerlo a salvo y de nuestro lado, y todo saldrá bien —le aseguró él—. La hora de actuar ha llegado y venceremos.
—De acuerdo —aceptó ella—, pero ahora debes dejar que te ponga en buenas condiciones físicas o todos tus planes no llegarán a nada.
—Está bien —acordó él.
—Mastica esto —le puso ella un puñado de hierbas en la boca—. Sentirás que te adormeces, no te resistas. Es mejor si trabajo contigo inconsciente.
Después de un buen rato, Calpar y Liderman escucharon los pasos de la bruja acercándose a la carreta. De inmediato, se pusieron en estado de alerta.
—Será mejor que entren a la casa. Pueden pasar la noche allí. Aquí afuera solo se congelarán.
—Gracias —hizo una inclinación de cabeza Liderman.
—¿Cómo está Paulo? —preguntó Calpar.
—Vivirá —fue la lacónica respuesta.
La bruja dio media vuelta y se encaminó hacia la casa sin más. Calpar y Liderman la siguieron.
—Pueden dormir en el suelo, junto a la chimenea —le entregó unas mantas la mujer a Calpar. Luego se volvió hacia Liderman y le dio una canasta con vegetales: —La cena deben preparársela ustedes mismos —dijo—, y esto es para Paulo cuando se despierte —sacó un pequeño frasco con un líquido oscuro de un estante y lo apoyó en la mesa—. Ayudará con su recuperación.
Acto seguido, la bruja se envolvió en un manto grueso de lana y se dirigió a la puerta de la cabaña.
—¿A dónde va usted? —le preguntó Calpar.
—Necesito meditar —respondió ella y salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí sin dar más explicaciones.
—Definitivamente es rara —musitó Calpar.
—No se puede esperar que alguien que vive como ella sea muy sociable —se encogió de hombros el mercader, examinando los vegetales de la canasta y eligiendo algunos para hacer un estofado.
Calpar apoyó las mantas sobre la única silla del lugar y fue hasta la cama donde yacía Paulo. Tenía la cabeza vendada y el hombro izquierdo inmovilizado con tiras de cuero y vendas de tela. Parecía estar durmiendo plácidamente. Su respiración era tranquila. Calpar deseó poder tener la habilidad de su hermano Zenir y así poder sanar al mercader de forma más rápida y efectiva. Tomó la mano del durmiente herido y murmuró:
—Gracias por salvarme la vida. Lamento que… —la frase quedó sin terminar cuando Calpar sintió el hormigueo en la palma de la mano que estaba tocando a Paulo.
De inmediato, reconoció la sensación. La bruja no había sanado a Paulo solo con hierbas y vendas, ella tenía una habilidad y había aplicado una gran cantidad de energía en las heridas. Con cuidado, Calpar descorrió la venda de la cabeza de Paulo y puso al descubierto la herida de su ojo. No había rastros de la herida, ni siquiera cicatrices. Calpar no se sorprendió, había visto portentos parecidos a manos de su hermano. Entendió también por qué la sanadora había ocultado su verdadero poder, haciéndoles creer que solo había usado remedios naturales. Zenir había hecho lo mismo durante muchos años en el Círculo, pues no todos reaccionaban bien ante el milagro de la sanación de tejidos obrada con una habilidad.
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Editado: 19.02.2021