Felisa golpeó la mesa con su puño en frustración. Los demás parroquianos en el comedor de la posada “El tambor de Racuna” se volvieron hacia ellos.
—Cálmate —le gruñó Orsi por lo bajo, del otro lado de la mesa—. Recuerda que no queremos llamar la atención.
—El posadero tiene que saber algo más, no puede ser —meneó la cabeza Felisa—. Tal vez deberías aflojarle la lengua con otros métodos. Tal vez esa moneda de oro no fue suficiente —le lanzó una mirada significativa a su compañero.
—No, no me pidas eso, no voy a torturarlo —se negó Orsi—. Ese hombre no tiene nada que ver con esto.
—¿Desde cuándo tienes escrúpulos? —frunció el ceño ella.
Él no contestó.
—¡Oh! ¡Por favor! No me digas que después de tantos años de trabajar para Stefan…
—No voy a hacerlo —la cortó Orsi.
—¿Qué pasa? ¿Decidiste cambiar de profesión de repente? ¿Desarrollaste una conciencia moral de tus actos de la nada? —se burló ella.
—¿Y qué si es así? —le retrucó él.
Ella se lo quedó mirando por un largo momento.
—Una profesión como la tuya no es para cualquiera —dijo ella, despacio—. Alguien que tiene estómago para hacer lo que tú haces… bueno, de seguro debe obtener algún tipo de placer morboso con el sufrimiento de otros.
—Es una adicción —murmuró él, bajando la cabeza.
—¿Y qué fue lo que te motivó a salir de esa adicción justo ahora?
Orsi permaneció en silencio.
—Oh, ya veo —continuó ella—. Ese chico, Liam, tocó tu corazón de piedra, ¿no es así?
—Si Myr no está aquí y el tabernero no sabe a dónde fue, tal vez deberíamos… —intentó él.
—No me cambies de tema, Orsi.
—Hay otros temas más urgentes que discutir —arqueó una ceja el verdugo—, como, por ejemplo, el hecho de que estamos siendo vigilados.
Felisa se puso seria:
—No sabía que también lo habías notado —suspiró.
—No ha tocado su plato y no hace más que mirarnos disimuladamente. ¿Quién crees que sea? —preguntó Orsi en voz baja, mirando de soslayo a un personaje vestido de negro con una capucha que le cubría el rostro, sentado en un oscuro rincón del comedor.
—No lo sé, pero emana un aura de magia.
—¿Qué? ¿Magia? —se alarmó Orsi—. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Stefan! ¡Stefan ha mandado a uno de sus asesinos tras nosotros!
—Tranquilízate, Orsi —trató de calmarlo ella—. Ninguno de los esbirros de Stefan puede rastrearnos, no con la protección que tengo desplegada a nuestro alrededor.
—¿Estás segura?
—Totalmente —se puso ella de pie.
—¿Qué vas a hacer? —frunció el ceño Orsi.
—Confrontarlo, por supuesto. ¿Qué otra cosa cabe?
Él la agarró de la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo:
—¿Estás loca? —la amonestó—. Aun si no es un enviado de Stefan, confrontar a alguien con magia sin conocer sus intenciones no es prudente, Felisa, y menos en nuestra condición de fugitivos.
—¿Fugitivos?
—¿Crees que Stefan no ha contactado ya a todo el servicio secreto de Rinaldo para que nos busque por todo Agrimar? Tal vez hasta hay una recompensa por nuestra captura.
—¿Piensas que nuestro misterioso observador es un caza recompensas?
—¿Te parece tan descabellado?
—Humm —meditó Felisa—. No, no me parece descabellado.
—Tenemos que salir de este lugar —la urgió él.
—Sí —concordó Felisa, aunque sus razones para aceptar la propuesta de Orsi eran diferentes a las de él.
Ambos se levantaron despacio de sus sillas, y sin hacer mucha alharaca, se dirigieron hacia la puerta de la posada. Felisa notó por el rabillo del ojo que el vigilante encapuchado se levantaba también. Bien, pensó Felisa, arreglaremos el asunto en un lugar discreto, fuera de las miradas de los viajeros hospedándose en Sansovino.
—Venir hasta Sansovino fue un riesgo sin sentido —se quejó Orsi mientras caminaba al lado de Felisa por una callejuela en dirección contraria al puerto—. Aun si por milagro llegábamos a encontrar a Myr aquí, ¿qué podías lograr sin el muchacho para negociar?
Felisa no le contestó. Sus sentidos estaban dedicados a otra cosa.
—Y ni siquiera con los aceites has podido encontrar a Liam —siguió protestando Orsi—, lo que significa que debe estar otra vez en la Torre Negra, tras una barrera mágica y nuevamente a merced de Stefan. Todos nuestros esfuerzos han sido por nada. ¿Qué vas a decirle a Myr si lo encuentras? Oh, estuvimos así de cerca de rescatar al chico —dijo con tono sarcástico, haciendo un gesto acercando el dedo índice al pulgar de su mano—, pero él decidió volver con su torturador en vez de quedarse a salvo con sus rescatadores. La historia es tan ridícula que de seguro Myr se te reiría en la cara.
—La historia no es ridícula —le retrucó Felisa—. Liam estaba quebrado y Myr lo sabe. Además, ni siquiera sabemos a ciencia cierta donde está. Hace ya varios días que no lo he vuelto a rastrear.
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Editado: 19.02.2021