La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VI: BAJO AMENAZA - CAPÍTULO 81

Si Lug había estado impresionado con el imponente edificio de la universidad a la que había asistido brevemente cuando tenía veinte años y en la que había conocido a su profesor Strabons, la universidad de Cambria lo dejó sin habla, pues comparada con ella, su vieja universidad de juventud era apenas una pequeña choza deslucida.

La universidad de Cambria era más parecida a un inmenso palacio que a una universidad. Y no cualquier palacio, no, un palacio enorme y rico, con jardines inmensos, bien cuidados, con numerosas fuentes de agua y especies vegetales de lo más variadas, dispuestas armoniosamente a los costados de senderos hechos con baldosas de terracota. El edificio principal, construido alrededor de un enorme patio central adornado con exquisitas estatuas de mármol, recordaba al palacio de Versalles por su elegancia y buen gusto. Era obvio que el rey de Istruna no había escatimado en gastos en la construcción de aquella alta casa de estudios. Tan magnánima actitud hacia el desarrollo del conocimiento académico había estado sin duda forzada por la poderosa influencia del Mago Mayor Nicodemus, quien aparentemente era un gran adepto a las artes y a la cultura.

—Por aquí —señaló Nicodemus uno de los portales laterales.

Lug, Liam y Cormac lo siguieron, atravesando el inmenso patio, donde varios catedráticos se paseaban vestidos con sus togas, enfrascados en discusiones intelectuales con sus colegas. Algunos, que no estaban totalmente absorbidos por sus elucubraciones mentales, saludaban respetuosamente a su rector al verlo pasar y miraban con curiosidad a los tres hombres que lo seguían. Uno de ellos incluso pareció reconocer a Cormac a pesar de los numerosos años que habían pasado desde que el prodigio memorioso abandonara Cambria bajo una nube de sospechas y habladurías, pero no se atrevió a detenerlo para interrogarlo sobre su presencia en el campus universitario después de tanto tiempo. El grupo encabezado por el rector parecía apurado y serio, como si los moviera una misión importante y urgente de la que no podían distraerse.

Al entrar por el portal, desembocaron a una amplia galería iluminada por profusos ventanales. Pasaron numerosas puertas, guiados por el rector, que avanzaba con pasos rápidos y enérgicos. Pronto se desviaron por un pasillo lateral y se internaron en un área del edificio donde no circulaban ni estudiantes ni profesores, un área privada que ni el propio Cormac había visitado jamás. Dos guardias con uniforme militar vigilaban la entrada al pasillo, completamente incongruentes en una casa de estudios. Al ver al rector, los guardias se enderezaron con rigidez y miraron con ojos atentos al rector, esperando órdenes. Nicodemus ni siquiera los miró, pasando entre ellos como tromba.

De todo el grupo, el único que parecía descuidado, mirando distraídamente las paredes del pasillo y las distintas puertas cerradas que iban pasando, era Cormac. Pero el interés de Cormac en el lugar no era turístico. En su actitud aparentemente despreocupada, Cormac estaba registrando cada detalle en su extraordinaria memoria, encajándolo con su conocimiento del resto del edificio, armando un mapa del lugar en su cabeza, pues algo le decía que tarde o temprano, necesitarían una confiable ruta de escape de la universidad.

Llegaron a una enorme puerta de doble hoja, hecha de madera exquisitamente labrada, donde Nicodemus se detuvo en seco. Había guardias flanqueándola, que saludaron al rector con una respetuosa inclinación de cabeza.

—Esta es mi oficina —anunció Nicodemus—. Mis guardias los acompañarán a sus aposentos donde podrán descansar y asearse. Luego les daré acceso a la biblioteca secreta, tal como les prometí.

—¿Qué hay de tu proyecto secreto? —inquirió Lug—. ¿No crees que es hora de que me digas lo que quieres de mí? No quisiste hablar del asunto en todo el camino.

—Todo a su tiempo —sonrió el rector, condescendiente.

—No aceptaremos tu hospitalidad ni el acceso a la biblioteca hasta que no sepamos el precio de esos favores —insistió Lug.

—Muy bien, de acuerdo —aceptó el otro, abriendo la puerta de su oficina—. Hablemos —invitó a Lug con un gesto de la mano a entrar.

Cuando Liam y Cormac amagaron a seguirlos, los guardias cruzaron sus lanzas, impidiéndoles el paso.

—Lo siento, esta conversación entre Lug y yo será privada —dijo el rector.

—No vas a separarnos, no lo permitiremos —se plantó Cormac.

—Está bien, no te preocupes —lo aplacó Lug—. Sé cuidarme solo y estoy seguro de que Nicodemus no tiene intenciones de lastimarlos —explicó, sin preocuparse de si Nicodemus se daba cuenta o no de que estaba siendo sarcástico.

—Pero… —protestó Cormac.

—Tranquilo —levantó una mano Lug para apaciguarlo—. Aquí no hay balmoral.

Cormac asintió con reticencia y Nicodemus cerró bruscamente la puerta, encerrándose con Lug en su oficina.

—No me gusta esto. No debimos dejarlos solos —murmuró Liam al oído de Cormac mientras seguían a uno de los guardias por unas escaleras que bajaban a un nivel subterráneo—. ¿Y qué quiso decir con eso de que “aquí no hay balmoral”?

—Significa que sus habilidades no están impedidas aquí, por lo que podrá defenderse si Nicodemus intenta atacarlo. Significa también que, si nosotros nos encontramos en problemas, él puede leer nuestros patrones a la distancia en todo momento y lo sabrá. Puede ubicarnos y yo puedo proyectar una imagen del lugar a donde estamos para que él pueda teletransportarse instantáneamente y rescatarnos.




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