La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VII: BAJO CUSTODIA - CAPÍTULO 91

—Ser retenido aquí no logrará nada. Debo regresar a Sansovino —reiteró Calpar por enésima vez.

Orel y Kalinda solo suspiraron. Sus esfuerzos por persuadir al Caballero Negro seguían siendo en vano.

—Al menos danos tiempo para pensar en cómo protegerte —le dijo Orel.

—No, ya me han hecho perder demasiado tiempo —negó con la cabeza Calpar.

—¡Silencio! —les advirtió Kalinda de pronto.

—¿Qué…?

—Alguien se acerca —dijo Kalinda.

—Creí que nadie podía entrar a tu bosque sin tu consentimiento —intervino Liderman.

—Shshsh —levantó una mano Kalinda.

Los cuatro escucharon voces apagadas que discutían fuera de la cabaña. La más notable era la voz de una mujer que claramente amonestaba a los demás. Unos momentos más tarde, se escucharon suaves golpes en la puerta del frente.

—Franco, esconde a Myr —ordenó Orel.

—¿Quiénes son? ¿Enemigos? —inquirió Liderman.

—Los enemigos no golpean la puerta —dijo Calpar, dirigiéndose hacia la puerta. Había reconocido la voz de la mujer.

—¡Myr, no! —trató de detenerlo Orel.

Calpar se soltó bruscamente de la mano de Orel y abrió la puerta de la cabaña. Del otro lado, había dos mujeres y un hombre. La mujer que había golpeado la puerta le sonrió a Myr con alivio. La otra mujer, que tenía numerosos tatuajes y un exuberante cabello rojo dijo:

—Es él, ¿no es así? ¿Ahora me crees?

—Eres difícil de encontrar —le dijo la mujer que había golpeado a Calpar.

—¿Qué haces aquí, Felisa? —inquirió Calpar, sorprendido.

—Teníamos un trato —respondió ella—. Liberé a Liam de Stefan, así que ahora te toca cumplir con tu parte.

—¿Y tienes alguna prueba de lo que me dices? —la cuestionó Calpar.

Felisa desenvainó el puñal que llevaba a la cintura y lo entregó a Calpar. El Caballero Negro reconoció enseguida el puñal de Dana.

—Esto solo significa que robaste un puñal, no que liberaste a Liam —le dijo Calpar.

—El muchacho estaba confundido, escapó de nuestros cuidados —intervino el hombre—, pero está libre. Yo mismo lo saqué de la celda y lo arrastré montaña abajo. Felisa lo sanó de los estragos del veneno con el que Stefan me mandó torturarlo.

—¿Tú eres el torturador de Stefan? —frunció el ceño Calpar.

—Era —corrigió el hombre—. Felisa me convenció de abrazar otra causa.

—Mhmm —asintió Calpar volviendo la mirada hacia Felisa, quien bajó los ojos al piso—. Espero que hayas disfrutado de sus métodos de persuasión —dijo con sarcasmo.

—Myr, por favor… —le rogó Felisa—. Lo importante es que el chico está libre, aunque me temo que no sabemos dónde está. Me queda aceite suficiente para rastrearlo si quieres, pero creo que tal vez quieras que use mi arte para ubicar a alguien más.

—¿Alguien más? —inquirió Calpar.

—Me prometiste ser parte de tu facción, me prometiste conectarme con Lug —dijo Felisa.

—¿Por qué estás tan obsesionada con eso?

—Arundel es importante para mí, lo sabes.

Calpar suspiró.

Por primera vez, Felisa notó a las tres personas que estaban detrás de Calpar, dentro de la cabaña. Dos de ellos estaban de rodillas y con la cabeza respetuosamente inclinada hacia ella. El tercero permanecía de pie, observándola fijamente con la boca abierta de estupor.

—¿Quiénes son tus amigos? —preguntó Felisa a Calpar con curiosidad—. ¿Y por qué están hincados?

Liderman reaccionó de su sorpresa, cerró la boca y contestó:

—Están honrando a su reina y poniéndose a su servicio.

—¡¿Qué?! —exclamaron Felisa y Calpar al mismo tiempo.

—Salve, oh, Reina de Obsidiana —dijo Orel con una mano en el pecho.

—Myr —dijo Felisa con los brazos en jarra—, ¿con qué clase de locos estás mezclado?

Calpar solo atinó a encogerse de hombros, más confundido que Felisa.

—¿Por qué no entran a mi humilde morada? —ofreció Kalinda—. Tenemos mucho de qué hablar.

Liderman carraspeó, aclarándose la garganta ruidosamente:

—Su alteza… si no es impertinente de mi parte… —comenzó dubitativo—. Bueno, tal vez debería…

—¿Debería qué? —retrucó Felisa, exasperada.

—Bueno… Estos dos no se levantarán hasta que su reina no lo ordene —indicó el mercader, señalando a los arrodillados Orel y Kalinda.

—¡No sean idiotas y levántense! —les dijo Felisa.

—Lo siento —se puso de pie Orel junto a Kalinda—, no queríamos ofenderla, solo mostrar nuestro respeto y sumisión a su voluntad.

—Felicidades, Felisa —dijo Calpar con sarcasmo mal reprimido—, parece que finalmente eres parte de una facción.




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