La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VII: BAJO CUSTODIA - CAPÍTULO 97

Después de satisfacer a Iriad, contándole todo su plan mientras el druida comía y luego caminaba, estirando y probando los músculos del cuerpo de Lug, Valamir lo volvió a atar a la silla, dejándolo como lo había encontrado. Su siguiente paso fue bajar al subsuelo oculto que contenía cámaras de privación similares a las de Lugfaidh en Everstone. Abrió la primera, y el prisionero que allí había sido encerrado se cubrió los ojos con su antebrazo, cegado por la repentina luz de la antorcha entrando en la oscura habitación.

—¿Val? —entreabrió los ojos el prisionero, sorprendido—. ¿Qué haces aquí?

—¡Yanis, mi viejo amigo! —sonrió Valamir—. No sabes cuánto me alegro de verte bien —lo abrazó con cariño—. Quiero disculparme por lo que te hizo Ileanrod. Si hubiese sabido lo que planeaba, nunca habría dejado que pasara. En compensación, quiero que sepas que ayudé a Lug para que tuviera el tiempo suficiente para sanarte.

—¡Tú! —se soltó bruscamente del abrazo Yanis—. ¡Tú eres la mano derecha de Ileanrod! ¿Cómo puedes trabajar para ese cretino? El Val que recuerdo, nunca se habría involucrado en algo tan bajo.

Valamir bajó la cabeza sin contestar. Había hecho muchas cosas detestables al lado de Ileanrod, y frente a su viejo amigo, todas las excusas sonaban patéticas, así que decidió callar.

—Contéstame, Val —le exigió Yanis.

—Habrá tiempo para responder a todas las cuestiones morales —se evadió Valamir—, pero ahora debemos enfocarnos en frenar una sangrienta guerra que Ileanrod está planeando.

—Lo vi en su mente cuando intentó freírme el cerebro —asintió Yanis, dejando de lado sus recriminaciones—. Piensa usar a Stefan.

Pensaba —lo corrigió Valamir—. Liam le arruinó esa chance.

—¿Cómo?

—El muchacho lo mató hundiéndole una espada en la garganta.

—Bien por Liam —murmuró Yanis.

—El Yanis que recuerdo no se alegraría ante el asesinato de una persona, aun alguien como Stefan —le reprochó Valamir.

—Parece que no eres solo tú el que ha cambiado, amigo Val —le respondió el otro con tono sarcástico.

Valamir apretó los dientes sin contestar.

—¿Qué piensa hacer ahora Ileanrod sin su peón favorito? —siguió Yanis.

—Encontrar otro peón, por supuesto.

—¿Quién?

—¿No adivinas?

—¡Maldición! —escupió Yanis, que había adivinado.

—Vamos, debemos liberar a tus amigos y contrarrestar a Ileanrod lo antes posible. Tengo un plan.

Yanis asintió y siguió a Valamir por el oscuro pasillo hasta la puerta de la siguiente cámara. Cuando Valamir la abrió, un furioso Cormac le saltó encima, agarrándolo del cuello:

—¡Dónde está Lug! ¡Qué hiciste con él! —le gritó, empujándolo hasta arrinconarlo contra la pared.

Valamir abrió la boca para contestar, pero solo logró boquear, tratando de respirar mientras intentaba desprender las manos de Cormac de su cuello.

—¡Dónde está Lug! —le volvió a gritar, enceguecido, azotándole la cabeza contra la pared.

—¡Cormac! —lo sacudió de un hombro Yanis para hacerlo reaccionar.

—¿Yanis? —se volvió Cormac hacia el abad, notando su presencia por primera vez.

—Cormac, si no le sueltas el cuello no podrá hablar —lo amonestó Yanis.

—Este malnacido es la mano derecha de Ileanrod y se llevó a Lug —le explicó Cormac a Yanis.

—Lo sé, pero creo que no todo es lo que parece —trató de apaciguarlo Yanis.

Cormac aflojó el aferramiento del cuello de Valamir, entrecerrando los ojos con desconfianza:

—¿Dónde está Lug? —le volvió a preguntar con un tono más calmado.

—A salvo, lo prometo —levantó las manos Valamir en rendición.

—¿Dónde? —le gruñó Cormac en amenaza.

—En Arundel, junto con Dana, Sabrina y Bruno, lo juro. Todos están bien.

—¿Salieron del Bucle?

—Sí —confirmó Valamir.

—Yanis —se volvió Cormac hacia el abad—, ¿hay alguna forma de saber si esta basura está diciendo la verdad?

—No tengo el poder del Faidh para forzarlo, Cormac —respondió Yanis—, pero Val y yo fuimos amigos en el pasado y creo… —dudó un momento—, creo que podemos confiar en él.

—No —meneó la cabeza Cormac—, no me pidas que confíe en este tipo.

—Entiendo que debo ganarme esa confianza y lo haré —interrumpió Valamir—. Concédeme al menos una tregua para que pueda explicarles mi plan.

—¿Qué plan? —entrecerró los ojos Cormac con recelo.

—El plan verdadero, el original —respondió Valamir.

—El saboteador nunca fue Ileanrod —comprendió Cormac—. El saboteador eres tú.

—Sí —admitió Valamir—, pero el plan que saboteé fue el de Ileanrod. Sin mi intervención, todos ustedes habrían terminado muertos, junto con la Reina de Obsidiana, e Ingra se habría convertido en una enorme tumba.




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