—¡No! —gritó Zoltan, azotando su puño contra la robusta mesa de madera de su laboratorio privado en Marakar.
—Lleva tres días gritando en su celda que quiere hablar con usted. Los guardias se están quejando y… —se revolvió incómodo el capitán.
—Si los guardias se quejan, despídelos —lo cortó abruptamente el Mago Mayor de Marakar.
—Asegura que tuvo una visión, dice que es importante —trató de convencerlo el capitán.
—Sus visiones son puras patrañas —gruñó Zoltan, disgustado—, nunca ve lo que se necesita que vea.
—Dice que lo que vio lo redimirá con creces por el error de Virmani. Tal vez… —dudó el capitán por un momento—, tal vez se trate de la princesa, señor —tragó saliva a la espera de la respuesta del mago. El tema de la desaparición de Sabrina provocaba reacciones de exagerada violencia en Zoltan. Varios soldados habían perdido la vida por hacer inocentes comentarios al respecto en su presencia.
Zoltan apretó los puños en un visible esfuerzo por controlar su temperamento. El capitán contuvo la respiración, mirando de reojo las seis dagas mágicas que colgaban del cinto del mago. Sabía de sobra el riesgo que estaba corriendo al tratar este asunto con el voluble Zoltan, pero su preocupación por Sabrina y por su amigo Bernard había avasallado su prudencia. Pierre Lacroix, capitán de la Guardia Real de Marakar, era quien había entrenado a Sabrina en secreto, a pedido de Bernard. Donde todos veían a una princesa caprichosa e ingobernable, Pierre había descubierto a una joven fuerte, de firmes convicciones y con atributos de guerrera, las características perfectas, en su opinión, para una reina digna del trono de Marakar, o de cualquier trono. Pero su interés en el bienestar de Sabrina iba más allá de su servicio a la corona: Pierre se había encariñado con la chica, y desde su desaparición, se había dedicado sin descanso a su búsqueda. Sin embargo, todos sus intentos por descubrir el paradero de la princesa habían sido infructuosos, especialmente porque lo habían forzado a permanecer en Marakar en vez de darle la oportunidad de comandar una expedición de búsqueda en Agrimar.
En sus frustrantes e improductivas investigaciones, había descubierto que un grupo de sus hombres había intentado matar a Sabrina en el bosque en vez de respetar las órdenes de Ariosto de traerla de vuelta sana y salva. Eso lo enfureció de tal manera, que hizo ahorcar a los susodichos soldados de forma rápida, efectiva y sin miramientos. Solo al calmarse, después de ver los cuerpos colgados del paredón sur del castillo, se dio cuenta de su error, error con el que Zoltan lo había atormentado por semanas: no se había tomado el tiempo de interrogarlos para averiguar quién les había dado la orden de matar a la princesa. Por su culpa, la vida de Sabrina seguía en peligro, y esa era otra de las razones por las que había decidido a arriesgarse a la ira de Zoltan, comunicándole el pedido del Adivinador.
Después de un largo momento, Zoltan aflojó la tensión de sus puños y suspiró de forma pesada y sonora. Pierre suspiró también, pero de alivio.
—Iré a verlo —concedió el mago—, pero si resulta ser un engaño, es tu cabeza la que rodará por esto —le apuntó con un dedo sentenciador a Pierre.
El capitán asintió en silencio, hizo un rápido y respetuoso saludo militar, y salió de prisa del laboratorio antes de que Zoltan cambiara de opinión y decidiera ejecutarlo allí mismo. Morir desangrado por dagas clavadas en distintos órganos vitales no era rápido y Zoltan tenía la costumbre de prolongar la agonía de sus víctimas por mucho tiempo más del necesario.
Mordecai Linus, Adivinador Real, había estado pudriéndose en las mazmorras desde hacía más de treinta años por no haber previsto la estrategia incendiaria de Stefan y Rinaldo en la batalla de Virmani. Parecía un milagro que hubiese sobrevivido en aquella oscura celda por tantos años. Con la escasa alimentación que recibían los prisioneros en Marakar y las pobres normas de higiene, sumados a la humedad y el frío de las celdas subterráneas, ninguno solía durar vivo más que unos meses. Algunos llegaban incluso a sobrevivir un año entero, pero su cordura se perdía de camino. ¿Cómo era posible, entonces, que Mordecai todavía viviera? Para Zoltan era un misterio, un misterio que habría resuelto fácilmente si se hubiese tomado el trabajo de interrogar a los guardias que trabajaban allá abajo.
Lo cierto es que Mordecai vendía sus servicios como Adivinador de forma clandestina a cambio de favores. Había comenzado con los guardias que le traían la comida, deslizando pequeños secretos sobre sus triviales vidas que le llegaban en visiones casi sin esfuerzo: si sus mujeres los engañaban, si su próximo vástago sería varón o mujer, si su suerte en los dados iba a cambiar e incluso con qué comida los esperaba su esposa esa noche. Las cosas escalaron y sus servicios fueron requeridos en secreto por sirvientes, campesinos e incluso nobles del palacio. Los guardias, que al principio lo trataban con indiferencia, se convirtieron pronto en sus amigos y administradores de esta pequeña empresa, procurándole clientes y cobrando una tajada de cada lectura de destino que Mordecai hacía. A cambio, el Adivinador comenzó a recibir comida decente, agua para asearse, jabón e incluso ropas limpias. Su celda, a diferencia de las demás, era limpiada una vez al día en vez de una vez al mes. Con el tiempo, obtuvo libros, velas y elementos para escribir, lo cual mantuvo su mente sana y activa. Varias veces, insinuó a los guardias que los recompensaría ampliamente si lo ayudaban a escapar de allí, pero a pesar de la simpatía que los guardias le profesaban ahora, su miedo a Zoltan era demasiado grande para permitirles acceder a ese pedido. Además, perder la fuente de ingresos extra de la que disfrutaban con el presente estado de cosas no los atraía tampoco. Mordecai se dio cuenta de que el único medio para recuperar su libertad era conseguir información lo suficientemente valiosa como para poder negociar con Zoltan directamente. Después de tantos años, el Adivinador había visto en un extraño sueño su largamente esperada oportunidad. Lo único que necesitaba ahora era que Zoltan accediera a verlo.
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Editado: 19.02.2021