La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 102

En medio de la impenetrable oscuridad, Liam percibió un leve resplandor. Bajó la vista y estudió sus manos por un momento. Ahora que podía verlas, se dio cuenta de por qué le dolían tanto: los huesos de sus dedos estaban retorcidos de forma inverosímil y grotesca, la piel estaba cubierta de llagas supurantes de repugnante aspecto. Instintivamente, se llevó las manos al rostro y no pudo reconocer sus deformadas facciones. ¿Qué clase de veneno le había hecho esto? No tuvo tiempo de tratar de contestar a esa pregunta. Un rugido feroz y cercano le hizo vibrar hasta la última fibra de su cuerpo. Liam apartó la atención de sí mismo y vio ante sí a un gigantesco monstruo negro de enormes y afilados colmillos.

—¡Meldek! —gritó Liam, horrorizado—. No es posible, estás muerto.

—Tal vez sea posible si los dos estamos del mismo lado —rugió el monstruo.

¿Eso era? ¿Estaba muerto? ¿Cómo? ¿Cuándo? Había oído historias de personas muertas que no podían aceptar su estado, que vagaban irremediablemente cerca de los lugares y las personas a las que se habían sentido ligadas en vida. Trató de recordar: ¿qué era lo último que había pasado antes de aparecer en este lugar? Su memoria era un vacío, pero recordaba algo… algo importante: Meldek no estaba realmente muerto, Meldek había desaparecido de la existencia por la mano de Lyanna.

—No eres real —le plantó cara a Meldek—. No existes.

El monstruo rio con una risa siniestra que sacudió otra vez el cuerpo de Liam:

—¿Real? —se burló—. ¿Qué es real? Esto, ¿tal vez?

Sin darle tiempo a Liam a responder, el monstruo levantó una mano terminada en largas y afiladas garras y traspasó el pecho de Liam como si fuera gelatina. El dolor fue tan intenso que Liam pensó que iba a desmayarse, pero no. El alivio de la inconsciencia solo existía en el mundo físico, no aquí. Aquí el dolor podía ser insoportable y eterno.

—No —gimió Liam de rodillas—, si no hay cuerpo no puede haber dolor. Todo está en la mente, todo…

—¿Crees que ese razonamiento puede traerte consuelo? ¿Crees acaso que tienes control sobre tu situación? —se burló el otro.

—Sí —lo desafió Liam—. Ya no soy un prisionero, no más.

El monstruo volvió a reír y retorció sus garras en el pecho de Liam. Liam dio un grito y se desmoronó en el piso, tratando de protegerse en posición fetal. El piso estaba húmedo con su propia sangre. Quería morir de una vez, pero eso no era posible si ya estaba muerto. Ese pensamiento lo quebró del todo, pues le hizo entender que no había escapatoria de esta tortura eterna.

Sollozando en abyecta desesperación, apenas se dio cuenta de que una mano lo tomaba del hombro.

—Liam —escuchó su nombre.

¿Qué más venía ahora? ¿Qué otros terrores lo aguardaban en su infierno personal?

—Liam, ¿puedes escucharme? —volvió a hablar la voz.

Liam decidió que interactuar con las criaturas que habitaban en ese plano era un error, pues eso les daba fuerza y substancia, por lo que decidió ignorar la voz.

—Liam —insistió la voz—, no estás muerto. ¿Comprendes lo que te digo?

Sí, lo comprendía. Esta nueva entidad estaba tratando de seducirlo con la mentira de que todavía tenía acceso al mundo físico, que estaba vivo.

—Liam… —lo llamó otra vez.

El muchacho permaneció en un obstinado silencio.

—Puedo sacarte de ese lugar, puedo traerte de vuelta —prometió la voz.

—Déjame en paz —se tapó los oídos Liam—. Tus palabras no me engañan.

—Si no quieres entender con palabras, tal vez pueda convencerte de otra forma.

—Vete —meneó la cabeza Liam.

La mano que sostenía su hombro lo soltó y Liam pensó que por fin había convencido a esta entidad de que lo dejara solo, pero al cabo de un instante, la misma mano tomó la suya con fuerza. Todo el lugar se iluminó de repente. Ya no estaba acurrucado en el suelo, envuelto en la oscuridad, sangrando en inexorable agonía. Ahora estaba caminando por la amplia galería de un palacio.

Reconoció el lugar de inmediato, a pesar de que solo había estado allí por breves momentos: el palacio de Marakar. El dolor insoportable que lo había atormentado hasta hacía un instante desapareció casi del todo, dejando apenas una sensación de cansancio y una molestia leve pero constante en sus articulaciones. Era como si su cuerpo hubiese envejecido de repente y portara ahora los achaques de una edad avanzada. Trató de mirarse las manos, de tocar su rostro, pero sus manos no le obedecieron y su mirada siguió clavada al frente, interesada en una muchacha con el cabello peinado en una larga trenza que miraba hacia afuera por uno de los ventanales de la galería.

La chica se volvió hacia él al escucharlo acercarse y sonrió con una sonrisa radiante.

—¡Sabrina! —exclamó Liam al reconocerla, pero sus labios no pronunciaron nada, sino que se estiraron en una sonrisa como la de ella.

Parecía como si hubiesen pasado siglos desde la última vez que había visto a su amada. Con lágrimas en los ojos, trató de estirar una mano para tocarla, trató de hablarle, pero no parecía tener dominio alguno de su cuerpo. Resignado, solo disfrutó el verla de nuevo, aunque no pudiera interactuar con ella. Y luego, un pensamiento horrible le cruzó por la mente: si ella estaba aquí… ¿significaba que estaba muerta también?




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