La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 104

Lug evaluó sus opciones: estaba demasiado débil para repeler la fuerza de veinte sylvanos en red; tampoco tenía la certeza de poder realizar un teletransporte seguro en su estado, y, además, huir solo pospondría lo inevitable. El Señor de la Luz decidió que su mejor jugada era responder a la pregunta de Meliter y zanjar la cuestión de una vez por todas.

—Soy Lug, la Llave de los Mundos —dijo despacio.

—¿Quién eres? —repitió Meliter la pregunta.

—Acabo de responderte eso —dijo Lug—. Ahora me toca a mí preguntar: ¿por qué cree Iriad que Sabrina no es la Reina de Obsidiana?

—Yo soy el que dirige este interrogatorio —respondió el sylvano con tono helado.

A una silenciosa orden de Meliter, los sylvanos que rodeaban a Lug respondieron apretando más sus manos, fortaleciendo el contacto. El Señor de la Luz sintió el impacto de la oleada de energía. Sus piernas ya no fueron capaces de sostenerlo en pie y cayó de rodillas.

—Aghhh —gimió Lug, llevándose las manos a la cabeza. Pestañeó varias veces y sacudió la cabeza, tratando de aclarar su mente—. Meliter… —jadeó con esfuerzo—. Esto no es necesario, tengamos una conversación civilizada, por favor —rogó.

—¿Quién eres? —repitió Meliter por tercera vez.

—Ya te lo dije, soy Lug. ¿Quién más tendría el poder para cruzar hasta Arundel y ocupar el cuerpo de Iriad?

—¿Dónde está Iriad?

—Ocupando mi cuerpo, supongo.

—¿Supones?

—Escúchame, Meliter, esta situación es tan confusa para mí como lo es para ti. Te aseguro que no fui yo el que hizo esto.

—¿Fue Dana junto con el muchacho, Augusto?

—No, no, no fueron ellos, fue… —Lug no pudo terminar la frase, su voz no le respondió.

Una niebla verde comenzó a envolverlo. Sintió un fuerte mareo. No podía enfocar a Meliter ni hablar. ¿Por qué no le permitían explicar las cosas? ¿Qué sentido tenía interrogarlo si no lo dejaban hablar? La niebla verde a su alrededor se hizo cada vez más oscura. Lug terminó de desplomarse en el suelo. Oía la voz de Meliter como un eco lejano e ininteligible. Le estaba haciendo otra pregunta, pero Lug no podía entenderla. Tenía ganas de gritarles que debían dejar de atacarlo si esperaban una respuesta clara de su parte, pero le era imposible producir sonido alguno. Todo se volvió más y más oscuro a su alrededor. Sumado a la negrura que lo envolvía, Lug descubrió que ya no tenía control de su cuerpo, no podía moverse. Tampoco escuchaba ya la voz de Meliter, solo un silencio sobrecogedor e infinito. ¿Se había desmayado? No, no, su mente estaba lúcida y alerta. Lo suficientemente lúcida y alerta como para darse cuenta de la futilidad de su lucha por moverse o hablar. Lug hizo varias respiraciones calmantes y se relajó. Necesitaba recuperar su energía para poder salir de esto, y, para eso, debía comenzar por dejar de derrocharla en una pelea inútil.

Lug… —escuchó Lug una voz en su mente—. Lug, mi nombre es Iriad. Estás en mi cuerpo y yo en el tuyo. Sé que la situación debe ser un poco perturbadora, pero no fue mi elección que…

—Valamir —lo cortó Lug—, fue Valamir.

Lug no estaba seguro de si le estaba respondiendo a Meliter o a Iriad.

Sí, fue Valamir —admitió Iriad—. Su plan es un poco descabellado, pero creo que puede funcionar.

¿Qué plan? ¿De qué se trata realmente esto? —inquirió Lug.

Abre los ojos y velo por ti mismo —respondió Iriad.

Estoy en un lugar oscuro, no veo nada, no puedo moverme —protestó Lug.

Abre los ojos —insistió Iriad con suavidad.

No puedo, ya te dije que estoy paralizado.

—Solo imagina que los abres.

Lug abrió los ojos de su mente, y vio, y guardó silencio, anonadado, tratando de entender lo que tenía ante él. A primera vista, parecía una roca enclavada en la tierra en el claro de un bosque, una roca enorme que asemejaba un menhir celta, pero había más, mucho más. Un torbellino de distintos tipos de energía envolvía la piedra, fluctuando sin cesar, traspasando la materia, creando cristales efímeros que aparecían y desaparecían con distintas formas geométricas y distintas frecuencias de colores. Lug no estaba seguro de si los cristales estaban en el interior de la roca misma y él podía verlos escondidos por el rugoso y amarronado exterior o si eran solo formas etéreas de energía en movimiento, creando materia y disipándola constantemente.

—¿Puedes verlo? —preguntó Iriad, preocupado ante la falta de respuesta de la Llave de los Mundos.

Es… es un portal, ¿no es así? —dijo Lug, despacio.

Es el portal de Sorventus —asintió Iriad.

Sorventus —murmuró Lug para sí—. Nunca había visto una formación semejante —confesó.

En su mente, Lug extendió una mano y tocó uno de los cristales. La energía despedida por sus aristas sacudió la mano y el brazo de Lug con un hormigueo tibio y persistente.

—Algo está mal —comprendió Lug, soltando el cristal y viéndolo desvanecerse en la nada—. Está… —trató de encontrar las palabras— fuera de punto, descalibrado.




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