La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 105

Tienes la libertad de negarte, Lug —suspiró Iriad al ver que Lug seguía callado—. Ojalá no lo hagas, porque estarías condenando a muerte a toda una raza. A pesar de todo este monumental engaño, creo que debes considerar la razón verdadera por la que viniste a Ingra en primer lugar. Creo que no fue solo para proteger a tu hermana o promoverla a reina de un mundo entero.

Las palabras de Lorcaster volvieron a la mente de Lug: No, no me digas que estás aquí por Sabrina. Esa es solo una verdad a medias. A pesar de su enojo, su instinto le decía que era hora de dejar todas las recriminaciones de lado para poder examinarse a sí mismo y descubrir lo que en realidad había venido a hacer a Ingra, antes de que Cormac lo trajera de vuelta y lo envolviera en su “trama” como lo había llamado Lorcaster.

La primera vez que vine, llegué en medio de una guerra —dijo Lug despacio—. Pensé que lo mejor era no intervenir, pensé que no tenía derecho…

—Pero luego cambiaste de opinión —conjeturó Iriad.

Creo que, en el fondo, sabía que me había equivocado. Sabrina fue mi excusa para volver, para tratar de enmendar mi error, aunque en su momento, no lo sabía conscientemente.

—Déjame decirte algo sobre la postura del observador, Lug. El observador pasivo no existe. La mera presencia del observador interfiere y cambia lo observado. Y hay algo más: la intervención no es siempre errónea, esa es solo una ley que tú has inventado para deslindar tus emociones de tus acciones. Cada mundo que visitas, es un mundo que tocas y transformas, y eso no está ni mal ni bien. Todos intervenimos, creamos y destruimos. Es así como el universo se recrea, evoluciona y se expande. En este momento, tú tienes que decidir cómo vas a intervenir. Incluso negarte a tomar acción es una forma de intervención, una que causará mucho dolor y muerte en este mundo.

Después de un largo momento interminable, Lug decidió:

—Vine a Ingra a detener a Ileanrod y a unir las razas para que convivan en paz. Ese es mi deseo y mi objetivo.

—Y también el mío —dijo Iriad.

Dime cómo puedo ayudar.

Iriad suspiró, complacido y aliviado con la decisión de Lug. Acto seguido, se dedicó a explicarle el plan de Valamir. Después de un largo rato en el que Lug dejó que Iriad hablara sin interrumpirlo, decidió plantear ciertas preguntas sobre cosas que no estaban muy claras:

La Reina de Obsidiana sigue siendo un punto oscuro en este plan —dijo Lug—. ¿Quién es? ¿Dónde está?

—Valamir dice que ella se manifestará por sí misma, que vendrá a nosotros.

—¿Cómo sabremos que es ella y no otro engaño más?

—Bueno, aparte de su carácter híbrido, el cual puedo certificar personalmente, Valamir dice que será presentada por alguien de tu confianza, alguien a quién llaman el Caballero Negro.

Calpar, pensó Lug. Cormac le había dicho que Calpar había sido abducido, pero su secuestrador no había resultado ser Ileanrod como pensaban.

El Caballero Negro ha sido secuestrado —dijo Lug.

Las palabras de Lug dejaron mudo a Iriad. Valamir no le había hablado de ese detalle. ¿Se lo había guardado o no lo sabía?

¿Estás seguro? —fue todo lo que Iriad atinó a preguntar.

Sí.

Iriad guardó silencio.

Parece que el plan de Valamir tiene varios agujeros —comentó Lug.

No sé qué decirte con respecto a eso —dijo Iriad, despacio—. Lo único que puedo asegurarte es que comprometo mi palabra con esa causa.

—Pruébalo averiguando dónde está el Caballero Negro y quién lo tiene —le exigió Lug.

—Lo haré —prometió Iriad.

Por primera vez, Lug percibió que Iriad no era honesto.

¿Lo harás? —inquirió el Señor de la Luz—. Tus patrones mentales no están muy de acuerdo con esa promesa.

Iriad suspiró:

No me encuentro en una posición con libertad de movimiento —confesó—. En este momento, soy prisionero de Ileanrod. Lo engañé para que me trajera hasta el portal y así poder mostrártelo. No creo que pueda ir tras el Caballero Negro, no sin la ayuda de Valamir.

—Entonces, consigue su ayuda —le espetó Lug.

—No sé si eso sea posible. En este momento, está sacando a tus amigos de aquí. A estas alturas, debe estar en el continente.

—¿Te abandonó a tu suerte a merced de Ileanrod?

—Puedo cuidarme solo —porfió Iriad.

Esta vez fue Lug el que guardó un largo silencio.

Dime una cosa, Iriad —habló al fin—. Si el problema es Ileanrod, ¿por qué Valamir simplemente no lo eliminó de la ecuación? ¿Tan difícil es deshacerse de uno de ustedes?

—Como todos nosotros, Ileanrod tiene un rol importante en la Restauración.




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