—Acamparemos aquí —decidió Liderman, deteniendo los caballos y saltando al suelo desde su carreta.
Orel, que venía viajando a su lado, asintió en silencio y fue a la parte de atrás a avisarles a los demás pasajeros.
—Liderman dice que este es un buen lugar para hacer una parada —anunció Orel a los demás.
Kalinda fue la primera en asomar la cabeza por la abertura trasera del toldo de la carreta para inspeccionar el sitio elegido por Liderman. El lugar era rocoso y un tanto inhóspito, alejado de las rutas comerciales y de los caminos reales de Agrimar. El terreno no ofrecía mucha posibilidad de conseguir sustento, pero las rocas ofrecían buen refugio del viento y había un pequeño hilo de agua cristalina que brotaba en medio de dos enormes piedras oscurecidas por la humedad y los líquenes.
—¿Dónde estamos exactamente? —preguntó la Sanadora, dando un salto a tierra.
—Al sur de Lestrova —respondió Orel—. Franco dice que mañana llegaremos a la costa.
—El asunto será conseguir una embarcación —hizo una mueca de preocupación Kalinda.
—Tal vez podríamos preguntar en la propia Lestrova —sugirió Calpar desde atrás.
—Eso llamaría demasiado la atención —meneó la cabeza Orel—. Si lo que Riga vio es exacto, Lug está en manos del enemigo y seguramente habrá espías en el área, buscándonos.
—Además de peligroso, ir a Lestrova es inútil —opinó Liderman mientras desenganchaba los caballos de la carreta, ayudado por Orsi—. La ciudad está a treinta kilómetros del mar. Ningún lestroviano en su sano juicio se dedicaría a construir botes o estaría interesado en tener uno. El fuerte de Lestrova es la ganadería, no la pesca.
Orel se volvió hacia Felisa, que estaba absorta, observando el hilo de agua que corría por las rocas:
—¿Alguna idea? —le planteó.
—¿Alguna idea? —remedó ella con sarcasmo—. Ustedes son los que me arrastraron en este viaje de locura, así que resuélvanlo por sus propios medios —gruñó, enojada.
Felisa se alejó del grupo sin más y comenzó a escalar por las rocas.
—¡Felisa! ¿A dónde vas? —la llamó Kalinda.
—A explorar. Necesito un poco de paz —dijo ella sin mirarla.
—No te alejes demasiado… no sabemos si…
—Ya deja de tratarme como si fuera una muñeca de cristal, Kalinda —protestó ella, escalando más alto y desapareciendo de la vista de los demás.
—Orel, ve tras ella —le pidió la Sanadora.
—No —se interpuso Riga—. Déjenme hablarle.
Kalinda aceptó el ofrecimiento de la adivinadora con cierta reticencia. Madame Iuxta se encaminó hacia las rocas. Su ascensión fue mucho más lenta y tortuosa.
—Nunca pensé que le costaría tanto comprender su rol —murmuró Kalinda, preocupada.
—No está de mal humor porque no lo comprende —intervino Calpar—, sino porque lo comprende demasiado bien.
—Apenas ha dicho una palabra en todo el viaje —dijo Kalinda—. Pensé que tomaría el mando, que nos guiaría, pero no parece interesarse por nada de esto.
—Oh, está interesada —aseguró Calpar—, y tomará el mando cuando sea necesario.
—¿Cómo puedes saberlo? Todo lo que hace es alejarse de nosotros en cuanto puede. Pasa horas en soledad y apatía.
—Soledad, sí, apatía, no —dijo Calpar.
—¿Qué es lo que está haciendo? ¿Por qué se comporta así?
—Está dejando que sus súbditos arreglen los detalles del viaje: campamentos, provisiones, bote, mientras ella se encarga de pensar en lo que haremos cuando lleguemos a Sorventus —explicó Calpar.
—En resumen, se está comportando como una reina —sonrió Liderman.
—¿Por qué no nos lo dice, entonces? —protestó Kalinda—. Si está planeando algo, debemos saberlo.
—Felisa tiene sus tiempos —dijo Calpar—. Creo que deben aprender a respetarlos. Si realmente creen que ella es su líder, su reina, deben empezar a demostrar que confían en ella en vez de atosigarla.
—Debemos dejarla en paz, como lo ha estado pidiendo desde el principio —aceptó Orel.
—Exactamente —confirmó Calpar.
—Deberíamos decirle a Riga que la deje sola —opinó Kalinda, mirando hacia las rocas.
—Oh, no te preocupes. Si Felisa no la quiere cerca, la veremos rodando barranca abajo en cualquier momento —dijo Calpar, medio en broma, medio en serio.
***
Felisa levantó la vista, exasperada al escuchar los pasos pesados y la respiración jadeante de Riga.
—¿Puedo…? ¿Puedo sentarme junto a ti? —preguntó la Adivinadora tentativamente, un tanto inhibida por la mirada hostil de la otra.
—Es un mundo libre —se encogió de hombros Felisa.
—No, no lo es —murmuró Riga—, es por eso por lo que es necesario pedir permiso a su reina.
—Todavía no soy la reina de Ingra, y si lo fuera, lo primero que haría sería decretar que este es un mundo donde cualquiera puede sentarse donde quiera.
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Editado: 19.02.2021