La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE IX: BAJO NUEVA ADMINISTRACIÓN - CAPÍTULO 110

Lug apartó la mirada de Meliter y la dirigió hacia la ventana, estudiando con atención la ciudadela:

—Es hermosa —comentó, tratando de desviar el tema de su cargo de Druida.

—Yo fui uno de los arquitectos encargados del diseño —respondió Meliter—. Cada detalle es agradable a la vista. Cada aroma es placentero. Cada sonido es armonioso. Un paraíso perfecto.

—Se nota —asintió Lug—. ¿Son felices aquí?

—Nuestra existencia es pacífica, tranquila, libre de conflicto —respondió Meliter.

—Entonces, no lo entiendo —frunció el ceño Lug.

—¿Entender qué?

—La Profecía, la obsesión con volver a Ingra. Comprendo que Ingra es su hogar original, pero… ¿No es este un mejor lugar que el que tenían antes?

—Es mejor en todos los sentidos excepto en uno: no es real.

—¿Es eso tan importante?

—Lo es cuando acarrea consecuencias irreversibles.

—¿Qué consecuencias?

—Al desfasarnos de Ingra, perdimos la fuente de energía de su tierra, de su agua, de su sol. Creamos un mundo de la nada, pero nada sale de la nada. Arundel está sostenido por nuestra propia energía, la cual no podemos recuperar. Cada cosa que comemos o bebemos, cada inspiración de aire es solo ilusión, y, por lo tanto, no podemos realmente alimentarnos, no podemos recuperar la energía perdida. Solo estamos desgastándonos hasta la muerte sin posibilidad siquiera de reproducirnos y procrear nuevos sylvanos que puedan perpetuar nuestra raza. Nuestra salvación fue solo cambiar una condena rápida, muriendo masacrados por los humanos, por una más lenta, marchitándonos en Arundel. Poco a poco hemos perdido nuestros dones, nuestra fuerza. ¿Por qué crees que necesité la ayuda de veinte de nosotros meramente para contenerte?

—Perdieron sus habilidades especiales —comprendió Lug.

—Sí —confirmó Meliter—. Por eso, cuando te vi sanar a seis electrocutados, trayéndolos de vuelta de la muerte, supe enseguida que no eras Iriad. Iriad perdió su poder sanador hace mucho tiempo. Él es el más débil de todos nosotros, pues sobre sus hombros está la carga más pesada: mantener el orden de este mundo ante el caos de la nada que lo acecha de forma inexorable. Él es el que dirige y ordena la energía que sostiene este mundo.

—¿Cuánto tiempo queda?

—Según mis cálculos, unos cincuenta años, pero sin Iriad, las cosas comenzarán a degradarse en semanas. Lo único que podría salvarnos es que la hora de la Profecía haya llegado, pero la chica que vino a nosotros no es la Reina de Obsidiana.

—Valamir asegura que la Reina de Obsidiana vendrá pronto —dijo Lug.

—¿Valamir?

—Todo esto es su plan: ponerme en el cuerpo de Iriad y a Iriad en el mío, reactivar y alinear Sorventus…

—¿Qué?

—Es largo de explicar —dijo Lug—, pero Iriad confía en Valamir y yo confío en Iriad.

—Pero Sorventus… —meneó negativamente la cabeza Meliter.

—Sí, sé que es peligroso, pero Iriad piensa que yo puedo alinear los portales si tú me guías al lugar donde se encuentra el de Arundel.

—¿Qué está pasando exactamente del otro lado? ¿Qué pasó para que Iriad esté trabajando con Valamir y no con Ileanrod? —entrecerró los ojos Meliter con desconfianza.

—Ileanrod quiere iniciar una guerra de aniquilación total de la raza humana y así restaurar la hegemonía de los sylvanos en Ingra. Quiere reemplazar el liderazgo de Iriad y desestimar el papel de la Reina de Obsidiana. Como Iriad no está de acuerdo, Ileanrod lo mantiene cautivo. Valamir finge trabajar para Ileanrod, pero tiene un plan paralelo en el cual cumplirá con la Profecía.

—Pero la reina aún no aparece —cuestionó Meliter.

—No, pero como dije…

—Valamir dice que aparecerá pronto —terminó Meliter—. ¿Cómo lo sabe él?

—No lo sé —se encogió de hombros Lug—. Supongo que solo tiene fe en la línea de tiempo que eligió.

—Una sola persona no puede doblegar una línea de tiempo completa —meneó la cabeza Meliter—. Esto es una locura. Si los eventos no se aceleran, Arundel se desintegrará antes de que podamos sacar a los sylvanos sanos y salvos de aquí.

—Llévame al portal, déjame trabajar con Iriad para estabilizar el enlace —lo urgió Lug.

—¡No puedes siquiera sostenerte en pie! —lo cuestionó el otro—. ¿Tienes idea de la cantidad de energía que necesitarás para hacer lo que planeas?

Lug no respondió. Sabía que Meliter tenía razón: no estaba ni remotamente en condiciones de iniciar la alineación, y menos sin tener fuentes de agua reales de donde sacar poder extra para el trabajo.

—Debes descansar y reponerte —suavizó el tono Meliter—. Mientras tanto, iré a liberar a tus amigos de las cámaras y enviaré guardias al bosque.

—No necesitas enviar guardias al bosque —dijo Lug—. Sabrina y Bruno no huyeron de la ciudadela, están en la habitación donde los encerraste en un principio. Les pedí que esperaran allí hasta que yo fuera a buscarlos.




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