La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE IX: BAJO NUEVA ADMINISTRACIÓN - CAPÍTULO 111

Cormac atacó con ahínco el estofado caliente que le trajo el posadero. Después de caminar treinta kilómetros desde la costa hasta Lestrova, estaba cansado y hambriento.

—No es necesario que te atragantes —le advirtió Yanis del otro lado de la mesa.

Valamir, que estaba sentado a su lado en la posada El Caballo Loco, solo suspiró. Ni Yanis ni Valamir parecían tener apetito. Yanis paseó la mirada por la sala y se revolvió inquieto al notar que los parroquianos los observaban con distintos grados de interés.

—Me parece que no se tragaron tu historia de que somos mercaderes venidos de Vikomer —le murmuró Yanis a Valamir.

—Fue una historia estúpida —concordó Cormac con la boca llena.

—No importa si lo creyeron o no —se encogió de hombros Valamir—, no estaremos aquí el tiempo suficiente para que saquen conjeturas peligrosas.

—¿Conjeturas peligrosas? —cuestionó Liam, mojando un trozo de pan en su estofado—. ¿Como cuáles?

—Como que somos espías —respondió Cormac—. La gente de Agrimar es un poco paranoica al respecto.

—Y nuestros acentos extranjeros no ayudan —completó Yanis.

—Solo comeremos, conseguiremos tres caballos y nos largaremos de aquí —prometió Valamir—. Eso no nos llevará el tiempo suficiente para que nos denuncien a los agentes reales de Rinaldo. La ciudad más cercana con un puesto militar está a días de aquí.

—Cuatro caballos, querrás decir —lo corrigió Liam.

—No, solo tres para ustedes —meneó la cabeza Valamir—. Yo debo volver a Sorventus antes de que Ileanrod se dé cuenta de que han escapado con mi ayuda.

—¿Dejarás que haga mi parte solo? —frunció el ceño Yanis—. ¿Cómo se supone que voy a convencer a Rinaldo sin pruebas?

—Las pruebas están en camino —le aseguró Valamir—. Para cuando llegues a Vikomer, te estarán esperando. Confía en mí.

—Es bastante difícil confiar en ti cuando no nos dices los detalles de esta misión suicida —le reprochó Liam.

—Liam tiene razón —opinó Cormac—. Envías a Yanis por su cuenta a la corte de Rinaldo y a nosotros nos mandas a Marakar a detener a Zoltan sin explicarnos cómo cuernos podemos hacerlo.

—Es difícil, pero no es suicida —corrigió Valamir—. Deben averiguar cómo hizo Ileanrod para reclutar a Zoltan, eso les dará la ventaja sin necesidad de confrontarlo físicamente, lo cual no les recomiendo.

—¿Y tú no lo sabes? —le recriminó Liam—. ¡Creí que eras la mano derecha de ese maniático!

—Shshsh —lo apaciguó Valamir al ver que varias cabezas se volvían hacia ellos desde las otras mesas—. Les he dicho todo lo que puedo decirles, lo juro.

—Todo lo que puedes decir, pero no todo lo que sabes —le reprochó Liam.

—Todo lo que necesitan saber, lo saben —retrucó Valamir.

—Siempre te guardas algo, ¿no es así? Me parece que, si las cosas salen mal, tienes todo preparado para salvar tu propio pellejo sin importar que todo lo demás se hunda —cuestionó Liam.

—Si las cosas salen mal, Liam —porfió Valamir—, todos moriremos sin remedio, yo incluido. ¿Crees que no les daría más información si pudiera?

—Lo que no entiendo es por qué no puedes.

—Solo puedo intervenir hasta cierto punto para no romper el delicado balance de la línea de tiempo que cumplirá con la profecía —dijo Valamir.

—¡Qué conveniente! —exclamó Liam con agrio sarcasmo.

—Creo que, en eso, está diciendo la verdad —apoyó Cormac una mano sobre el brazo de Liam para calmarlo.

—¿Tú te pones de su lado ahora? —lo cuestionó Liam.

—No, es solo que sé algo más que tú sobre líneas de tiempo y profecías —respondió Cormac.

—¡Al diablo con las líneas de tiempo y todo ese cuento! —retrucó Liam—. Lo cierto aquí es que tú y yo no podemos detener a Zoltan por nuestra cuenta. Si algo de todo esto tiene la mínima posibilidad de salir bien, necesitamos que Lug nos ayude en vez de estar retozando alegremente en Arundel.

—Lug tiene una tarea mucho más difícil que la de ustedes, créeme —intervino Valamir.

—Tarea de la que no nos puedes hablar tampoco, ¿eh? —le saltó Liam.

Valamir solo apretó los labios sin contestar.

—Hubiese sido más fácil matar a Ileanrod de entrada directamente —musitó Yanis, jugueteando distraídamente con su tenedor—. Eso nos habría ahorrado todo este peligroso lío.

—No podemos matar a Ileanrod —meneó la cabeza Valamir con un suspiro cansado.

—¿Por qué no?

—Porque entonces alguien más tendría que tomar su lugar, y eso no es posible —respondió Valamir dando un puñetazo sobre la mesa con exasperación—. ¿Crees por un momento que no lo habría matado con mis propias manos de no necesitarlo vivo y libre?

El exabrupto no solo movió la curiosidad de los demás parroquianos hacia los asuntos de estos cuatro desconocidos, sino que también atrajo al posadero que se acercó a la mesa:




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