Sabrina entró en la habitación de Iriad de forma intempestiva y con la cabeza en alto. Lug, Dana y Augusto interrumpieron su conversación y la miraron, expectantes. Bruno entró detrás de ella. Dana suspiró con cierto alivio al ver que Bruno no presentaba lesiones visibles. La charla entre aquellos dos debía haber ido bien.
—Tengo algo que decir —anunció Sabrina.
—Te escuchamos —asintió Lug.
—Por las razones que sean, ya no soy parte de su plan, así que no les debo nada y no aceptaré que me sigan manipulando a su antojo.
Los demás permanecieron en silencio.
—Sin embargo, aunque yo no les debo nada, ustedes sí tienen una deuda conmigo y pretendo cobrarla —continuó Sabrina con firmeza—. He aquí mis demandas: me llevarán a Ingra y me ayudarán a rescatar a Liam de las manos de Stefan.
—Liam está bien. Ya no es prisionero de Stefan —respondió Lug.
El rostro de Sabrina se iluminó. Le dieron ganas de abrazar a Lug con fuerza ante la noticia, pero se contuvo, manteniendo una expresión de severa autoridad. Lug no tuvo el coraje para aclarar que, en realidad, Liam estaba en camino a frenar una guerra, en una misión que tenía muchas probabilidades de terminar con su vida.
—Me encargaré personalmente de reunirte con él, es una promesa —dijo Lug.
Sabrina luchó por contener una sonrisa de satisfacción. Como vio que era tan fácil obtener lo que quería, decidió pedir más:
—Hay otra cosa que quiero: se me prometió un maestro que me enseñara a usar mi poder, es imperativo que ese compromiso se mantenga.
—Pero para eso tendrás que quedarte un tiempo en Arundel —opinó Augusto.
—No —dijo Lug, terminante—. Ninguno de nosotros puede quedarse en Arundel —y luego a Sabrina: —Pero te prometo que encontraré un maestro para ti.
—¿Por qué? ¿No dijiste que las cosas estaban bien con los sylvanos? —cuestionó Augusto.
—Sí, lo están por ahora, pero eso no importa. Arundel se desintegrará en poco tiempo. Todos tenemos que salir de aquí.
—¡¿Qué?! —exclamó Dana, azorada—. ¿Meliter sabe de esto?
—Sí, fue él el que me lo explicó —respondió Lug—. Al parecer, la ausencia de Iriad acelerará el proceso de degradación de cincuenta años a meras semanas.
—Ya veo —asintió Dana—. Ahora la maniobra de Valamir toma sentido.
—¿A que te refieres? —frunció el ceño Lug.
—¿Recuerdas lo que pasó en Medionemeton en el Círculo?
—¿La división de la comunidad de las mitríades? ¿Qué tiene que ver con esto?
—Esta gente ha vivido por cientos de años en este lugar perfecto —explicó Dana—. Si se les diera la oportunidad de irse de aquí, no todos la tomarían. Siempre habría un grupo que preferiría cincuenta años de vida pacífica a la posibilidad de una muerte violenta en Ingra.
—Pero si su hogar va a desintegrarse en semanas, no tendrán más remedio que aceptar el éxodo y tomar el riesgo —asintió Lug, comprendiendo.
—Parece que Valamir pensó en todo —opinó Augusto—. Aunque el marco de tiempo que nos dejó para realizar la Restauración es un poco ajustado.
—Es por eso por lo que es imperativo que recupere mis fuerzas para intentar estabilizar el portal e iniciar el traslado de todos hacia Ingra por Sorventus —dijo Lug.
—¿No por Caer Dunair? —cuestionó Dana.
—Caer Dunair fue cerrado.
—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Augusto.
—Todavía no sé bien los detalles. Iriad va a ayudarme desde el otro lado, pero necesito disponer de mucha energía. Normalmente, me conecto con fuentes de agua para potenciar mi poder, pero Arundel no tiene fuentes de agua reales. He pensado que tal vez la fuerza personal de los sylvanos unidos en cadena pueda ayudar, pero sus poderes están notablemente disminuidos y lo que les queda de energía lo utilizan para sostener la existencia de este mundo.
—Tal vez no sea necesario usar la energía de los sylvanos —dijo Dana—. Tenemos un amplificador que puede ayudar.
—¿Qué amplificador? —inquirió Sabrina.
—El Tiamerin —contestó Dana.
Augusto abrió la boca para protestar.
—Lo sé, lo sé —lo cortó Dana con una mano en alto—. Sé que es peligroso y que, en este ambiente, la reacción del Tiamerin es impredecible, pero…
—Es una opción para tener en cuenta —aceptó Lug a pesar del ceño fruncido en desacuerdo de Augusto.
—¿Qué hay de mí? ¿Puedo ayudar? —se ofreció Sabrina—. Pude traspasar el Bucle, tal vez pueda ayudar con Sorventus también.
—Eso es más peligroso que usar el Tiamerin —desaprobó Augusto.
—Tu ayuda es bienvenida, Sabrina —le sonrió Lug—. Estoy seguro de que los sylvanos apreciarán tu gesto.
—No hago esto por ellos, ni por ustedes —respondió Sabrina con altanería—, lo hago porque coincide con mi plan de regresar a Ingra.
—Por supuesto —asintió Lug, reprimiendo cuidadosamente otra sonrisa.
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Editado: 19.02.2021