La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XI: BAJO SOSPECHA - CAPÍTULO 120

Felisa se despertó sobresaltada en el campamento. Con la respiración agitada, se dio cuenta de que tenía el colgante con la obsidiana fuertemente apretado en su mano.

—¿Pesadilla? —le sonrió Riga, sentada a su lado.

Felisa no contestó.

—Liderman ha preparado un espléndido desayuno, digno de una reina —cambió de tema Riga rápidamente—. ¿Tienes hambre?

Felisa asintió. El exquisito aroma que se desprendía del caldero sobre el fuego le ayudó a olvidar por un momento su extraño sueño. Se puso de pie, se desperezó y se acercó a los demás, que la recibieron saludándola de buen humor y ofreciéndole un cuenco humeante. Felisa lo tomó de buen grado.

—¿Cuándo partimos hacia la costa? —preguntó la reina a sus compañeros de viaje, tratando de que no se notara la ansiedad en su voz.

—La mayoría de nuestras cosas ya están empacadas —respondió Liderman—. Yo diría que apenas termines tu desayuno, podemos partir sin gran demora.

—Bien —asintió Felisa, devolviendo el cuenco a Liderman—. Entonces, vámonos ahora mismo.

—¿Por qué no terminas de desayunar? Unos minutos más o menos no harán la diferencia —le sonrió amigablemente el comerciante.

—Cada minuto hace la diferencia —respondió Felisa, poniéndose de pie bruscamente.

—¿Pasó algo? —frunció el ceño Kalinda—. ¿Algo que debemos saber?

—Lo que deben saber es que debemos partir ya —dijo Felisa sin dar más explicaciones.

El clima relajado del campamento se tensó y todos obedecieron con rostros serios. Liderman apagó el fuego mientras Orsi enganchaba los caballos en la carreta. Kalinda recogió las mantas del suelo y las dobló cuidadosamente con la ayuda de Orel. Calpar siguió a Felisa hasta la carreta:

—¿Estás bien? —le preguntó con el rostro preocupado.

—La verdad, no —meneó ella la cabeza—. Pero no estoy lista para explicarlo a los demás. Kalinda y Orel solo tratarán de detenerme con la excusa de protegerme y no me dejarán hacer lo que debo hacer. ¿Puedes mantenerlos alejados mientras hablo con Riga en privado?

—Tu secretismo los tiene inquietos y tu repentina aparente amistad con la adivinadora no ayuda —dijo Calpar.

—¿Puedes sacármelos de encima por unos minutos o no? —protestó ella, enfurruñada.

—Felisa, Kalinda y Orel han vivido toda su vida esperando este momento. Solo quieren servirte.

—No —dijo Felisa—, solo quieren ejercer presión para que sus expectativas se vean cumplidas. Eso no es servicio, es coacción. Piensan que las cosas deben hacerse a su manera. Piensan que deben educarme e instruirme acerca de mi misión.

—Considerando que hasta hace un par de días ni siquiera querías mencionar el tema de tu misión, no los culpo. Tu repentina aceptación de tu rol les parece sospechosa. Solo desean un poco de clarificación acerca de cómo sucedió para poder entenderlo.

—No necesito darle explicaciones a nadie sobre mi accionar —respondió ella con arrogancia.

—Respeto eso —respondió Calpar con calma—, pero ten en cuenta que ellos solo quieren ayudar.

—Cuando necesite su ayuda la pediré —retrucó ella—, mientras tanto, necesito un poco de espacio personal para poner las cosas en orden en mi cabeza.

—¿Lo ves? No era tan difícil dar una explicación —sonrió él, ignorando a propósito el obvio hecho de que había algo más—. Te conseguiré el espacio que requieres. ¿Le digo a Riga que venga a la carreta?

—No, dile que la encontraré arriba de la barranca, donde conversamos antes.

Calpar asintió, fue hasta donde estaba Riga y transmitió el mensaje. Riga dejó lo que estaba haciendo y se alejó del campamento de inmediato, bajo la mirada suspicaz de Kalinda.

—¿Otro encuentro secreto con la Adivinadora? —frunció el ceño desaprobadoramente Kalinda.

—Déjala en paz, Kalinda —le dijo Calpar.

—¿Por qué no confía en nosotros? No lo entiendo —dijo Orel, acercándose a los otros dos.

—Es el desbordado afán que ustedes tienen por hacerle entender la importancia de la Restauración lo que la repele —explicó Calpar—. Si se relajan un poco y la dejan respirar, ella misma vendrá a ustedes. Les está diciendo a gritos que no pueden forzarla a su idea de cómo deben hacerse las cosas.

—No es nuestra idea, es la Profecía —protestó Orel.

—¿Por qué confía en una humana como Riga en vez de en su propia gente? —cuestionó Kalinda.

—Ella es híbrida, ¿recuerdas? Los humanos son su propia gente tanto como ustedes. Y supongo que es ese tipo de pensamiento que tienes lo que hace que ella decida confiar más en Riga que en ti —le reprochó Calpar—. ¿Qué pasa, Kalinda? Cuando nos conocimos me hablaste de que la grieta entre Ileanrod y ustedes se había dado precisamente porque ustedes simpatizaban con los humanos. ¿O es que tu aversión es para con Riga en particular?

Kalinda y Orel bajaron la vista al piso en silencio, avergonzados. Calpar suspiró:

—No lo tomen tan a pecho —trató de suavizar las cosas—. Entiendo que la convivencia abierta y pacífica entre humanos y sylvanos es algo nuevo para todos y les costará un poco acostumbrarse a la idea.




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