—¿Vienes con ella? ¿Vienes a presentarla ante Lug? —preguntó el mago a Calpar sin rodeos, estirando el cuello para estudiar a los demás miembros del grupo que se mantenían a distancia.
—¿Quién eres? —entrecerró Calpar los ojos con desconfianza.
—Comenzaba a dudar de esta parte, pero el destino es puntual y preciso —sonrió el mago con alivio—. Mi embarcación está a tu disposición, desde luego. Los llevaré a Sorventus en cuanto lo dispongan.
—¿Cómo sabes…? —comenzó a cuestionar Calpar.
Antes de que el Caballero Negro pudiera terminar, Orel desenfundó un puñal oculto y avanzó hasta ponerse junto a Calpar para estudiar al mago de cerca.
—¡Valamir! —exclamó Orel, descubriendo su rostro y amenazando al mago con el puñal.
—Hola, Orel —lo saludó Valamir amigablemente, sin prestar la más mínima atención al puñal apuntado a su vientre—. Debí suponer que serías tú el encargado de esta parte. ¿Está Kalinda contigo?
Al escuchar su nombre, Kalinda se descubrió la cabeza y avanzó hacia el muelle con las manos abiertas y los dedos crispados, listos para invocar su hechizo de niebla asesina.
—Me alegro mucho de verlos bien —dijo Valamir con sinceridad.
—¿Te alegras? —arrugó el entrecejo Kalinda—. ¿Por qué? ¿Sumarás muchos puntos con Ileanrod si le llevas nuestras cabezas?
—Si quisiera llevar sus cabezas ante Ileanrod, no me habría pasado todos estos años protegiendo esas cabezas de él en primer lugar, ¿no lo crees? —le retrucó Valamir.
—Siempre fuiste un mentiroso descarado —le gruñó Kalinda con desprecio—. Si no nos ejecutaste es porque no pudiste encontrarnos.
—Conozco todos tus movimientos, Kalinda —suspiró Valamir—. Escapaste de la hoguera gracias a mi discreta intervención y encontraste un bosque alejado donde por suerte te ocultaste lo suficientemente bien como para que me fuera fácil desviar la atención de Ileanrod para que no te encontrara. Y tú, Orel, te uniste a un vendedor de vinos de nombre Franco Liderman y te mantuviste siempre en movimiento para evitar la captura. Eso fue inteligente, pero tu frente falso era demasiado conspicuo. Me costó más mantenerte a salvo a ti que a Kalinda.
Hubo un tenso silencio que se alargó por casi un minuto entero.
—Nuestras desavenencias no importan —dijo Valamir al fin—. Lo que importa es que puedo llevar a la Reina de Obsidiana a Sorventus.
—¿A cambio de qué? —le espetó Orel.
—A cambio de nada, excepto tal vez, de que me dejen aunque sea conocerla para que pueda jurarle lealtad —respondió Valamir.
—¡De rodillas, entonces! —gritó una voz desde atrás.
Valamir dirigió la mirada hacia la figura encapuchada que había hablado. Vio que llevaba un colgante de negra obsidiana. Asintió y se arrodilló sobre la madera sin protestar. Felisa avanzó hasta él y se bajó la capucha:
—No tenemos tiempo de evaluar tu lealtad —le dijo la reina—. Nos llevarás a Sorventus y decidiremos tu destino al llegar a la isla.
—Desde luego, mi señora —respondió respetuosamente Valamir—. Una vez que lleguemos a Sorventus, podrán hacer conmigo lo que deseen, pues mi parte habrá terminado.
—Soy yo la que decidiré eso —le espetó ella.
—Sí, mi señora —respondió obedientemente Valamir.
—Atenlo bien y amordácenlo —ordenó la reina—. Orsi, si intenta algo, tienes permiso de hacer que se arrepienta para toda la vida.
Orsi asintió con el rostro serio y hosco. Liderman y Orsi tomaron unas sogas del velero y le ataron las manos a Valamir. Valamir se dejó hacer, todavía de rodillas, sin oponer la más mínima resistencia. Lo amordazaron y lo ataron al mástil. Luego abordaron todos, distribuyendo su peso para equilibrar el pequeño barco. Liderman soltó amarras y manipuló la vela. En menos de media hora, se internaron en el mar.
—Quítale la mordaza —ordenó Felisa a Orel, señalando a Valamir. Llevaban ya una hora navegando.
—¿Crees que sea prudente? —cuestionó Orel—. Valamir tiene fama de poder influir en las mentes.
—Si es así, la mordaza no hará la diferencia —respondió Felisa.
—No, me refiero a que…
—Quítale la mordaza —lo cortó Felisa—. Necesito interrogarlo para saber si tiene la información que ustedes no pueden suministrarme.
—Las mentiras de su boca son más peligrosas que la ausencia total de información —opinó Kalinda.
—No soy tan tonta como para tomar lo que me diga a pie juntillas —protestó Felisa, molesta.
—No, desde luego, no quise decir eso —se disculpó Kalinda.
—No voy a pedirlo otra vez, Orel. ¿O es que necesito hacer todo por mí misma?
Orel quitó la mordaza de la boca de Valamir y le apoyó su puñal en el cuello:
—Si te atreves siquiera a respirar de forma sospechosa, te cortaré la garganta —le gruñó al prisionero.
—Entiendo —respondió Valamir con el rostro serio.
Felisa observó a Valamir por un largo minuto sin hacer ninguna pregunta.
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Editado: 19.02.2021