La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XI: BAJO SOSPECHA - CAPÍTULO 125

Ileanrod desvió su atención de Iriad por un momento al escuchar pasos que se acercaban por el sendero. Eran dos de sus guardias. Lo que sea que venían a comunicarle no era bueno, pues ninguno de los dos se atrevía a mirarlo a los ojos y ambos se mantenían a una distancia más que prudencial de su amo.

—¿Qué pasó? —inquirió Ileanrod sin rodeos.

—Señor… —comenzó uno de sus hombres, haciendo una mueca reticente.

—¡Escúpelo de una vez! —le ordenó Ileanrod.

—Valamir no está en la isla —respondió el guardia con la voz temblorosa.

—¡Les ordené específicamente que lo vigilaran! ¡No tenían otra tarea más que esa! —les gritó Ileanrod con furia.

Ileanrod había decidido mantener vigilado a Valamir después de enterarse de que su aliado había sostenido una conversación con Iriad sin su conocimiento. No le gustaba que Valamir hiciera cosas a sus espaldas, y mucho menos, en este momento tan crítico de su plan. Sin embargo, no creía que Valamir lo estuviera traicionando; más bien parecía que quería ayudar a su manera, con ideas e iniciativas propias que mantenía en secreto por temor a que fueran coartadas por Ileanrod si se las exponía. Ileanrod no tenía tiempo para amonestar personalmente a Valamir por sus transgresiones, pero había tenido el tino de poner a sus esbirros a observar sus movimientos y alertarlo de cualquier comportamiento sospechoso. El hecho de que Valamir abandonara la isla sin su permiso era más que extraño y anormal, pero seguramente había una explicación plausible, una justificación coherente, e Ileanrod terminaría perdonando su desobediencia como lo había hecho tantas veces antes. Pero sus loables intenciones de disculpar a su aliado se disiparon cuando el guardia habló de nuevo:

—Hay algo más… —tragó saliva el guardia—. Los prisioneros…

—¿Qué? ¿Qué pasa con los prisioneros? —lo instó Ileanrod a continuar.

—Tampoco están en la isla, señor —respondió el guardia con un hilo de voz.

Ileanrod apretó los puños y descargó su furia golpeando al guardia de lleno en el mentón. El desprevenido guardia cayó hacia atrás, pero no alcanzó a perder la conciencia. Ileanrod le apoyó una pesada bota sobre el pecho cuando el pobre hombre trató de arrastrarse fuera del alcance del furioso mago. El otro guardia solo se mantuvo petrificado en el lugar con el rostro pálido de terror. Con gran esfuerzo, Ileanrod se contuvo de matarlos. No eran ellos los que merecían la muerte, sino el traidor de Valamir.

Respirando hondo para calmarse, Ileanrod se volvió hacia el guardia que todavía estaba de pie:

—¿Qué más? —exigió saber.

—El… el… el velero no está —tartamudeó el otro, asustado—. Los guardias que estaban apostados en el embarcadero no vieron nada —explicó—. Solo… solo desapareció.

Ileanrod tuvo que hacer varias respiraciones más para no patear al caído guardia que tenía a sus pies.

—Ayuda a tu compañero a levantarse —le ordenó Ileanrod al segundo guardia, mientras se volvía hacia Iriad.

Iriad llevaba varias horas sentado en el suelo, en estado de trance profundo, envuelto en una luminosidad verde que se desprendía del trozo de Óculo que llevaba colgado sobre el pecho. Ileanrod lo observó por un momento. ¿Qué instrucciones de Valamir estaba siguiendo Iriad? Ileanrod no tenía idea, pero sabía que tenía que detenerlo. Sin pensarlo dos veces, tomó la gema verde y la arrancó del cuello de Iriad de un tirón.

El Druida despertó de repente, volviendo a la realidad de forma tan abrupta que se sintió mareado por unos segundos. No sabía lo que había llevado a Ileanrod a interrumpirlo, pero su intervención había llegado en el peor momento, justo cuando Dana, unida a Lug, había hecho contacto con él desde Arundel. Iriad levantó la vista hacia Ileanrod, con el ceño fruncido en desaprobación y dispuesto a reprenderlo por su impaciencia. Sus palabras quedaron congeladas en su garganta al ver el colgante verde en la mano de Ileanrod.

—¡Qué has hecho! —gritó Iriad con los ojos llenos de pavor.

—Detener una traición —le respondió Ileanrod con tono helado.

—No… no… no entiendes… —intentó explicar Iriad.

Ileanrod ignoró sus protestas.

—Amárrenlo y arrójenlo a una de las cámaras —ordenó Ileanrod a los guardias, señalando al Druida.

—¿Qué pasó? ¿Por qué…? —intentó Iriad antes de que le pusieran una mordaza y ya no pudiera seguir haciendo preguntas.

—Pasó que no dejaré que tu amigo Valamir se salga con la suya —le gruñó Ileanrod.

A Iriad casi se le corta la respiración. Si Ileanrod sabía…

Ileanrod pensó por un momento, y luego se acercó a Iriad, extendiendo su mano, golpeó con fuerza al Druida en la sien. Iriad se desvaneció, desplomándose en los brazos de los guardias.

—Llévenselo —ordenó el mago sylvano a sus guardias.

Ileanrod apretó los labios con preocupación mientras observaba a sus seguidores arrastrando a su inconsciente prisionero. Sabía que, sin el trozo de Óculo, era probable que Lug recuperara el control de su cuerpo y por eso había tenido que desmayar a Iriad. Tenía que encontrar la forma de forzar a Iriad para que trabajara para él y no para Valamir, pero eso no sería fácil sin tocar la mente de Iriad. Tendría que trabajar en ese asunto más tarde. Lo más urgente ahora era averiguar qué se traía entre manos Valamir.




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