La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XI: BAJO SOSPECHA - CAPÍTULO 126

Dana soltó las manos de Lug, meneando la cabeza en frustración.

—¿Qué pasó? Me pareció que el canal se abría, que el contacto era firme —preguntó Lug a su esposa.

—Lo era —confirmó Dana—, pero creo que Iriad cortó el contacto.

—¿Por qué? —inquirió Lug.

—No lo sé, pero me da la impresión de que fue a la fuerza.

—Tenemos que intentar otra vez —extendió Lug sus manos para tomar las de ella.

—Desde luego —aceptó ella.

Después de media hora de intentos fallidos, Augusto intervino, conminando a la pareja a tomar un descanso. Ni Dana ni Lug se veían bien. Sus rostros extenuados y preocupados delataban que estaban al borde de sus fuerzas.

—No lo entiendo —dijo Dana—. Aun si Iriad no puede responder, debería poder sentir su presencia, pero en esta última media hora no he podido encontrarlo.

—Iriad estaba usando un trozo de Óculo —dijo Lug—. Es una gema que logra que las comunicaciones atraviesen la separación entre mundos. Si no lo percibes, es que la gema le ha sido quitada.

—¿Qué podemos hacer, entonces? —inquirió Dana.

Lug se volvió hacia Torel:

—¿Hay algún Óculo en Arundel? —le preguntó.

—No —meneó la cabeza Torel.

Lug suspiró con frustración. De pronto, se dio cuenta de que solo Dana, Augusto y Torel estaban presentes en el claro:

—¿Dónde están los demás? —preguntó, alarmado.

—La tormenta ha empeorado —explicó Torel—. El área protegida es cada vez más pequeña. Los sylvanos de la ciudadela… Bruno dice que es posible que intenten llegar hasta aquí. Fue él el que propuso asegurar el perímetro para protegerlo a usted. Me pareció una idea acertada y envié a mis hombres con él.

—¿Y Sabrina? —cuestionó Lug.

—Decidió ir con Bruno —respondió Augusto—. Dejó claro que, si alguno de nosotros se oponía, pagaría caro su osadía.

Lug volvió a suspirar, pero no dio voz a ninguno de sus reproches. Le preocupaba el portal. La destrucción de Arundel era inminente, y él no tenía idea de cómo sacar a todos de allí. Se agarró la cabeza, gruñendo y caminando de un lado a otro. Necesitaba encontrar una solución, y rápido. De pronto, se detuvo en seco y se volvió hacia Dana, clavando su mirada en el relicario de oro que colgaba de su cuello.

—Lug… no… —cubrió Dana el relicario con su mano, adivinando las intenciones de su esposo.

—Dámelo —extendió su mano Lug.

—Eso es mala idea —intervino Augusto.

—No te preocupes —lo tranquilizó Lug—. No voy a intentar usarlo con el portal. No voy a dar más golpes de ciego. Es hora de obtener la información necesaria para hacer esto.

—¿Cómo?

—Preguntándole al único que tiene todas las respuestas en este asunto —dijo Lug.

—Oh, no. Esa idea es peor —meneó la cabeza su esposa.

—Solo dame el Tiamerin —volvió a pedir Lug—. No tenemos tiempo ni para discutir ni para buscar otras opciones.

Con los labios apretados en reticencia, Dana se sacó el colgante de oro y se lo dio a Lug. La Llave de los Mundos se sentó en el suelo, abrió el relicario y apoyó la gema roja con cuidado sobre la tierra.

—Creí que habías dicho que Lorcaster no tiene acceso a este mundo —objetó Augusto.

—Lo tiene ahora, gracias a que yo estoy aquí —respondió Lug—, lo cual sospecho fue su plan desde el principio. Es hora de que me dé ciertas explicaciones.

—¿Cómo podemos ayudar? —preguntó Augusto con resignación.

—Tu espada —pidió Lug.

Augusto se abstuvo de preguntar para qué la quería Lug, y simplemente la desenvainó y se la dio por la empuñadura.

—Dana, si percibes algún problema, ya sabes cómo traerme —dijo Lug a su esposa.

Ella asintió con la cabeza, sin decir palabra.

Lug apoyó el dedo índice de su mano derecha sobre el filo de la hoja de la espada de Augusto, justo en el lugar donde tenía una cicatriz que nunca había desaparecido del todo. Cuando la sangre comenzó a manar de la herida, Lug puso el dedo sobre el Tiamerin. Una sola gota fue suficiente. Lug cerró los ojos y se concentró.  

 

***

 

La incorpórea nebulosa tomó forma frente a Lug, una forma vagamente humana. Lug sabía que Lorcaster lo hacía para que Lug empatizara más fácilmente con él. La Llave de los Mundos no estaba de humor para empatizar con aquella traicionera entidad.

Me usaste —dijo Lug.

Buenos días para ti también —respondió Lorcaster—. ¿Has perdido todo vestigio de cortesía?

Me usaste —reiteró Lug.

—Sí —admitió el otro—. La causa lo ameritaba —se justificó.

¿Qué causa? ¿Extender tu dominio? No podías ingresar a Arundel y entonces arreglaste las cosas para que yo te abriera la puerta. Lo disfrazaste de misión de rescate, pero tu intención fue siempre llegar a este mundo perfecto para destruirlo —le espetó Lug, enojado—. Pues te tengo noticias, no seguiré siendo tu títere.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.