El terreno era más fértil en la zona cercana al río Pomel y el camino polvoriento estaba bordeado por verdes arbustos y algunos árboles más típicos de áreas húmedas. Liam incluso reconoció algunos que eran de la misma especie de los del bosque de Virmani. Era más que obvio que se estaban acercando a la frontera con Marakar. Ese hecho pareció sumir a Liam en un estado melancólico más profundo del que ya sufría.
—No has dicho palabra en la última hora —comentó Cormac, cabalgando al lado de Liam.
Liam suspiró:
—La extraño, Cormac. Me preocupa estar aquí en vez de en Arundel, protegiéndola. Siento que nunca debí aceptar esta misión. Estoy cada vez más lejos de ella. ¿Crees que soy un cobarde por no haberme plantado ante Valamir y exigir que me hiciera cruzar como lo hizo con Lug?
—Creo que prevaleció tu lado razonable —replicó Cormac—. En este momento, Sabrina te necesita aquí para que frenes la destrucción de su hogar.
—Puedo aceptar eso, pero Valamir nos está mandando a ciegas, ocultando información. No me gusta ser manipulado —meneó la cabeza Liam.
—No, sé que prefieres ser el manipulador —comentó Cormac.
Liam no contestó.
—Veo el puente —dijo Liam, tirando de las riendas para detener su caballo.
—Cuatro guardias —murmuró Cormac, preocupado—. Y están armados.
—Mhm… Solo están del lado de Agrimar —observó Liam—. Del lado de Marakar, no hay nadie.
—Eso es porque Agrimar está más interesado en no dejar cruzar a gente de Marakar que al revés.
—Entonces, no deberíamos tener problemas —se encogió de hombros Liam.
—Los soldados de Rinaldo son muy celosos de sus órdenes —meneó la cabeza Cormac—. Nadie puede pasar ni de un lado ni del otro sin el adecuado salvoconducto. Valamir tendría que habernos proporcionado papeles para cruzar. Si intentamos pasar sin credenciales, esos soldados pensarán que somos espías y nos enviarán directo a la prisión de Sefinam —planteó, nervioso.
—Espías… —murmuró Liam para sí.
—Cuatro contra dos… y ninguno de nosotros dos es bueno con la espada —se lamentó Cormac.
—Ya deja de lloriquear, Cormac —lo amonestó Liam—. Si no somos capaces de lidiar con cuatro soldados, ¿cómo vamos a hacer para frenar al mismísimo Zoltan?
—Ese es exactamente mi punto —respondió Cormac—. Comienzo a pensar que tienes razón y que Valamir nos envió a una misión imposible.
—Un poco de fe, Cormac. Tengo una idea.
Cormac se lo quedó mirando. El rostro de Liam había cambiado por completo. Su desánimo y melancolía habían desaparecido y sus ojos brillaban. En sus labios, había una incipiente sonrisa. Si Cormac hubiese conocido mejor a Liam, se habría dado cuenta de que esa era la cara que ponía cuando estaba a punto de embarcarse en un plan audaz y alocado.
Liam azuzó a su caballo con los talones y avanzó por el camino, posando de forma calculada su mano en la empuñadura de la espada de Lug. Valamir se la había dado como para apaciguar su temperamento antes de abandonar Sorventus, y ahora, esa magnífica arma serviría para su plan.
—Liam, ¿qué…? —lo cuestionó Cormac desde atrás.
—Solo sígueme la corriente —lo instruyó Liam sin darse vuelta.
Cormac suspiró, poco convencido, pero lo siguió.
Cuando Liam se acercó sin disimulo al puesto de guardia del Puente del Oeste, dos de los soldados le salieron enseguida al encuentro con las espadas desenvainadas, tratando de cortarle el paso.
—El águila vuela alto —les dijo Liam con voz potente antes de que los soldados le hablaran primero.
Los dos soldados se miraron desconcertados.
—El águila vuela alto —repitió Liam, arqueando una ceja y haciendo un gesto con la mano como esperando una respuesta.
—¿Qué? —dijo uno de los soldados.
—¿Puedes creer esto? —se volvió Liam a Cormac, señalando a los soldados con obvio desdén—. ¿Qué clase de ineptos recluta la corona en estos días?
Cormac solo se encogió de hombros, apretó los labios y meneó la cabeza con el ceño fruncido, esperando que esa fuera la respuesta que Liam esperaba de él.
Liam desenvainó la espada de Lug con lentitud y gracia, describiendo un amplio arco. Los otros dos soldados que habían estado dentro de la casilla del puesto del puente salieron y se colocaron junto a sus compañeros. Liam no dio señas de amedrentarse frente al número de espadas desenvainadas que le apuntaban. La calidad de la magnífica espada de Lug no pasó desapercibida para los soldados.
—¿Por qué razón no conocen la respuesta a mi contraseña, señores? —les clavó una penetrante mirada Liam—. ¿Son realmente soldados fieles a su majestad Rinaldo?
—Lo somos, sí —respondió uno de los soldados, removiéndose inquieto. Las acusaciones de traición a la corona no necesitaban mucho sustento para resultar creíbles en centros de detención como los de Sefinam.
—Somos leales a su majestad —apoyó otro de los soldados, con voz nerviosa.
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Editado: 19.02.2021