Liam levantó una mano y se la llevó a la boca y la nariz por encima de la tela que le cubría el rostro. El olor era insoportable. Contó siete postes plantados a la vera del camino con cuerpos humanos colgados de las muñecas. Tenían heridas abiertas y estaban cubiertos de sangre. Heridas de látigo. Por encima de sus cabezas, rondaban negros cuervos, graznando de forma ominosa. Liam desmontó y se acercó a uno de los cuerpos con una mano puesta sobre su estómago, como tratando de calmar las náuseas.
—Es apenas un niño —se volvió Liam a Cormac después de examinar el cadáver—. No debe tener más de doce años. ¿Qué clase de crimen es castigado de esta manera? ¿Qué clase de maldito sádico tortura y asesina a un niño?
—Uno que teme desobedecer las órdenes de un maldito más sádico aún, y comete estos actos de horror para salvar su propia vida de un destino peor —respondió Cormac con el rostro serio.
—Zoltan ordenó esto —comprendió Liam—. ¿Por qué? ¿Cuál es el crimen de estos chicos?
—No estoy seguro —meneó la cabeza Cormac—, pero el pueblo está más adelante y podremos encontrar la respuesta allí, si es que los aldeanos no están tan aterrorizados como para no hablarnos del asunto.
—¿Qué pueblo? ¿Dónde estamos exactamente?
—Ponterra —contestó Cormac—. Un pueblo pequeño de granjeros y agricultores, varios kilómetros al noroeste del palacio de Marakar.
—Vamos —montó de nuevo Liam.
Los dos reemprendieron la marcha. Después de avanzar unos metros, Liam se detuvo en seco:
—¿Oíste eso? —le preguntó a Cormac.
Cormac asintió, deteniendo su caballo también. El débil gemido que habían escuchado se repitió otra vez.
—¡Uno de ellos todavía está vivo! —saltó Liam de su caballo al suelo.
Liam recorrió con urgencia los cadáveres colgados y notó movimiento en el último de la izquierda:
—¡Ayúdame! —le gritó a Cormac, corriendo hacia el maltrecho muchacho.
Cormac sostuvo el cuerpo del niño, mientras Liam desenvainaba su espada y cortaba las ligaduras que lo mantenían suspendido en el poste. Entre los dos, bajaron al chico hasta el piso y lo acostaron con cuidado sobre la tierra cubierta de cenizas.
—Tranquilo, tranquilo —le levantó la cabeza Liam, mientras le acercaba una cantimplora con agua a los labios que Cormac le había pasado.
El chico era aun más joven que el que Liam había visto primero. Liam recorrió las heridas del muchacho con la mirada, resoplando con frustración por no tener el poder para sanarlo. Si Gus estuviera aquí… No, se reprendió a sí mismo Liam, ya basta de responsabilizar a Gus por las habilidades que a mí nunca me interesaron desarrollar. En vez de seguir lamentándose, Liam desenvolvió la tela que cubría su rostro y trató de vendar una de las heridas más severas en el abdomen del chico. Sabía que no serviría de mucho, pero sentía que tenía que hacer algo para ayudar.
—¿Tienes algo? ¿Algún calmante? —preguntó Liam a Cormac.
—No, lo siento —meneó la cabeza Cormac.
—Tenemos que ayudarlo. Tal vez si lo llevamos al pueblo… —intentó Liam.
—Liam… —le apoyó una mano en el hombro Cormac—. No hay nada que podamos hacer por él, excepto acompañarlo en sus últimos momentos para que no muera solo.
Liam asintió con lágrimas en los ojos. Acarició la cabeza del chico y le sonrió:
—¿Cómo te llamas? —le preguntó suavemente.
—Remi —pronunció con dificultad el moribundo.
—Todo va a estar bien, Remi, no te preocupes.
Remi volvió a gemir, con el cuerpo tembloroso.
—Estoy aquí, Remi, estoy contigo. Mi nombre es Liam. ¿Quién te hizo esto?
—Soldados —articuló el chico con un hilo de voz.
—¿Soldados enemigos?
—No.
—No entiendo —meneó la cabeza Liam.
—Liam —le advirtió Cormac desde atrás—, este no es el momento para interrogarlo.
Liam asintió, rodeó a Remi con sus brazos y lo atrajo hacia su pecho:
—Descansa, Remi, todo está bien —le susurró una y otra vez al oído.
El muchacho exhaló su último aliento con un largo suspiro tembloroso. Liam lo retuvo en sus brazos por un momento más y luego lo acostó nuevamente sobre el suelo, cerrando sus párpados. Después, se volvió hacia Cormac:
—Deberíamos enterrarlo —dijo.
—¿Con qué quieres cavar? ¿Con las espadas? —le retrucó Cormac—. No, Liam, ya hemos hecho demasiado bajando a uno de ellos.
—Lo que hicimos no fue demasiado, por el contrario, fue muy poco —lo contradijo Liam—. Estos chicos deben tener familia, padres, hermanos… —meneó la cabeza Liam en incomprensión—. ¿Cómo es posible que ninguno de ellos haya venido a bajar los cuerpos? Nunca había visto tanta crueldad, tanta frialdad y falta de compasión.
—No es frialdad ni crueldad, es miedo —le aclaró Cormac—. Esta macabra exposición es necesaria para amedrentar a otros, y aquellos que osen interferir con esta demostración de seguro sufrirán un destino peor. Es por eso por lo que sus familiares no se atreven siquiera a acercarse a este lugar. Ya han perdido demasiado como para exponerse a más.
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Editado: 19.02.2021