Cuando los guardias regresaron, abrieron las puertas principales de los terrenos del palacio e invitaron a Yanis y a Irina a entrar, escoltándolos luego hasta una entrada lateral del palacio mismo. Sus miradas se desviaban con curiosidad hacia la caja transportada en la carreta.
Los jardines eran amplios y bien cuidados, pero no había más que verde césped y ocasionales macizos de coloridas flores. De tanto en tanto, una fuente de agua adornaba el camino principal. No había árboles de ningún tipo en los terrenos que rodeaban al palacio. Su ausencia se debía a la paranoia del rey, quien pensaba que los árboles no eran más que escondites potenciales para espías y enemigos que quisieran acercarse al palacio sin ser vistos.
Cuando llegaron al costado derecho del palacio, Rinaldo en persona estaba parado en la escalinata y tenía la carta de Irina abierta en la mano. Los dos recién llegados bajaron de la carreta e hicieron una profunda reverencia al rey.
—Su majestad, gracias por el honor de recibirnos —comenzó Yanis.
—Su carta es un tanto amenazante, señor —dijo Rinaldo, yendo al grano—. Tienen cinco minutos para explicar su presencia en mi palacio. Si no me convencen, tengo un patíbulo perfectamente equipado en una de las plazas internas del palacio para ahorcarlos sin demora.
—Creo que ha habido un malentendido, su alteza, no he venido a amenazar sino a ayudar —se apresuró a declarar Yanis, preguntándose qué diría la carta traída por Irina para provocar tal reacción en el rey.
—¿A ayudar? ¿Ayudar a qué? —cuestionó el monarca.
—Se ha producido un desbalance en el poder de Ingra, majestad, el cual está siendo aprovechado por sus enemigos en Marakar. Si no actuamos rápido, Ingra entera se verá envuelta en una sangrienta guerra que acabará con su casa real y la de Istruna, poniendo a Marakar a cargo del continente.
—¿Y eso para usted no es una amenaza? —cuestionó Rinaldo.
—La amenaza proviene de Marakar, la solución proviene de mí —aseguró Yanis.
—Eso es un tanto presuntuoso, ¿no le parece?
—Tal vez, pero cuando escuche mi plan, entenderá que es exactamente así.
—¿Cree usted que soy estúpido, señor? —le escupió el rey—. ¿Piensa que mi servicio secreto no me habría alertado de ser ciertos sus alegatos? La amenaza de Marakar no es más que un invento suyo.
—Majestad —suspiró Yanis con paciencia—, le ruego que escuche mis argumentos y vea mis pruebas. Si todo le parece un invento después de mi exposición, lléveme al cadalso y ahórqueme sin más, pero no antes de escucharme.
El rey apretó los labios sin contestar, pero asintió con la cabeza.
—Stefan está muerto y Nicodemus ha abandonado Istruna para no regresar. ¿Está usted familiarizado con los reglamentos que regulan las designaciones de los Magos Mayores?
Rinaldo se mantuvo en silencio.
—Se necesita llamar a un cónclave para elegir a los nuevos candidatos —continuó Yanis—, y como queda un solo Mago Mayor para dirigirlo, éste puede forzar su autoridad sobre todos los magos de todos los niveles en todo Ingra hasta que se hagan las nuevas elecciones. Esto significa que todos los magos del continente en este momento responden a…
—Zoltan —completó Rinaldo.
—Exacto —asintió Yanis.
—Su carta prueba el exilio de Nicodemus —dijo Rinaldo—, pero la muerte de Stefan no está confirmada más que por su aseveración, en la cual no estoy seguro de confiar. Si bien mis agentes no han tenido noticias de Stefan últimamente, eso no significa nada. Suele pasar mucho tiempo recluido en su Torre secreta.
—Entiendo perfectamente su desconfianza y aplaudo su precaución, alteza —dijo Yanis—. Es por eso por lo que he traído la prueba irrefutable del deceso de Stefan —señaló la carreta Yanis.
Irina se apresuró a destapar la caja en la carreta y el rey se acercó intrigado a ver su contenido.
—¡Oh, por Ingra! —exclamó, dando dos pasos hacia atrás al ver el cadáver embalsamado de Stefan.
Instintivamente, el rey se llevó una mano a la nariz, a pesar de que el cuerpo no despedía ningún olor.
—¡Quien hizo esto debe ser traído a la justicia! —demandó Rinaldo.
—Me temo que eso no solucionará las consecuencias de su muerte, alteza —dijo Yanis despacio.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo pudo Stefan descuidarse de esta manera? Zoltan siempre fue un rival inferior para él —meneó la cabeza el rey.
Yanis e Irina permanecieron en silencio. Si Rinaldo asumía que Zoltan había matado a Stefan, no tenían intenciones de corregirlo. Su errada conclusión era más que conveniente para los planes de Yanis.
—Quítenlo de mi vista —ordenó el monarca a sus guardias, señalando el ataúd de Stefan—. Y ustedes dos, vengan conmigo. Tenemos que hablar en privado —se dirigió a Yanis e Irina.
Los guardias taparon el cajón y se llevaron la carreta, mientras Yanis e Irina seguían al rey escaleras arriba.
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Editado: 19.02.2021