—Esto podría funcionar —admitió Rinaldo, apoyando el mentón sobre sus dedos entrelazados.
—Es un plan sólido —aseguró Yanis, del otro lado del escritorio.
—Demasiado perfecto —entrecerró los ojos el rey con desconfianza—. ¿Qué garantías tengo de que su intención es coartar a Zoltan y no ayudarlo?
—¿Por qué dice eso, alteza? —arrugó el entrecejo Yanis—. Es obvio que hemos venido a ayudarlo a usted y a Agrimar. Nuestro objetivo es neutralizar a Zoltan.
—No, no es obvio —meneó la cabeza el monarca—. Usted era el Mago Mayor de Toleram, y fue vencido, destituido y forzado al exilio. Se mantuvo al margen de la política de Ingra por muchos años, viviendo en las sombras pues había sido reemplazado por Stefan, quien lo humilló y desdeñó desde siempre. ¿Por qué habría de creer que su intención no es ayudar al enemigo de Stefan? Tal vez fue usted mismo el que ultimó a Stefan. Después de todo, fue usted el que trajo su cadáver a mi puerta.
Irina se mordió el labio inferior con preocupación ante el giro que habían dado las cosas. Rinaldo siempre había sido un rey desconfiado y un tanto paranoico, y, aun así, su razonamiento no tenía una pizca de locura. La sanadora miró de soslayo a Yanis, con la esperanza de que el mago tuviese una respuesta preparada para desalentar las sospechas de Rinaldo, para convencerlo de que estaban de su lado. Pero Yanis solo cerró los ojos por un largo momento, respirando de forma lenta y profunda. Cuando los abrió nuevamente, sus ojos se clavaron firmemente en los de Rinaldo:
—Sé que confía en mí. Juntos detendremos a Zoltan y evitaremos un baño de sangre —dijo con voz pausada.
—Desde luego —dijo el rey de Agrimar.
—Necesitaremos una proclama con el sello real que recorra todo Agrimar, nombrándome como nuevo Mago Mayor, explicando que, ante la muerte de Stefan, soy el sucesor natural —siguió Yanis sin quitar los ojos de los del rey—. Ayudaría también agregar una carta de Stefan avalándome. Yo puedo encargarme de falsificarla.
—Haré todos los arreglos, por supuesto —asintió Rinaldo.
—Cuando eso esté hecho, hablaremos del siguiente paso —continuó el mago—. Mientras tanto, enviará a un sirviente a mostrarme mis habitaciones.
Yanis se puso de pie y tocó por un instante el anillo de Rinaldo. El rey no pareció darse cuenta de la atrevida acción del mago. Acto seguido, Rinaldo tomó una campanilla de bronce de su escritorio y la hizo sonar. Unos momentos después, un sirviente asomó la cabeza por la puerta de la habitación, acudiendo al llamado.
—El Mago Mayor Yanis ocupará el complejo de habitaciones de Stefan en el palacio. Indícale el camino y atiende sus necesidades —le ordenó el rey.
—Sí, majestad —hizo una reverencia el sirviente.
Yanis salió primero, sin siquiera una palabra de despedida para Rinaldo. Irina lo siguió con desconcierto. No entendía bien lo que había pasado entre el rey y Yanis. Una vez que el sirviente los llevó hasta las lujosas habitaciones de Stefan y los dejó solos, Irina se volvió hacia Yanis:
—¿Qué fue lo que pasó? Le hiciste algo a Rinaldo, ¿no es así? Su cambio de opinión repentino no fue natural —cuestionó.
—Yo tomaré esta habitación —dijo Yanis, cambiando de tema abruptamente—. Explora las habitaciones adyacentes y elige la que quieras. Trata de descansar. De seguro estás tan exhausta como yo por el largo viaje.
Yanis había roto su promesa. Después de años en reclusión en su monasterio, jurando que nunca más usaría su poder, había claudicado a la primera dificultad en su camino. Había echado por la ventana todas sus reglas personales, y ahora, no solo había usado su largamente abjurada magia sobre un incauto, sino que había vuelto al juego político, enquistándose en la corte del rey más poderoso de Ingra. Y lo peor de todo, era que le había causado un gran placer hacerlo. Estaba tan eufórico que le costaba trabajo disimularlo ante Irina.
Yanis respiró hondo varias veces para calmarse y se sentó en la mullida cama que dominaba la habitación. Antes de que la culpa lo agobiara sin remedio, intentó algunas justificaciones en su mente: había tratado de hacer las cosas sin magia, había traído pruebas y buenos argumentos, pero Rinaldo era un rey difícil, con problemas para confiar en la gente. No, no había tenido otro remedio que forzarlo a entender con magia, empujando su desconfianza hacia afuera, trayendo convicción y certidumbre a su mente, para que pudiera aceptar la propuesta de Yanis sin objeciones. No había manipulado las emociones de Rinaldo para su propio beneficio sino para el del rey, el de Agrimar y el de todo Ingra. Había ahorrado un tiempo crucial que, de otra forma, habría sido lastimosamente desperdiciado en discusiones inútiles, dando a Zoltan mejores posibilidades de triunfar en su nefasta empresa.
—¿Cuánto tiempo va a durar el efecto de lo que hiciste? —preguntó Irina.
Yanis levantó la vista de golpe. Había estado tan absorto con sus pensamientos que había olvidado que Irina todavía seguía allí.
—¿Yanis? —insistió Irina, arqueando una ceja.
—Hasta que toque otra vez su anillo —respondió el mago con la voz apagada.
—¿Sabe Valamir lo que puedes hacer?
—Sí —admitió Yanis.
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Editado: 19.02.2021