La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XIII: BAJO EL PODER DE UN NUEVO MAGO MAYOR - CAPÍTULO 137

Cormac, Liam y Pierre lo encontraron en la playa, sentado sobre la suave y tibia arena, mirando el mar con añoranza.

—Hola, Mordecai —se paró frente a él Cormac.

—¿Bernard? —se hizo sombra Mordecai Linus con la palma de la mano sobre la frente para ver su rostro contra el sol—. Por supuesto, debí saber que, con tu endemoniada memoria, tú serías el que me encontraría. Vaya a saber cuándo deslicé sin querer el dato preciso que usaste para seguirme el rastro.

—La verdad es que el que ayudó con el dato clave fue el capitán Lacroix —lo señaló Cormac, parado a su lado.

Mordecai palideció:

—Por favor, Lacroix, todo lo que tengo es tuyo si olvidas que me viste. No puedo volver al palacio, no me hagas volver —le rogó con voz lastimera.

—Mmm. Tal vez deberías aprovechar la oferta, Pierre —dijo Cormac, divertido.

—Cálmate, Mordecai. No venimos de parte de Zoltan —dijo el capitán.

—¿Entonces?

—Necesitamos que nos ayudes a detenerlo —dijo Cormac.

—Eso es peor. ¿Se volvieron totalmente locos? —se puso de pie el adivinador, mirando a ambos lados de la playa, calculando para dónde era más conveniente salir corriendo.

—Ni lo pienses —desenvainó su espada Liam.

—¿Y tú quién eres? —inquirió Mordecai.

—Liam MacNeal. Si no te sobrepones a tu vergonzosa cobardía y nos ayudas… —le apuntó con la espada.

Mordecai tragó saliva:

—No pueden obligarme, no pueden… —balbuceó nervioso.

—Mordecai —intentó calmarlo Cormac—, si no nos ayudas y Zoltan logra lo que se propone, no habrá lugar en toda Ingra en donde puedas esconderte. ¿Sabías que mató a Ariosto y se autoproclamó regente?

—Oh, no… —se agarró la cabeza Mordecai—. Todo está perdido… —meneó la cabeza.

—Todavía no —le aseguró Cormac—. Liam y yo fuimos enviados a detenerlo.

—Si lo enfrentan, solo encontrarán su muerte —vaticinó Mordecai.

—Por eso no vamos a enfrentarlo —retrucó Cormac—. Solo vamos a arruinar sus planes.

—Ariosto… muerto… Sabrina… ausente… —murmuró Mordecai para sí—. De acuerdo —decidió al fin—. Entiendo que tengo responsabilidad en este asunto. Yo disparé las cosas para ganar mi libertad, pero les juro que no sabía que todo iba a desbocarse.

—Me cuesta creer eso, Mordecai —dijo Cormac—, pero no hemos venido a juzgarte, solo a solicitar información.

—Bien, pero no aquí. El uniforme de Lacroix está atrayendo las miradas de los lugareños. Vamos a mi casa.

Pierre se envolvió en su capa para ocultar su uniforme y siguió a Mordecai, junto a Cormac y a Liam.

—¿Sabías que nadie te conoce en Migliana? Ni siquiera han oído tu nombre —comentó Mordecai, arqueando una ceja en dirección a Cormac.

—La gente tiene mala memoria —se encogió de hombros Cormac, simulando inocencia.

—Bueno, ya que tú no me juzgas —declaró Mordecai—, yo no te juzgaré a ti.

—Me parece bien —respondió Cormac.

La casa de Mordecai no era más que una pequeña choza hecha con troncos, cerca de la playa. Solo contaba con un camastro, una mesa pequeña y un banco de madera alargado.

—Me sorprende la austeridad con la que has decidido vivir —comentó Cormac—. No es tu estilo, pero supongo que es una mejora substancial al lado de la mazmorra donde viviste todos estos años.

—Esto es solo provisorio —dijo Mordecai—. Migliana no es mi último destino.

—Ya veo —asintió Cormac, sentándose en el banco alargado, apretándose contra Liam y Pierre mientras Mordecai se sentaba en la cama.

—Lamento no tener nada para ofrecerles de comer o de beber —se disculpó Mordecai.

—No te preocupes. Estamos hospedados en la taberna de Marion, quien nos ha prometido una suculenta cena —dijo Cormac.

—Qué bien —aprobó Mordecai.

—Háblanos de Zoltan, dinos todo lo que sabes —intervino Liam con impaciencia. Consideraba que ya habían socializado lo suficiente y era hora de ir al grano.

—Tuve una visión. Me vino en sueños y fue muy específica —comenzó el adivinador—. No era sobre el futuro, era un anuncio sobre el presente, lo cual fue extraño, pues nunca he tenido visiones de ese tipo. Vi a Stefan muerto en una celda con una espada clavada en su cuello. Vi a Nicodemus en una barca, abandonando el continente para siempre. Y luego escuché una voz que decía: solo queda un Mago Mayor. Al instante, supe que podía usar esa información para negociar con Zoltan.

—¿Qué fue lo que le dijiste? —inquirió Pierre.

—Que si se movía rápido podía llenar el vacío de poder. En ese momento, no me importaron las consecuencias, solo quería mi libertad. Zoltan comenzó los preparativos para una guerra. Con los magos de Istruna y Agrimar a su mando, será imparable —bajó la vista Mordecai, avergonzado.

—Eso no nos ayuda. ¿Cómo vamos a detener a Zoltan y a todas sus tropas de soldados y de magos? —protestó Liam—. Tiene que haber algo más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.