Yanis manoseó nerviosamente la amatista que colgaba de su cuello en una cadena de plata. Suspiró, la ocultó bajo su túnica y se acomodó el magnífico manto de terciopelo negro con bordados en oro, digno de su nuevo cargo.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó Irina a su lado.
—Es el protocolo —respondió Yanis.
—Tú eres el Mago Mayor —dijo Irina—. El protocolo es lo que tú decidas que es.
Los dos estaban tras las bambalinas del escenario del enorme auditorio real en el palacio de Rinaldo. Yanis se asomó por un momento para estudiar a la audiencia: casi quinientos magos habían acudido a su presentación formal como Mago Mayor de Agrimar. No reconoció a ninguno, lo cual no era alentador. Algunos de los rostros de los magos mostraban aburrimiento, otros, arrogancia, otros, una controlada hostilidad, pero la mayoría solo mostraba una gran curiosidad por conocer al advenedizo Mago Mayor.
—Uno de ellos podría ser un asesino enviado por Zoltan —advirtió Irina.
—Entonces será bueno forzar su mano y ponerlo al descubierto tempranamente —se encogió de hombros Yanis.
—Deberías haber aceptado los guardias que Rinaldo te ofreció para protección —opinó ella.
—Presentarme en este escenario con una escolta armada es una mala idea por dos razones —explicó Yanis con paciencia—. Primero: eso les dará la impresión de que soy débil, tengo miedo y no sé cómo protegerme. Segundo: aunque no puedan manipularme a mí con la amatista colgada de mi pecho, sí pueden volver a esos guardias contra mí. En un minuto, esos guardias podrían convertirse en el arma perfecta de un presunto mago asesino, cometiendo el acto por él y ocultando su mano en el asunto.
—No lo había pensado —admitió Irina—. ¿Qué tan efectiva es la protección de la amatista?
—No pueden afectarme directamente con sus habilidades, ni mental ni físicamente —explicó Yanis—, pero eso no quita que no puedan atacarme de una forma más tradicional.
—¿Tradicional?
—Una flecha en el ojo o una daga en el corazón —ejemplificó Yanis con una mueca—, pero, en ese caso, tengo una sanadora a mano.
—Yanis, escúchame —le apoyó un mano en el brazo Irina—. Desde luego que cuentas conmigo para cualquier eventualidad indeseable, pero hay algo que debes saber… —se mordió el labio inferior, dudando.
—¿Qué? —la instó él a continuar.
—Conozco el uso de todas las hierbas. Conozco todos los procedimientos quirúrgicos. Conozco a la perfección toda la anatomía humana. He estudiado cada libro de medicina de la enorme biblioteca de la universidad de Cambria…
—Eso es excelente —asintió él—. Estoy en buenas manos.
—No, no entiendes —negó ella con la cabeza—. Mis esfuerzos por obtener todos esos conocimientos tienen un motivo: compensar mi falta de habilidades mágicas como sanadora.
—¿De qué estás hablando? Creí que todos los sylvanos tenían poderes —frunció el ceño Yanis.
—Larga historia —bajó la mirada ella—. Este no es el momento para explicarte todo, pero pensé que al menos debía advertirte sobre mis defectos.
—En verdad, elegiste el peor momento —suspiró Yanis.
—Lo siento —se disculpó ella—. Yanis, por favor no te expongas a esto.
—Es demasiado tarde para eso —replicó él—. Solo… mantente alerta. Todo saldrá bien —trató de sonreír.
Yanis respiró hondo y caminó hasta el centro del escenario con aplomo fingido. Apoyó sus manos sobre el elaborado atril de madera y paseó la mirada por la nutrida concurrencia:
—Buenos días a todos —saludó con afabilidad—. No les haré perder el tiempo con discursos formales o con anuncios de lo que ya saben. Los reuní hoy aquí para cumplir con los protocolos estipulados por la ley, pero me interesa también que me conozcan personalmente, que me vean con sus propios ojos y me escuchen con sus propios oídos. Si tienen una pregunta, prefiero que me la hagan directamente en vez de llevarse simplemente por rumores deformados e inexactos.
Yanis hizo una pausa, esperando a que alguien hiciera algún comentario o una pregunta. Todos permanecieron en un pesado silencio. Había una tensión tan palpable en el ambiente que no era necesario ser un mago para percibirla. Yanis exploró las mentes de su audiencia con cuidado: la respuesta fue un vacío negro e insondable. Todos debían estar usando amatistas como él. Eso no lo sorprendió.
El flamante Mago Mayor de Agrimar se aclaró la garganta y continuó:
—Sé que, en el pasado, han estado supeditados a los caprichos personales de Stefan, y que su función ha sido solo cumplir las órdenes del Mago Mayor sin cuestionamientos, pero mi estilo es más… colaborativo. Podrán presentarme proyectos que estimen importantes para Agrimar y la casa real de Rinaldo y los consideraré con respeto, otorgando los permisos necesarios para aquellos que considere válidos y viables. Tendremos asambleas de debate para organizar y coordinar nuestros esfuerzos ante las amenazas externas e internas del reino. Además…
—Bonita forma de encubrir el hecho de que no tiene idea de cómo manejar Agrimar y necesita nuestra ayuda —gritó una voz hacia su derecha, cinco filas de asientos atrás.
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Editado: 19.02.2021