La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XIV: BAJO PROTECCIÓN - CAPÍTULO 139

La daga vino desde la izquierda, desde un lugar al que Yanis no estaba prestando atención. Todo pasó tan rápido que Yanis no tuvo tiempo de comprender lo que había pasado hasta después. Todo lo que vio fue la sombra de Irina por el rabillo del ojo, corriendo hacia él. El empujón que ella le dio hizo que la hoja que venía apuntada claramente a su garganta se clavara en cambio en su hombro izquierdo. El dolor lo cegó por un momento y cayó al suelo con Irina encima de él. Al borde de la inconsciencia, escuchó apenas el tumulto en el auditorio y la voz ininteligible de Irina que le gritaba:

—¡Yanis! ¡Yanis! ¡Despierta! ¡Trata de mantenerte consciente!

Yanis comenzó a sentir un frío que lo invadió rápidamente desde las extremidades de su cuerpo. No podía concentrarse y le costaba respirar. Esa no era una reacción normal a una mera herida en el hombro… ¿Qué…?

—¡Yanis! —le palmeó el rostro Irina—. ¡No te duermas, Yanis! ¡Quédate conmigo!

Irina levantó la vista hacia la audiencia como para pedir ayuda. Todos los magos se habían puesto de pie. Muchos solo trataban de llegar lo más rápido posible a las puertas del salón para salir de allí. Otros se movían entre la multitud como buscando algo, atropellando sillas y empujando a los que trataban de escapar. Uno de los magos había trepado al escenario y se mantenía erguido, de cara al caos, con los brazos extendidos hacia los costados. Irina frunció el ceño por un momento, ¿qué estaba haciendo? Luego vio el ondulante campo azulado de energía que se desprendía de sus manos, creando una barrera protectora que impedía cualquier intrusión de objetos o personas hacia el escenario.

Bien hecho, quienquiera que seas, pensó Irina. Pero esa protección no era suficiente:

—Tenemos que sacarlo de aquí —le dijo Irina al mago protector.

—Encontrar al asesino es más importante —respondió el mago, volviendo la cabeza hacia ella sin dejar de mantener los brazos extendidos para sostener el campo de energía—. Vi que la daga le dio en el hombro gracias a ti. Sobrevivirá.

—No —meneó Irina la cabeza—. La daga estaba envenenada.

—¿Y no puedes hacer nada para ayudarlo? —cuestionó el mago.

—No sin mis hierbas —contestó ella.

El mago resopló con frustración:

—¡Lekmas! —gritó—. ¡Ven aquí!

Uno de los magos se abrió paso hasta el escenario:

—¿Qué pasa?

—Necesito una escolta para sacar al Mago Mayor de aquí. La daga estaba envenenada —explicó el otro.

—Bien —asintió Lekmas.

 

***

Cuando Yanis despertó, se encontró con que estaba acostado en la fastuosa cama de su habitación. Las cortinas habían sido descorridas y el sol del atardecer bañaba el lugar con una luz anaranjada y cálida. Yanis se sentía débil y confuso. Tenía la boca seca.

—Bienvenido al mundo de los vivos —le sonrió Irina, sentada en una silla a su lado.

—Tengo sed —dijo Yanis con la voz apenas audible.

—Lo imagino, sí —llenó ella un vaso con agua, acercándoselo a los labios.

Yanis se incorporó con esfuerzo, haciendo una mueca al sentir el dolor en su hombro izquierdo, cuidadosamente vendado.

—Ahora que tu sistema está limpio, te prepararé un té sedante para el dolor del hombro —prometió Irina.

Yanis notó que había un hombre junto a la ventana que lo observaba con atención. Tenía unos cuarenta años y sus cabellos rubios estaban prolijamente peinados y atados en una cola de caballo en su nuca. Vestía una camisa blanca abotonada y un chaleco negro de cuero, pantalones marrones y botas altas hasta la rodilla.

Yanis frunció el ceño y volvió su mirada hacia Irina:

—¿Qué pasó? —inquirió.

Fue el hombre el que respondió:

—La daga estaba envenenada. Por suerte, no era un veneno mágico sino convencional, por lo que su sanadora pudo preparar un antídoto efectivo con sus hierbas.

—Un veneno mágico habría sido mejor —opinó Yanis—, ya que no me hubiese afectado con mi amatista puesta.

—Es verdad —admitió el otro mago—. Se ve que el asesino sabía lo que estaba haciendo.

—¿Y usted es…? —inquirió Yanis.

—¡Oh! ¡Qué poco amable de mi parte! —sonrió el mago—. Mi nombre es Maxell, pero todos me llaman Max.

—Max te salvó la vida —le dijo Irina a Yanis.

—Gracias —asintió Yanis—. Es una suerte que no todos los magos de Agrimar sean hostiles.

—Eso es una exageración —dijo Max—. Primero: yo no le salvé la vida, esa fue Irina. Yo solo ayudé a mantenerlo a salvo de más ataques. Segundo: la hostilidad de los magos de Agrimar no es tan profunda ni extendida como parece, aunque debo admitir que hay ciertas facciones un tanto fanáticas de los métodos de Stefan. El resto de nosotros somos más normales, lo que significa que estamos dispuestos a escucharlo y darle una oportunidad.

—Gracias —dijo Yanis—. Supongo que hoy arruiné esa buena disposición de los magos más normales. Todos deben estar pensando que fui un estúpido y un ingenuo al exponerme como lo hice.




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