—Irina, déjanos solos —pidió Yanis.
—¿Estás seguro?
—Sí, ve a preparar el té sedante que me prometiste —propuso él.
Irina abandonó la habitación con reticencia.
—¿Quién es usted realmente, Maxell? —entrecerró los ojos Yanis con desconfianza.
—Entiendo sus sospechas sobre mi persona —suspiró Maxell, sentándose en la silla que había abandonado Irina junto a la cama—. Permítame probar mi sinceridad.
Maxell desprendió varios botones de su camisa y expuso una amatista que colgaba de una cadena de plata sobre su pecho. Se llevó las manos al cuello, se sacó el colgante y lo apoyó con cuidado en la mesa de noche, junto al vaso y a la jarra con agua.
—Ahora estoy a su merced —dijo el mago—. Tiene permiso para entrar en mi mente y ver por usted mismo que mis intenciones son puras.
Yanis se llevó instintivamente la mano a su propio pecho y sintió el bulto de su amatista bajo las sábanas: había estado todo el tiempo allí, lo que significaba que Maxell no había entrado en su mente en ningún momento.
—Como le dije antes —comenzó Maxell—, existen varias facciones entre los magos de Agrimar: están los fanáticos de Stefan, quienes lo culpan a usted de su muerte, lo cual, a decir verdad, no parece una acusación descabellada, teniendo en cuenta que usted trajo su cadáver. Después están los oprimidos por Stefan, que piensan también que usted mató a Stefan y tomó su lugar para seguir disfrutando, humillándolos y aplastándolos sin piedad como lo hacía su antecesor. Estas son criaturas débiles que viven en el miedo perpetuo a cualquier autoridad y que solo tienen valor como carne de cañón para cualquier tirano que sepa aprovechar su sumisión. Luego están los delirantes que piensan que el título de Mago Mayor les debería haber sido otorgado a ellos y lo antagonizarán a usted hasta el cansancio, haciéndole perder el tiempo con cuestionamientos estúpidos y sin fundamento.
—Como el de hoy en mi presentación —intervino Yanis.
—No, eso fue otra cosa. Ya llegaremos a ese punto —replicó Maxell—. Hay un grupo de magos que solo trata de sobrevivir honradamente, usando sus poderes para ayudar a la gente. Estos tratan de pasar desapercibidos y se mantienen lo más alejados posible de las autoridades y de la política. Naturalmente, ese grupo no estuvo presente hoy en el auditorio y probablemente nunca intentarán acercarse a usted de ninguna forma a menos que usted los obligue, pues todo lo que quieren es vivir sus simples vidas en paz.
—¿Y usted? ¿A cuál de esos grupos pertenece? —cuestionó Yanis.
—A ninguno —respondió el otro—. Mi grupo tiene una perspectiva que no encaja con ellos.
—Ilústreme —pidió Yanis.
—Mi grupo piensa que la única forma de lograr una vida mejor para todos en Ingra es el equilibrio y la estabilidad. Para eso, no desdeñamos el poder político ni comercial y pensamos que es necesaria una participación activa y organizada en los asuntos de la corte. Desde luego, eso nunca fue posible, hasta ahora… Su propuesta de trabajo colaborativo nos agrada, pero para ponernos bajo sus órdenes, necesitamos conocer a quién sirve en realidad.
—¿A quién sirvo? A Agrimar y a Rinaldo, por supuesto —respondió Yanis.
—No insulte mi inteligencia, Mago Mayor —le espetó Maxell—. Le he hablado con sinceridad, lo menos que puede hacer es corresponderme de la misma manera.
—Antes, tengo una pregunta para usted —respondió Yanis con calma.
—Lo escucho.
—¿Por qué está vivo, Maxell?
—¿Qué?
—Su forma de pensar y su evidente capacidad para liderar a un grupo de magos con sus mismos fines debió convertirlo en un enemigo peligroso para Stefan. Su desprecio por los magos cobardes me hace pensar que no es bueno para bajar la cabeza y pasar desapercibido, por lo que Stefan debió descubrirlo y tenerlo en la mira. Las cicatrices en su pecho, que vi cuando se abrió la camisa, indican que Stefan no solo lo descubrió, sino que lo capturó y lo torturó en su famosa Torre Negra. ¿Por qué está vivo, Maxell? —repitió la pregunta Yanis.
—¿Piensa que fui quebrado por Stefan? ¿Que aun después de su muerte, sirvo a sus intereses? —cuestionó Maxell con un furioso fuego en sus ojos.
—Conozco los métodos de Stefan —respondió Yanis con el rostro serio—, y he visto sus consecuencias en personas de gran fortaleza. Se me hace difícil pensar que…
Maxell se puso de pie bruscamente, tirando la silla al suelo y respirando pesadamente. De inmediato, Yanis conectó su mente con la de Maxell con la intención de calmar sus emociones, pero se encontró con que no fue necesario. Maxell respiró hondo varias veces y disminuyó su furia casi a cero, bajando su ritmo cardíaco y serenando su rostro. Con absoluta tranquilidad y sin que le temblaran las manos, desabotonó por completo su camisa y su chaleco, levantó la silla, apoyó su ropa en el respaldo e hizo un giro completo para que Yanis pudiera ver no solo todas las cicatrices en la parte delantera de su torso, sino también las de su espalda.
Yanis bajó la vista, perturbado ante la historia que contaban esas marcas en el cuerpo de Maxell.
—Hacía mucho tiempo que no perdía el control —murmuró Maxell—. Me disculpo.
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Editado: 19.02.2021