Irina entró a la habitación con una bandeja que contenía una tetera humeante y dos tazas. Se tomó un momento para estudiar la situación entre Maxell y Yanis, y, cuando vio que las cosas estaban tranquilas y que Yanis no parecía correr peligro, apoyó la bandeja en una mesa junto a la ventana.
—Yo me encargaré —se ofreció Maxell, poniéndose de pie.
—No, no —lo atajó Irina.
—Está bien, Irina —le dijo Yanis desde la cama—. Déjalo ayudar. Ve a descansar. Si necesito algo, llamaré a un sirviente.
Irina hizo de cuenta que no había escuchado nada y sirvió el té de Yanis, agregando unas hierbas que traía envueltas en un lienzo. No iba a dejar que un extraño, por más amable que pareciera, manipulase el té de Yanis. El cuerpo del Mago Mayor ya había sufrido demasiado envenenamiento por un día. Ignorando a Maxell, Irina llevó la taza hasta Yanis y se la entregó en mano.
—¿Todo está bien? —le murmuró la sanadora a Yanis.
—Todo bien, Irina —le aseguró el Mago Mayor—. No soy un bebé indefenso —protestó—. En serio, ve a descansar. Nos esperan días arduos.
Reluctante, Irina asintió y se retiró a la habitación contigua. Yanis adivinó que la sanadora estaría con el oído pegado a la puerta del otro lado por un rato más, hasta convencerse de que Maxell no era una amenaza para él. ¿Desde cuando se había convertido en la madre sobreprotectora de un mago? Yanis no podía culparla. Después de todo, el celo de Irina le había salvado la vida en el escenario esa misma mañana.
Maxell volvió a sentarse en la silla, con una taza de té humeante en la mano para acompañar a Yanis. Observó en silencio al Mago Mayor hasta que este se sintió tan incómodo que decidió hablar:
—He vuelto de mi exilio porque la vida de todos los seres humanos de Ingra está en peligro —dijo Yanis—. Eso es todo lo que puedo revelarle por ahora, Maxell.
—¿Un complot?
—Sí —admitió Yanis.
—¿Liderado por Zoltan?
—Zoltan está involucrado, sí —respondió vagamente Yanis.
—Pero no es el líder —dedujo Maxell—. ¿Quién es? ¿Quién está detrás de todo esto? —presionó.
—Es… complicado —se escudó Yanis.
—Todavía no confía en mí —replicó el otro.
—Bueno, en mi defensa, acabo de conocerlo hace apenas unas horas. Su historia me parece sincera, pero…
—Lo entiendo —lo cortó Maxell con las manos en alto—. ¿Responderá al menos a algunas de mis preguntas?
—Puede ser, hasta cierto punto —flexibilizó las cosas Yanis—. Necesito de su ayuda, después de todo.
—Desesperadamente —arqueó una ceja Maxell.
—Desesperadamente —admitió Yanis.
—¿Quién mató a Stefan? ¿Fue usted?
—¿De verdad? ¿Cree en los rumores propagados por magos fanáticos y cobardes?
—Creo que usted estuvo involucrado en su muerte de alguna manera —respondió con el rostro serio Maxell—, y me juego la cabeza que también tiene que ver con la desaparición de Nicodemus.
—Yo no maté a Stefan —dijo Yanis con firmeza.
—¿Quién, entonces?
—Uno de sus prisioneros.
—Eso no es creíble en lo más mínimo —meneó la cabeza Maxell.
—Stefan cometió un error al meterse con él —explicó Yanis—. Incluso quebrado, este hombre fue capaz de utilizar su propia habilidad para restaurar su mente y matar a Stefan.
Maxell permaneció en silencio por un momento. Luego murmuró:
—Soñé tantas veces con mi propia venganza… Felisa me convenció de que el riesgo de acercarme a Stefan y caer otra vez bajo su influencia era demasiado grande. ¿Cómo lo logró ese prisionero? ¿Cómo lo hizo?
—No lo sé con exactitud, Maxell. Yo no estaba ahí cuando pasó —manifestó Yanis.
—¿Y Nicodemus? ¿También está muerto? —inquirió el otro mago.
—Estimo que todavía vive, pero no estoy seguro.
—Humm —se tomó la barbilla Maxell, pensativo—. Es él, ¿no es así? Nicodemus, él está detrás de todo esto. Está usando a Zoltan como cara visible, pero el plan es suyo.
El silencio de Yanis ante el comentario fue una elocuente respuesta positiva para Maxell.
—Esta es una guerra entre Magos Mayores —concluyó Maxell—, y usted ha sido enviado para frenarla.
—Algo así —admitió Yanis.
—Y la pregunta del millón es… ¿quién lo envió?
—Me temo que la pregunta del millón quedará sin respuesta —hizo una mueca Yanis.
—No importa —se encogió de hombros Maxell—. Las guerras entre los poderosos solo causan muertes entre la gente común y llevan al desequilibrio, que a su vez rompe la estabilidad y el bienestar de las personas de Ingra. Eso va contra mis principios.
—¿Significa eso que ha decidido ayudarme? —inquirió Yanis.
—Por ahora —asintió el otro.
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Editado: 19.02.2021