La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XVI: BAJO EL INFLUJO DEL PORTAL - CAPÍTULO 150

Escondido tras una profusa mata de helechos, Orel fue el primero en verlos acercarse. Reconoció a Ileanrod enseguida. A su lado, caminaba un hombre de mediana edad con las manos atadas, flanqueado por dos guardias armados con espadas. Más atrás, venían dos guardias más, armados con ballestas. Orel tuvo que hacer un gran esfuerzo para no saltar desde su escondite hacia el cuello de Ileanrod para acabar con él. Seis contra cinco: Orel y los suyos tenían la ventaja, excepto que Ileanrod mismo valía por cinco más y Felisa les había ordenado que debían dejarlo tranquilo. Esa era una orden difícil de cumplir, pero Orel y los demás habían prometido mantenerse al margen y eso harían.

Felisa abrió los ojos para encontrarse con una ballesta apuntada a su cabeza. Calpar estaba en la misma situación. Los dos estaban todavía sentados en el suelo y en completa desventaja.

—¿Lug? —frunció el ceño Calpar al ver al hombre maniatado parado junto a Ileanrod.

—No exactamente. Mi nombre es Iriad —contestó el otro.

—¡Silencio! —ordenó Ileanrod con voz perentoria. Su mirada estaba clavada en Felisa—. ¿Quién eres?

—Soy la Reina de Obsidiana —respondió Felisa con calma.

—No te conozco —manifestó Ileanrod.

—Hasta hace poco, ni siquiera yo me conocía a mí misma. Cortesía de Valamir.

—Humm. Esto es una trampa, una mentira —gruñó Ileanrod—. Tú no puedes ser la reina.

—Mira detrás de ti, Ileanrod. ¿Cómo abrí el portal si no soy realmente ella? —porfió Felisa.

Ileanrod no se volvió hacia el portal, ya lo había visto al llegar al claro: la roca desgastada y cubierta de musgo y enredaderas había desaparecido. En su lugar, había un óvalo de luz blanca que fluctuaba con invitante brillo.

—Creí que eras tú el encargado de abrir el portal —miró Ileanrod de soslayo a Iriad.

Fue Felisa la que contestó:

—Oh, lo era, pero tú arruinaste eso, así que tuve que intervenir para subsanar el problema.

—Bien hecho —le sonrió Ileanrod con sarcasmo—. Me ahorraste el esfuerzo —, y luego a sus guardias: —Mátenlos.

Felisa tensó los puños:

—Estoy conectada al portal —dijo con tono helado—. Si me matas, el portal volverá a cerrarse, o peor, tal vez se vuelva tan inestable como para volarnos a todos en pedazos.

—Mientes —la desafió Ileanrod.

—Mi reina… por favor, tiene que hacer algo… no puede permitir que Ileanrod cruce —le rogó Iriad.

—¡Silencio! —volvió a gritar Ileanrod—. Si no cierras la boca, volveré a amordazarte —lo amenazó—. Ponte de rodillas junto a ellos —le indicó. Iriad obedeció sin decir palabra—. Manténganlos vigilados —ordenó a sus guardias.

Ileanrod caminó unos pasos hacia el portal. Aquella luz blanca era hipnótica, calmante y a la vez irresistible.

—Mi reina… —urgió Iriad a Felisa—. Si él cruza primero…

—Lo sé —dijo Felisa.

—Ciérralo, cierra el portal antes de que cruce —dijo Calpar a su lado.

Ileanrod se volvió hacia sus prisioneros:

—Si llegas a intentar cambiar el estado del portal —amenazó a Felisa—. Mis guardias cortarán el cuello de tus dos compañeros.

Felisa no contestó.

—Ahora dime —siguió Ileanrod—. ¿Cuál es la importancia de cruzar primero?

Los tres prisioneros apartaron la mirada al piso en silencio.

—¿Significa acaso que el primero que cruce será aclamado como el nuevo líder, como el verdadero artífice de la Restauración?

Silencio.

—Guardias —ordenó Ileanrod a su gente—, manténganlos vigilados y en esa exacta posición. Quiero que lo primero que mi nación vea cuando cruce conmigo es cómo su supuesta reina y su antiguo Druida se arrodillan ante mí y reconocen mi autoridad.

Los guardias asintieron. Con una sonrisa de satisfacción y triunfo, Ileanrod se volvió nuevamente hacia el portal. Avanzó con paso solemne y seguro, y fue engullido por la luz con una brillante explosión.

Felisa y su gente estaban preparados y se cubrieron los ojos para protegerse de la cegadora luz que emanó del portal. Los guardias, en cambio, fueron brutalmente cegados por un momento, situación que fue aprovechada por sus enemigos.

Felisa desenvainó el puñal de Dana, que llevaba oculto y lo clavó sin misericordia en las tripas del guardia que le apuntaba con la ballesta. El guardia se dobló en dos con un gemido y cayó al suelo. Casi al mismo tiempo, Orsi apareció de la nada, golpeando al guardia que tenía vigilado a Calpar con un puñetazo brutal en la cabeza que lo dejó instantáneamente fuera de combate. Los otros dos guardias, intentaron en vano desenvainar sus espadas para defenderse, mientras pestañeaban sin cesar para tratar de enfocar su visión. Orel no les dio tiempo. Degolló a uno con su puñal y cuando se volvió hacia el otro, se encontró con que Orsi le había quebrado el cuello con sus propias manos. Kalinda y Franco emergieron de la espesura dispuestos a ayudar, pero se encontraron con que el enfrentamiento había terminado en meros segundos y su asistencia no fue necesaria.




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