La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XVII: BAJO MANO FIRME - CAPÍTULO 158

Felisa dio por terminada la reunión del Concejo Restaurador y todos comenzaron a abandonar el palacio blanco lentamente y en silencio. Iriad y Valamir se quedaron en el recinto, junto a la reina. Felisa apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos, apoyando sus manos unidas sobre la frente. Apenas había dormido en los últimos días, tal como todos los demás miembros del Concejo, y sus nervios estaban al borde del colapso. Y todavía faltaba el otro asunto…

—Augusto… —lo llamó Valamir antes de que atravesara la puerta—. ¿Podrías quedarte un momento?

—Claro —asintió Augusto, apretando los dientes. Adivinaba de qué querían hablarle, pues siempre era sobre el mismo tema.

Iriad cerró las pesadas puertas de madera del salón y los cuatro se quedaron solos.

—Sigue igual —se adelantó a decir Augusto antes de que le preguntaran por Dana—. Se niega a ver a nadie. No responde tampoco a mis palabras. Al menos, está comiendo algo, pero no usa las velas. Solo permanece allí, en completa oscuridad y silencio.

—Tal vez debemos forzarla… —comenzó Valamir.

—Tal vez debemos darle tiempo —lo cortó Augusto.

—Quizás yo pueda intentar hablarle —propuso Iriad.

—No —negó Augusto con la cabeza—. Pidió específicamente que no aparecieras ante ella. No soportará verte en el cuerpo de su esposo, eso es demasiado doloroso.

—Tienes que convencerla, Augusto —le pidió Valamir—. Necesitamos saber exactamente lo que pasó con Lug.

—Sabrina ya se los explicó, yo ya se los expliqué. ¿Qué más quieren?

—Tiene que haber algo más, Augusto —planteó Valamir.

—Felisa es la que urdió el plan junto con Lug —dijo Augusto—. Ella es la que sabe más que todos nosotros. Dana estaba en un trance cuando Sabrina le puso el Tiamerin en el pecho.

Felisa levantó la cabeza:

—El plan de Lug era distraer a Arundel mientras yo cruzaba a los sylvanos hacia Sorventus. Para eso, creó un momento extendido dentro del portal. Lorcaster le enseñó a hacerlo con el Tiamerin —explicó Felisa con tono cansado. Había repetido la misma historia decenas de veces.

—¿Y luego qué? ¿Se dejó consumir por el Tiamerin hasta la muerte? —inquirió Valamir—. ¿Por qué habría de aceptar un plan suicida?

—Tal vez algo salió mal —aportó Augusto—. Tal vez Arundel logró escapar a último momento hacia lo que quedaba del mundo artificial y se vengó, destruyendo a Lug.

—Destruyendo el cuerpo que estaba usando Lug —corrigió Valamir—. Su consciencia estaba dentro del portal.

—Un portal que ya no existe —intervino Felisa—, y que se llevó con él a Arundel y a Lug. Me temo que tendremos que aceptar que no queda nada de él, ni cuerpo ni consciencia, a menos, claro, que tengamos en cuenta que su cuerpo está en posesión de Iriad.

—Queda otra cosa —dijo Valamir—. Queda el Tiamerin.

—No, no, no —meneó la cabeza Augusto—. Ya veo a dónde quieres llegar con esto, Valamir. No le pediré a Dana que me entregue el Tiamerin para que tú hagas tus experimentos con él. Esa gema es todo lo que le queda de él.

—En su cuello es solo un memento —replicó Valamir—. En mis manos, puede convertirse en mucho más. Puede darnos una pista de lo que realmente pasó con Lug.

—Lo que realmente pasó con Lug es que está muerto —retrucó Augusto—. No iré a Dana con mentiras ni falsas esperanzas para separarla de esa gema.

—Augusto… —comenzó Felisa—. Entiendo que quieres ayudar a Dana, pero estás errando en la forma. Una cámara de privación no es el mejor lugar para que haga su duelo. Trata de actuar desde la razón y no desde la emoción. Si hay una posibilidad, aunque sea mínima… ¿No crees que vale la pena explorarla?

Augusto apretó los labios sin contestar. Después de un largo silencio, exhaló un largo suspiro y asintió con la cabeza:

—Haré lo que pueda —prometió.

—Gracias —respondió Felisa.

Cuando Augusto abandonó el palacio y tomó el sendero que llevaba a la entrada de la construcción que contenía las cámaras subterráneas, Sabrina saltó desde unos arbustos y le cortó el paso.

—¡Sabrina! —exclamó Augusto, tomado por sorpresa—. ¿Estás tratando de darme un ataque al corazón?

—¿Por qué querían hablarte en privado? —le preguntó Sabrina—. ¿Era sobre mí?

—No, era sobre Dana.

—Como siempre —dijo ella.

—Como siempre —confirmó él—. ¿Por qué pensaste que era sobre ti?

—¿No es obvio? Técnicamente, ahora soy la reina de Marakar.

—¿Y?

—¿Crees que están reteniéndome aquí a propósito? ¿Crees que Felisa quiere adueñarse de Marakar?

—No, y no tengo tiempo para tu paranoia —amagó Augusto a seguir camino.

—Gus… —lo detuvo ella, apoyándole una mano en el hombro—. ¿Qué pasará conmigo cuando ellos sepan que no soy la verdadera heredera al trono?

—¿De qué estás hablando?




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