Augusto respiró hondo y abrió la puerta de la cámara con aprensión. Las visitas a Dana no eran fáciles en la presente situación. Ella permaneció acurrucada en el suelo, contra la pared del fondo, escondiendo su rostro de la hiriente luz de la puerta abierta. Augusto se movió hasta bloquear un poco la luz para evitar más incomodidades a Dana de las que ya estaba sufriendo.
—Hola, Dana —intentó, como siempre. Ella no reaccionó—. Hubo otra reunión del Concejo Restaurador hoy. Al parecer, Zoltan mató a Ariosto y se hizo con el trono de Marakar.
Dana no mostró interés alguno en las noticias sobre Marakar. Augusto se revolvió inquieto, sin saber cómo plantear lo que lo habían enviado a pedir.
—Dana… —recomenzó—. Valamir e Iriad han estado tratando de comprender lo que pasó con Lug, han estado tratando…
—Vete de aquí, Augusto —dijo ella sin mirarlo—. Sabes bien que no quiero hablar de ese asunto.
—Piensan que el Tiamerin… —siguió Augusto.
—Vete de aquí —reiteró ella.
Augusto suspiró, guardó silencio por un momento y finalmente se plantó:
—No, no me iré —dijo con firmeza—. ¿Crees que eres la única que está de duelo por su muerte? ¿Crees que eres la única que sufre? Dana, si hay una oportunidad… Si Valamir piensa…
—¡Valamir! —gritó ella, poniéndose de pie—. Él es el responsable de todo esto junto con Lorcaster. Parte de mi reclusión es para no tener que verle la cara, ni a él ni a Iriad, porque si llegara a tenerlo frente a mí… no respondo de mis acciones.
—Si él es responsable, permítele tomar esa responsabilidad, permítele hacer algo —le retrucó Augusto.
—¿Hacer qué? —le espetó ella, enojada.
—Necesita el Tiamerin.
—¿Para qué?
—No lo sé con exactitud, pero…
Ella se rio con amargura:
—Caíste bajo otro de sus engaños, Gus. ¿No te das cuenta?
—De lo que me doy cuenta —respondió él suavemente—, es de que como están las cosas, no tienes nada que perder.
—Solo está haciendo promesas falsas, dándote esperanzas para luego aplastarlas sin piedad —le dijo ella.
—Valamir no ha prometido nada —respondió él.
—Claro que no, no abiertamente. Te está manipulando.
—Dana… —bajó la cabeza Augusto—. Sé que para Lug no hay esperanza posible, pero si Valamir puede dilucidar el funcionamiento del Tiamerin para que pueda volver a ser usado como portal… si podemos volver al Círculo… Si existe la más remota posibilidad de que no haya sido separado de Lyanna para siempre en este mundo… Dana, por favor… —rogó Augusto.
Dana no lo había pensado. Había estado tan sumergida en su propio dolor, en su propia furia, que no había considerado que la muerte de Lug los había varado para siempre en Ingra, separando a Augusto de Lyanna, separándola a ella misma de sus hijos, de sus seres queridos en el Círculo.
Muy lentamente, Dana se sacó el relicario de oro que colgaba de su cuello, avanzó unos pasos hacia la puerta y extendió su mano hacia Augusto con la cadena colgando de sus dedos temblorosos.
—Gracias —dijo Augusto con un hilo de voz, tomando el Tiamerin con cuidado de la mano de ella.
—Sabes lo que esa gema significa para mí —le dijo ella—. Asegúrate de que esto valga la pena.
—Lo prometo —aseguró Augusto—. Dana, hay algo más…
—No, no me pidas que salga de aquí y que siga alegremente con mi vida, no estoy lista todavía.
—Lo entiendo —dijo Augusto—, pero se trata de una promesa que Lug hizo y que dejó sin cumplir.
—¿De qué hablas? ¿Qué más podían pedirle además de entregar su vida por ellos? —volvió Dana a su furia anterior.
—No, no se trata de los sylvanos —aclaró Augusto—. Se trata de Sabrina. Lug le prometió que se encargaría de reunirla con Liam. No te pido que lo hagas en su lugar, pero al menos concédele comunicarte con su amado para saber si está bien. Ella solo quiere noticias de él, nada más.
Dana se calmó y asintió con un profundo suspiro:
—Haré lo que pueda —prometió.
—Gracias de nuevo —asintió Augusto.
Augusto se despidió con una inclinación de cabeza y comenzó a cerrar la puerta de la cámara.
—No —dijo ella—. Déjala abierta. El tiempo de la oscuridad terminó.
—Me alegro —sonrió Augusto con alivio. Dana había dado un gran paso.
Augusto abandonó las cámaras y volvió al recinto de reuniones. Valamir, Iriad y Felisa lo estaban esperando.
—¿Cómo te fue? —preguntó Valamir.
Por toda respuesta, Augusto sacó el relicario de oro de su bolsillo y se lo entregó a Valamir.
—Excelente —aprobó Valamir, abriendo el relicario y depositando el Tiamerin desnudo sobre la mesa.
—¿Qué es eso? —señaló Felisa una mancha en la gema.
—Sangre —respondió Valamir—. ¿Estaba así cuando…?
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Editado: 19.02.2021