La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XVIII: BAJO BUENOS AUGURIOS - CAPÍTULO 164

—Adelante —hizo Yanis un gesto con la mano, invitando a Maxell a entrar a su amplia oficina.

Yanis apartó los documentos que había estado examinando y señaló una silla al otro lado de su escritorio. Maxell se sentó y apoyó un objeto alargado envuelto en tela sobre sus rodillas.

—Te traigo buenas noticias —comenzó Maxell—. Interceptamos al mensajero de Zoltan antes de que cruzara la frontera. Lamentablemente, no pudimos sonsacarle mucho. Murió prácticamente en mis brazos, maldiciendo a su cargamento. Al parecer, Zoltan no sabía que el paquete emanaba una energía mortal. El mensajero no tenía cabello y su piel se desprendía con facilidad cuando tratábamos de sujetarlo.

—¿Qué contenía el paquete?

—Era una caja de madera. Contenía un trozo grande de roca verde con una semiesfera pulida en el centro. Enseguida me di cuenta de que la madera no servía para contener la energía que emanaba, pero pude crear un campo protector para que no nos afectara.

—Un Óculo —murmuró Yanis.

¿Para qué querría Zoltan un Óculo?

—Veo que entiendes de qué se trata —arqueó una ceja Maxell.

—Sí —confirmó Yanis—. El objeto que rescataste es sumamente peligroso y debe ser contenido con plomo.

—¿Para qué sirve?

—Hasta donde sé, propicia comunicaciones a distancia, pero sospecho que Zoltan sabe de otros usos más alarmantes que desconozco.

—Sean los que sean esos usos, deben ser fundamentales a sus planes —continuó Maxell—, pues Zoltan no dejó el traslado del paquete solo en manos del mensajero. Fuimos emboscados en Lavia por un grupo de espías de Marakar que traían precisamente una caja de plomo para el traslado de la roca.

—Sabían de sus emanaciones —dedujo Yanis.

—Así parece. Por suerte, las visiones de Lekmas fueron lo suficientemente precisas como para advertirnos del peligro y así poder preparar una trampa para ellos. Lekmas también vio la caja de plomo y su importancia, así que el Óculo está ahora debidamente contenido.

—¿Dónde?

—Bajo estricta custodia en Lavia.

—¿Y los espías?

—También en el fuerte de Lavia, en una celda.

—¿Pudiste sonsacarles algo?

—Todavía no los he interrogado —respondió Maxell—. Quería hablar contigo antes. Los interrogatorios forzados no pueden extenderse demasiado en el tiempo y es conveniente saber bien qué preguntas concretas hacer al prisionero para obtener una mejor calidad de información. Por eso necesitaba saber más sobre este asunto antes de comenzar con ellos.

—Es un poco perturbador que sepas tanto sobre la extracción de información con tortura, Max.

—No fue mi elección aprender sobre estas cosas, Yanis. Stefan me forzó a aprenderlas de la forma más dolorosa imaginable. Solo estoy poniendo en práctica mis experiencias de vida, aun las más terribles.

Yanis apretó los labios y guardó silencio por un momento, preguntándose hasta dónde las experiencias de Maxell lo habían marcado, preguntándose si la estabilidad mental de su nuevo aliado era confiable. Lamentablemente, no tenía tiempo de evaluar en profundidad el estado mental y emocional de Maxell, y no se podía dar el lujo de despreciar la incomparable ayuda que le estaba brindando. Tendría que confiar en él por el momento.

—Háblame de estos espías —pidió Yanis.

—Cuatro hombres. Uno es un viejo, uno es de mediana edad y los otros dos son más jóvenes. El viejo parece ser el líder del grupo. Su estado físico deja mucho que desear y no me explico por qué fue elegido para una misión como esta. El de mediana edad es un Adivinador. Lo capturamos huyendo hacia Vikomer. Intentó patéticamente hacerse pasar por un mago de Agrimar. Es el eslabón más débil y creo que debe ser el primero en ser interrogado. De los jóvenes, uno es claramente un militar experimentado. Mis hombres lo hirieron, pero está bien. El otro es el único de los cuatro que no habla con el acento de Marakar, ni de ninguna otra parte de Ingra que yo conozca. Eso no es lo único particular con respecto a él, llevaba esto.

Maxell apoyó sobre el escritorio de Yanis el bulto que descansaba sobre sus rodillas y desenvolvió la tela, revelando una magnífica espada.

—Nunca había visto un arma tan exquisita como esta. Me atrevería a decir incluso que la tecnología para forjarla no existe en Ingra —comentó Maxell.

Yanis se puso de pie y alargó la mano, tomando la espada para examinarla más de cerca. Sus ojos se abrieron sorprendidos al reconocerla:

—Es la espada del Faidh —murmuró para sí.

La última vez que había visto esa espada había sido colgando de la cadera de Liam en Lestrova.

Yanis tomó una campanilla de bronce apoyada a la derecha de su escritorio y la hizo sonar con urgencia. Enseguida, la puerta de doble hoja de su oficina se abrió y un sirviente asomó la cabeza.

—Que me preparen un carruaje de inmediato —ordenó al sirviente.

—Sí, señor —hizo una reverencia el sirviente, cerrando otra vez la puerta y partiendo raudamente a cumplir con sus órdenes.




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