Sabrina entró intempestivamente en una pequeña sala del palacio blanco que había sido acondicionada para servir como oficina de la Reina de Obsidiana:
—Felisa, tenemos que hablar con urgencia de… —la princesa se detuvo en seco al encontrarse con una bizarra escena en la sala.
Los elementos que Felisa solía tener sobre su escritorio habían sido sacados, y en su lugar, descansaba el cuerpo inconsciente de Iriad. Valamir estaba parado junto a la cabeza del Druida, con los ojos cerrados en un trance profundo. Rodeando la cabeza de Iriad sobre el escritorio había tres gemas conocidas: un trozo de Óculo que emanaba una energía verdosa, el rojo rubí conocido como Tiamerin y el familiar colgante de obsidiana que Felisa solía llevar todo el tiempo al cuello. Felisa, la única que había notado la inoportuna interrupción de Sabrina, se volvió hacia la chica con brusquedad.
—¿Qué está pasando aquí? —inquirió Sabrina con el entrecejo fruncido.
Felisa solo la tomó del brazo y la arrastró fuera de la habitación, cerrando con cuidado la puerta tras de sí.
—¿Felisa…? —arqueó una ceja Sabrina.
—¿Qué necesitabas decirme, Sabrina? —cambió de tema Felisa.
—¿Qué estaba haciendo Valamir con Iriad ahí adentro?
—Cosa de sylvanos —trató de restarle importancia Felisa.
—No nací ayer, Felisa —protestó Sabrina—. Esas tres gemas…
—Valamir prefiere mantener el procedimiento en secreto por el momento —respondió Felisa.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees?
—Oh, ya veo. Lo que está haciendo no es del todo legal y el Concejo Restaurador nunca lo aceptaría —dedujo Sabrina.
—No, pero cuando esté hecho, aceptarán el resultado —dijo Felisa—, si es que las cosas salen bien.
—¿Qué probabilidades de éxito tiene Valamir?
—Cincuenta por ciento —suspiró Felisa.
—¿Y si sale mal? ¿Qué pasará?
—Pueden pasar varias cosas —respondió Felisa—, de las cuales asumiré toda responsabilidad en su momento. Por favor, no me pidas más explicaciones ahora, Sabrina, y guarda el secreto hasta que Valamir termine.
—De acuerdo —puso los brazos en jarra Sabrina, levantando el mentón con gesto altanero—, pero quiero algo a cambio de mi silencio.
—¿Qué quieres, Sabrina? —suspiró con resignación Felisa, adivinando que tendría que ceder a las demandas de la princesa.
—Necesito usar el velero de Valamir —contestó la otra.
—¿Para qué?
—Dana se comunicó con Liam. Él y Cormac están en una prisión militar en Lavia. Dana les prometió ayuda. Yo encabezaré la partida de rescate.
—¿Dana? ¿Salió de la cámara? —se sorprendió gratamente Felisa.
—Sí —confirmó Sabrina—, pero sigue con la idea de estar sola. Di órdenes para que le armen una tienda en un sitio apartado del campamento, en el bosque, hacia el este.
—Esa es una noticia fantástica, Sabrina —se alegró Felisa.
—¿Qué hay de mi pedido? —insistió la otra.
Felisa apretó los labios, dudando por un momento:
—Está bien —dijo al fin—, siempre y cuando te mantengas alejada de Marakar y de Zoltan.
—Gracias —dijo Sabrina, omitiendo deliberadamente hacer promesas sobre el tema—. Me llevaré a Bruno y a Augusto conmigo, también a Dana. Dejaré a Orel a cargo del campamento en mi ausencia, él conoce bien su funcionamiento.
—Me parece bien, pero Dana se queda —dijo Felisa.
—No, la necesito para que se siga comunicando con Liam y nos guíe con respecto a su situación —meneó la cabeza Sabrina.
—Eso puede hacerlo desde aquí y de forma mucho más segura —explicó Felisa—, además, si permito esto, exigiré estar también informada de tu progreso en el continente. Dana se queda aquí.
—Pero…
—Puedes llevarte a Riga en su lugar, sus poderes adivinatorios te serán de gran ayuda y conoce bien Vikomer, la ciudad más cercana a Lavia.
Sabrina lo pensó por un momento y luego asintió con la cabeza, aceptando la propuesta.
—De las personas que has nombrado, ninguno sabe manejar una embarcación —siguió Felisa—. Te sugiero que lleves a Liderman. No es un gran experto en veleros, pero se las arregla bien. Además, conoce a la perfección los caminos de Agrimar por su experiencia como mercader.
—¿Alguna otra sugerencia? —preguntó Sabrina con interés al ver que Felisa estaba llena de buenas ideas para su empresa.
—Orsi —respondió Felisa.
—¿Orsi? —frunció el ceño Sabrina.
—Su sola presencia es lo suficientemente intimidante como para convencer a cualquier guardia de dejarte pasar por miedo a que él le rompa el cuello —sonrió Felisa.
—Ya veo lo que estás haciendo —replicó Sabrina—. Quieres asignarme un guardaespaldas. Eso no es necesario. Sé defenderme sola.
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Editado: 19.02.2021