La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XIX: BAJO LA LUZ DE LA ESPERANZA - CAPÍTULO 168

Dana estaba recostada dentro de la amplia tienda que Sabrina había hecho erigir para ella. La claridad de la luz del sol traspasaba las lonas y le proporcionaba un ambiente muy diferente al de la oscuridad de la cámara donde se había encerrado los últimos días. La opresión en su pecho había cedido un poco, aunque no del todo. Ayudar a Sabrina a reunirse con Liam había hecho una gran diferencia en su cambio de ánimo. No solo había rectificado la terrible decisión de dejar a Liam atrás en Caer Dunair, sino que había cumplido una promesa de Lug. No sabía si su accionar era suficiente para lograr el perdón de Liam por sus acciones pasadas, pero había hecho lo mejor que había podido para subsanar el abandono del muchacho y sus terribles consecuencias. Liam no le había reprochado nada durante sus comunicaciones, solo había estado interesado en noticias de Sabrina. ¿Tal vez ya la había perdonado? ¿Y Lug? ¿Lo había perdonado a él?

Sus elucubraciones se vieron interrumpidas por el sonido de pasos acercándose a la tienda. Los sylvanos del campamento tenían órdenes estrictas de no acercarse a ella y estos pasos no eran furtivos, así que lo más seguro era que no fuera uno de los refugiados, cediendo a su curiosidad. No, este era alguien con autoridad, alguien que creía tener derecho a interrumpir su duelo: Felisa o Valamir, o quizás Meliter.

Dana se incorporó sobre un codo, suspirando con resignación. Habían pasado varias horas desde la partida de Sabrina hacia el continente y sabía que tendría que informar sobre su segunda comunicación con Liam y el innecesario rescate. Felisa y Valamir no estarían contentos… no le importaba. Sabrina merecía volver al lado de Liam. Ambos habían sufrido demasiado con la separación y ninguna pretensión de protección era suficiente motivo para mantenerlos distanciados ni un minuto más. Enfrentaría los reproches de ambos sin inmutarse. Ella había hecho lo correcto.

Los pasos se detuvieron justo fuera de la tienda. Dana esperó, pero el desconocido no entró a la tienda ni llamó su nombre. Tal vez si ella se hacía la dormida, el desconocido terminaría por cansarse de esperar y se iría. No, esa era una acción cobarde e infantil, y solo dilataría lo inevitable. Dana se puso de pie, respiró hondo y decidió salir a enfrentar a quien había venido a verla.

Al verlo, Dana se quedó helada, congelada en el lugar. No él, ¿por qué había venido él? Dana comenzó a temblar, verlo allí parado era demasiado para ella. Él intentó acercarse a ella, pero ella respondió dando dos pasos hacia atrás y él se detuvo, sin saber qué hacer o qué decir.

—Te prohibí expresamente venir a verme, Iriad. Sabes bien que no quiero hablar contigo —le gruñó Dana—. Déjame en paz.

—Soy yo, Dana, soy…

—No me hagas esto, por favor no me hagas esto. ¿No tienes compasión? —lo cortó ella, ocultando su rostro entre sus manos, sollozando.

No solo era el rostro de Lug, también tenía su voz. Estar ante él era demasiado doloroso. No podía…

Él se acercó y la abrazó con ternura. Ella lo empujó lejos de sí con fuerza:

—¡No me toques! ¡No te atrevas! —le gritó.

—Soy yo, amor, soy Lug —dijo él.

—¿Qué perversidad es esta? ¡Eres un maldito! —le gritó ella, abofeteándolo con dureza—. ¡Vete de aquí! ¡Vete ahora mismo!

—Dana… ¿Recuerdas cuando nos conocimos?

—No quiero hacer esto, no tienes derecho —meneó ella la cabeza.

—¿Recuerdas las primeras palabras que me dijiste?

—¡Ya basta, Iriad!

—Hace muchos años, en Medionemeton, cuando tuve decidir sobre tu identidad, cuando tuve que verificar que eras Dana y no Murna, usé esa pregunta, ¿lo recuerdas?

—¿Qué…? —frunció el ceño ella.

—¿Quieres hacérmela? ¿Quieres comprobar si en verdad soy Lug o un impostor?

Dana se lo quedó mirando por un momento. ¿Se estaba volviendo loca? ¿La pena la había llevado a alucinar con Lug? Pero él la había tocado, era real, ¿o no?

—Hazme la pregunta —insistió él—. ¿Qué tienes que perder?

Dana dudó un momento, con el corazón partido, con lágrimas en los ojos. Tenía tanto miedo de creer y que luego todo se derrumbara al descubrir que todo era una mentira…

—Hazme la pregunta —repitió él suavemente.

—¿Qué fue lo primero que te dije la primera vez que nos vimos, cuando te conocí? —dijo ella con un hilo de voz, con un nudo en la garganta.

—Había estado tirado en un pozo lodoso en Cryma por muchas horas, con moretones y cortes de la paliza que me habían dado Gin y sus secuaces. Tú y Colib me sacaron y cuando viste mi deplorable aspecto, lo primero que se te cruzó por la mente decir fue: “estás hecho un desastre” —sonrió Lug.

Ella se largó a llorar de alegría y lo abrazó con fuerza. Él correspondió al abrazo y le besó el cabello.

—Lo siento tanto, Dana, nunca fue mi intención hacerte sufrir. Yo no sabía lo que iba a pasar, no todo… —le murmuró Lug al oído.




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