Después de varios minutos en los que Dana no se atrevía a soltar a Lug por miedo a perderlo otra vez, aflojó su abrazo y lo miró intensamente con ojos acuosos:
—¿Qué fue lo que pasó? —inquirió—. ¿Y cómo pudiste volver? Yo vi tu cuerpo quemarse.
—El cuerpo de Iriad —aclaró Lug.
—Pero…
El la tomó de la mano y los dos entraron en la tienda, sentándose en el suelo. Solo entonces, Dana se dio cuenta de que él estaba pálido y débil. La ordalía por la que había pasado debía haber sido brutal.
—Mi parte del plan era distraer a Arundel mientras Felisa cruzaba a los sylvanos hacia Sorventus —comenzó con su historia Lug.
—Lo sé —asintió Dana—, Felisa me lo explicó. Dijo que usaste el Tiamerin para dilatar el tiempo o algo así.
—Sí —confirmó Lug—. Una vez que pude captar la atención de Arundel, extendí ese momento. El problema era que no sabía hasta cuándo debía extenderlo para darle tiempo a Felisa para hacer el traslado completo. Estando dentro de esa burbuja temporal junto con Arundel, estaba sujeto a la misma atemporalidad y, por lo tanto, perdí la noción del pasaje del tiempo fuera de la burbuja, ¿comprendes?
—Sí.
—Esperaba una señal, algo que me dijera que ya era el momento de desvanecer la burbuja, pero entonces, me di cuenta de que no podía haber tal señal sin que Arundel la viera también. Y si Arundel veía la señal…
—Eso desviaría su atención de ti y todo estaría perdido —comprendió Dana.
—Así es.
—¿Y Lorcaster no pensó en eso? ¿No se dio cuenta de esa falla en el plan?
—Él lo sabía, pero me lo ocultó.
—Típico de Lorcaster y sus maniobras —gruñó Dana, enojada.
—No —meneó la cabeza Lug—. Lo hizo para que yo no me distrajera pensando en ese problema, para que tuviera la confianza necesaria y no delatara preocupación ante Arundel, para que no le dejara ver mi debilidad.
—¿Y entonces? ¿Qué pasó?
—Comprendí que no había forma de saber si ya era el momento o no y no podía arriesgarme, así que acepté mi destino: quedarme atrapado para siempre con Arundel en ese momento infinito. Sabía que el Tiamerin terminaría consumiendo el cuerpo físico que estaba usando para darme la energía suficiente para mantener la burbuja. Sabía también que incluso con esa energía extra, no podría seguir con la burbuja para siempre. Solo esperaba poder resistir hasta que el extremo del portal que daba a Sorventus estuviera cerrado. Pero entonces, vi un punto rojo por detrás de Arundel. Inevitablemente, mi atención se desvió hacia él y también la de Arundel. Tuve una ventaja ínfima de tiempo por el hecho de poder reconocer lo que era el punto rojo antes que él: era el Tiamerin, atravesando el portal colgado de tu pecho.
—Oh, Lug… —le apretó ella la mano.
—Sin saberlo, fuiste mi salvación —dijo Lug—. Reaccioné rápido, extendiendo mi esencia hacia el Tiamerin, fundiéndome con él. Lorcaster lo había modificado para que pudiera contener mi conciencia. Ahí fue donde me di cuenta de que no me había abandonado, de que había previsto mi escape, aunque no de forma física.
—¿Y Arundel?
—Para cuando comprendió lo que estaba sucediendo, fue tarde. Intentó seguirme, pero a mitad de camino, se volvió en dirección contraria, hacia el mundo artificial que había creado.
—¿Por qué?
—Creo que como yo había entrado al portal desde ese mundo, él pensó que yo estaba volviendo a él y que, por lo tanto, la salida hacia Sorventus era la contraria a la que yo había tomado.
—Tal vez Lorcaster confundió su mente —sugirió Dana.
—Tal vez —se encogió de hombros Lug—. Para cuando se dio cuenta de su error, yo ya estaba en Sorventus y Felisa había cerrado el portal para siempre. Del otro lado, el mundo de Arundel y su creador ya no existen.
—Todo este tiempo te tuve colgando del cuello, sobre mi pecho, sin saberlo… —musitó Dana.
—Sí —sonrió él—. Era un lugar agradable para estar. Intenté comunicarme contigo, pero ya no tenía la energía para iniciar ningún tipo de contacto. Esperaba que en algún momento alguien se diera cuenta…
—¡Qué estúpida fui! —se reprochó Dana—. En vez de tratar de usar el Tiamerin para contactarte a ti, me obsesioné con tratar de hablarle a Lorcaster, exigirle respuestas —le mostró Dana los numerosos cortes en su mano izquierda.
—No tenías forma de saberlo —la consoló Lug—, y después de las primeras horas en Sorventus, perdí el sentido, así que no estoy seguro de si hubiese podido contestarte incluso con un canal abierto por ti.
Lug tomó con cariño la mano lastimada de Dana entre las suyas. Cerró los ojos e intentó sanar las furiosas heridas rojas. Nada sucedió. Se concentró con más ahínco y trató de nuevo. Gotas de sudor brotaron de sus sienes por el esfuerzo, pero no consiguió resultado alguno. Siguió tratando empecinadamente hasta que se sintió mareado.
—Lug… —lo tomó ella del hombro con la otra mano—. Detente.
Él abrió los ojos y sonrió débilmente. Estaba más pálido que cuando había llegado a la tienda.
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Editado: 19.02.2021