La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA - CAPÍTULO 171

Liam se llevó una mano instintivamente a la cadera, en busca de su espada. Augusto percibió el gesto de su amigo de inmediato y levantó una mano hacia él.

—¿Liam? ¿Qué pasa? —inquirió Cormac a su lado en voz baja.

—¡Es Orsi! ¡El torturador de Stefan! —gruñó Liam entre dientes.

—Estoy seguro de que debe haber una explicación… —intentó sostenerlo Cormac.

Liam se soltó bruscamente de la mano de Cormac y alcanzó a desenvainar la espada de Lug hasta la mitad cuando una inesperada calma bañó su cuerpo y su mente, aflojando su voluntad hasta volverla de gelatina. Liam peleó contra la sensación de bienestar, volviéndose hacia Yanis, que lo miraba con ojos penetrantes. El odio que sentía se había apagado casi por completo, pero todavía quedaba en Liam la razón, y la razón le decía que estas emociones no eran de él. ¡Maldito Yanis! ¿Cómo se atrevía a obrar su magia sobre él? Liam particionó su mente, dejando una parte a merced de Yanis y conservando el resto para hacer lo que tenía que hacer.

—¿No fue ese mismo hombre el que te ayudó a escapar de la Torre Negra? —le dijo Irina al oído—. ¿No quieres darle el beneficio de la duda antes de clavarle esa espada en el cuello?

Liam detuvo su mano. Cuando estuvo envenenado, apenas consciente y agonizando, Orsi lo había cargado por las montañas de forma impertérrita, tratando de alimentarlo, tratando incluso de ofrecerle el antídoto que él había desdeñado imprudentemente. No recordaba bien lo que había pasado, pues la mayor parte del tiempo había estado delirando, pero en medio del estupor se había encontrado en una casa alejada en una aldea remota. Orsi lo había llevado con una mujer que lo había sanado. Orsi y la mujer planeaban entregarlo a alguien. Liam había escapado antes de conocer los detalles.

—Hombres como él no cambian, no tienen posibilidad de redención —respondió Liam a la sanadora.

—¿Lo dices por experiencia propia? —le retrucó ella sin saber que había tocado un nervio.

Liam MacNeal, drogadicto perdido, instrumento de su tío para torturar y asesinar. ¿Era él mejor que Orsi con sus escorpiones? Y, sin embargo, él había cambiado su vida, había encontrado la redención gracias a Lug, o eso quería creer.

Con los nudillos blancos por la presión sobre la empuñadura de la espada, Liam volvió a enfundar el arma lentamente, respiró hondo y dio un paso hacia atrás. Yanis liberó su mente, dejando que Liam terminara de calmarse por sí mismo. Augusto bajó su mano. A pesar de que, aparentemente, Liam había desistido de atacar a Orsi, el muchacho permaneció en alerta, con la mano casualmente apoyada en el pomo de la espada. Por el momento, Orsi viviría, pero solo por el momento.

Orsi abrió la puerta del carruaje. Del interior, descendió un hombre pequeño y delgado, que vestía una larga túnica blanca.

—Su eminencia, el embajador Torel —lo anunció Augusto.

Cormac y Pierre cruzaron una mirada desconcertada. ¿Embajador Torel?

—Su majestad —hizo una reverencia Torel.

A continuación, bajó una mujer regordeta con numerosos tatuajes, vestida con ostentosos tules azulados con arabescos dorados.

—Su presciencia, Riga, Adivinadora Real —la anunció Augusto.

¿Presciencia? ¿Qué clase de ridículo título era ese? ¿Y dónde diablos estaba Sabrina? Liam estuvo a punto de protestar, pero se quedó helado al verla bajar por fin. Con un largo vestido rojo con bordados dorados y exquisitos detalles en puntillas y tules semitransparentes, Sabrina se apeó con gran gracia y solemnidad. Sobre su cabeza, descansaba una fina tiara de plata con piedras preciosas, coronando sus largos y sedosos cabellos negros y sueltos, tan largos que le traspasaban la cintura. Un maquillaje suave resaltaba sus ojos y sus labios. No se parecía en nada a la chica testaruda vestida con pantalones de viaje, con el cabello trenzado y una ballesta colgada a la cintura que Liam había conocido.

—Sin palabras, ¿eh? —codeó Cormac a Liam, que miraba a la reina con la boca abierta de asombro.

Liam nunca la había visto así. Su hermosura opacaba a todos y a todo. De repente, se dio cuenta de que no importaba en absoluto lo que hubiese elegido para ponerse para recibirla, nada estaba a su altura. Liam mismo no estaba a su altura. Ella era una reina, una reina de verdad y él no era nadie.

—Su majestad, Sabrina Margaret Madeleine Eleonora Isabel de Tirso, reina de Marakar —la anunció Augusto con perfecta formalidad.

—Bienvenida, alteza —hizo una leve inclinación de cabeza Rinaldo.

—Gracias, su majestad —respondió ella con voz suave y delicada—. Es un honor y un privilegio ser recibida por el monarca más poderoso de Ingra —lo aduló desvergonzadamente—. Estoy segura de que esta visita será provechosa para ambas partes.

—De eso me ha convencido el Mago Mayor de Agrimar —respondió Rinaldo—, pero aun si ese no fuera el caso, su radiante belleza es motivo suficiente para enaltecer esta corte, que sin duda está deseosa de beber de su luminosa presencia todo el tiempo que su alteza decida oportuno quedarse en nuestra casa.

Liam miró de reojo a Rinaldo con el ceño fruncido. ¿El viejo rey estaba coqueteando con Sabrina? ¡Podría ser su padre! No sin cierta perturbación, Liam le dirigió una mirada interrogativa a Cormac, quien lo ignoró por completo, con los ojos clavados estoicamente al frente, como si no hubiese escuchado que un viejo libidinoso acababa de flirtear con su joven hija.




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