Orsi se puso de pie en su celda con un tintinear de cadenas. Sus muñecas y sus tobillos tenían grilletes de hierro. Liam lo observó en silencio del otro lado de los barrotes.
—Pensé en usar escorpiones —dijo Liam con el rostro serio.
—Debo advertirte que, a estas alturas, soy inmune a su veneno —respondió Orsi—, pero estoy seguro de que encontrarás otras formas efectivas de causarme dolor.
—¿No vas a rogar? ¿Defenderte?
—No tengo defensa —se encogió de hombros Orsi—. No tengo una historia triste como la que te contó Maxell sobre sí mismo. Yo nunca fui prisionero de Stefan. Él nunca tuvo que forzarme a nada.
Vaya, al parecer, la conversación entre Liam y Maxell no había sido tan privada como habían pensado. Orsi había estado escuchando. Liam se preguntó si Maxell lo sabía, si incluso lo había hecho adrede.
—¿Por qué me ayudaste a escapar, entonces? —cuestionó Liam al prisionero.
—Felisa me convenció. Me mostró otra vida, otras posibilidades, pero su persuasión no habría funcionado de no ser por ti. Tú fuiste diferente a todos los demás.
—No, no lo fui —meneó la cabeza Liam—. Volví corriendo a la Torre, como todos los demás. Volví a arrodillarme ante Stefan, a ser su esclavo.
—Eso no importa —respondió Orsi—. No importa que Stefan haya logrado quebrarte, no importa tampoco que hayas usado tu poder oculto para liberarte. Ni siquiera importa la capacidad de resistencia que mostraste en las sesiones. Hubo algo más, algo que no puedo explicar. Cuando torturas a alguien, es una relación muy íntima. Conoces cada gesto de tu víctima, los cambios en su respiración, su mirada. Puedes palpar su agitación interna, su miedo. Sabes hasta dónde ir, conoces cada reacción. Puedes incluso penetrar su mente de alguna forma, saber lo que está pensando, aun sin magia. Lo que yo vi en ti, Liam, lo que ni siquiera Stefan pudo ver, fue que traías una historia de dolor muy larga, aun antes de llegar a la Torre. Traías una historia de culpa y de redención. No conozco los detalles de esa historia, pero su esencia caló muy hondo en mí. De pronto, mi vida como era, mi profesión, perdió todo sentido, y, de alguna manera, vi en ti el reflejo de una posibilidad de un cambio de vida, de la largamente buscada redención. Y después… después conocí a Sabrina, tu Sabrina. Al principio, solo la observé de lejos, sin que ella se percatara de mi existencia. Luego, supe que mi perdón podía venir de la mano de ella, que, protegiéndola en este viaje, estaría devolviéndote algo de lo que te había quitado. Por eso rogué a Felisa que me asignara como su guardaespaldas, para asegurarme de devolverla a ti sana y salva.
—¿Piensas que con eso has logrado el derecho a mi perdón?
—No lo sé —respondió Orsi—. Eso es algo que tú debes decidir. Mi vida y mi muerte están en tus manos. Aceptaré lo que quieras hacer con ellas —extendió las manos Orsi en un gesto de apertura hasta donde las cadenas se lo permitieron.
Liam se mantuvo en silencio por un largo momento. Finalmente, dijo:
—No te quiero cerca de Sabrina ni de mí. Y la próxima vez que vea tu cara, te mataré —lo sentenció con un dedo en alto.
Orsi solo asintió, bajando la mirada al piso.
Después de eso, Liam solo se retiró, dejando a Orsi en su celda. Al subir por las escaleras hasta las galerías superiores, se encontró con Maxell, que sin duda se había quedado a esperarlo.
—Cuando Sabrina y yo estemos en Marakar, cuando todo esto haya terminado, libéralo —le dijo Liam a Maxell—. Pero adviértele que, si pone un pie en Marakar, es hombre muerto.
—Así se hará —aceptó Maxell con una inclinación de cabeza.
Liam aceleró el paso y se dirigió a sus habitaciones. Debía prepararse para su boda.
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Editado: 19.02.2021