La Reina de Obsidiana - Libro 8 de la Saga de Lug

PARTE XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA - CAPÍTULO 179

Encerraron a Liam en la habitación de Yanis, en la parte trasera del palacio, desde cuyas ventanas ni siquiera pudo ver partir a su esposa. Pasó horas tratando de encontrar la forma de escapar, pero las puertas estaban perfectamente trabadas y las ventanas tenían rejas protectoras. Maldijo una y mil veces su descuido. ¿Cómo es que no había visto venir esto? No, por supuesto que no lo había visto venir, nunca había imaginado que la traición vendría de parte de su adorada Sabrina. Estaba furioso con ella, y también con Augusto y Cormac por haber permitido que fuera separado de su amada una vez más. Pero ¿qué podían hacer ellos si era la propia Sabrina la que había dado las órdenes?

Después de muchas horas, cuando el sol ya había bajado, la puerta de su habitación se abrió y una sirvienta entró con un carrito cubierto con un delicado mantel y exquisitos manjares. Liam hizo un gesto de disgusto al darse cuenta de que la sirvienta no era tal: era Irina. No estaba de humor para hablar con esta mujer.

Los guardias apostados en la puerta de la habitación la cerraron con llave tras Irina.

—No tengo hambre —declaró Liam con tono agrio, caminando hacia la ventana e ignorando a la sanadora.

—Lo imaginé —respondió ella—. Es mejor así, no querrás cargar el estómago.

Liam se volvió hacia ella con desconcierto. Vio que la mujer había levantado el mantel y estaba sacando un morral de cuero y un manto de abrigo, ocultos en el carrito.

—¿Qué…? —abrió la boca, sin comprender.

—Esta habitación da a la parte trasera del palacio. Un caballo preparado te está esperando, oculto en los jardines. La oscuridad de la noche ayudará a que tu escape no sea descubierto. Si no los alcanzas por la Vía Vertis, harán una parada en Strudelsam para esperarte antes de cruzar la frontera —le entregó ella las cosas.

—¿De quién es este plan? ¿De Augusto?

—No, de Sabrina, por supuesto.

—No entiendo… —meneó la cabeza Liam—. ¿Por qué no me lo explicó? ¿Por qué me dejó creer que me había abandonado?

—Fue condición de Rinaldo que debías quedarte como garantía. Su determinación era tan fuerte que Yanis temió dañar su mente si trataba de cambiarla. Entonces, Sabrina diseñó este ardid para mantener al rey contento —explicó ella.

—Eso no responde a mi pregunta —objetó Liam—. ¿Por qué nadie me hizo partícipe de este plan?

Irina suspiró:

—Porque, según Sabrina, no habrías aceptado este plan ni en un millón de años. No habrías querido separarte de ella ni siquiera por unas horas. Estaba en lo cierto, ¿no es así?

Liam no contestó. ¡Por supuesto que Sabrina estaba en lo cierto!

—Ella pensó que, si te hacía creer que te había abandonado, estarías tremendamente furioso con ella.

—No se equivocó en eso tampoco —gruñó Liam por lo bajo.

—Y que entonces, cuando te enteraras de que solo sería por unas horas, tu enojo con ella se suavizaría y la perdonarías —continuó Irina.

—Bien jugado, Sabrina —murmuró Liam para sí—. Me manipuló mejor de lo que yo lo hubiese hecho —no pudo evitar sonreír con cierto orgullo.

—Me da la impresión de que ustedes dos son tal para cual —comentó Irina.

—Sin duda —confirmó él—. ¿Cómo vamos a hacer con los guardias que están afuera? —inquirió, colocándose el manto y colgándose el morral con provisiones al hombro.

Por toda respuesta, Irina caminó hasta un enorme cuadro con una escena rural que cubría una gran sección de una pared hasta el piso y lo corrió, descubriendo una puerta oculta.

—Esta habitación no fue elegida al azar —dijo Irina, abriendo la puerta para revelar un angosto pasillo.

—Ya veo.

—Este pasillo te llevará a las galerías de la planta baja y de allí a los jardines de la parte de atrás.

—¿Qué hay de Rinaldo? ¿Qué pasará cuando se entere de que me has ayudado a escapar?

—Seguiré simulando traerte comida todos los días. Eso mantendrá el ardid en pie el tiempo suficiente para que ustedes puedan desbancar a Zoltan. Para cuando eso suceda, tu ausencia ya no importará.

—Gracias, Irina —asintió Liam, atravesando la puerta secreta.

—Buena suerte —le deseó ella, volviendo a colocar el cuadro en su lugar.




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