—Acamparemos aquí —dio la orden Sabrina, montada en su caballo—. Si nos acercamos más, estaremos al alcance de las flechas de los arqueros apostados en las murallas.
—Organizaré el campamento —asintió Pierre, volviéndose hacia el destacamento de soldados, que estaba ahora bajo sus órdenes, dando las instrucciones pertinentes para que ayudaran a dividir a los aldeanos en distintos grupos.
—Liam, haz lo tuyo —pidió Sabrina a su esposo, montado junto a ella.
Liam asintió y desmontó, internándose entre la gente, recorriendo el improvisado campamento. No había tiendas que erigir, no tenían ese lujo. La gente solo extendía sus mantos sobre el suelo y se sentaba en grupos, comprobando sus armas, compartiendo las pocas vituallas con las que contaban.
Liam regresó media hora más tarde, y se sentó en el suelo, junto a Sabrina, Augusto, Cormac y Pierre, que formaban un pequeño grupo apartado de la muchedumbre y estudiaban un plano del palacio que Cormac había dibujado de memoria.
—¿Todo bien? —le preguntó Sabrina a su marido.
—Todo bien —confirmó Liam—. Te seguirán ciegamente.
—Nunca he entendido bien tu habilidad —comentó Cormac—. ¿No puedes influir en la mente de una persona determinada pero sí puedes hacerlo cuando hay miles de ellas?
—Las personas se comportan de manera diferente cuando están en grandes grupos —respondió Liam—. En general, pierden su individualidad y su autonomía y simplemente reaccionan como lo hace el grupo, siguiendo sus acciones sin cuestionarlas. Es como si se contagiaran del comportamiento de los demás sin tener la capacidad de discernir lo que están haciendo. Ese estado mental es el que yo puedo manipular, un estado irracional que no ofrece oposición, que está desesperado por encajar con el grupo, por seguirlo.
—¿Incluso a la muerte?
—Incluso a la muerte —afirmó Liam—. ¿Cómo crees que un capitán convence a sus soldados a entrar en combate? —miró de soslayo a Pierre, quién apartó la mirada sin decir nada.
—Es lo que hacen los políticos cuando manejan una multitud —comentó Augusto—. Y Liam es excelente para la política, siempre lo ha sido. Es natural que haya desarrollado su habilidad en torno a lo que ya sabía hacer sin poderes especiales.
—Entonces, ¿manejar a muchas personas es más fácil que manejar a una sola? —inquirió Cormac.
—Mucho más fácil. Ni siquiera se necesita un gran esfuerzo —contestó Liam—. Manipular un individuo aislado como lo hace Yanis, bueno, eso es totalmente diferente y se requiere una delicadeza y un poder de enfoque que no poseo.
—Ya veo —asintió Cormac.
—¿Cómo va el plan? —indicó Liam el plano.
—Bien —respondió Cormac—. Creo que si…
La explicación de Cormac se vio interrumpida por un soldado que venía corriendo desde el extremo del campamento:
—Señor… —se dirigió a Pierre, jadeante—. Creo que debe ver esto.
—¿Qué pasa?
—Las puertas de la muralla se han abierto —respondió el soldado—. Un jinete solitario se aproxima.
El grupo completo se puso de pie de inmediato. Cormac enrolló el plano y lo guardó entre sus ropas. Pierre sacó un catalejos y siguió al soldado, junto con los demás.
Pierre se apoyó el catalejos en el ojo:
—Trae un pañuelo blanco —dijo.
—¿Es Zoltan? —inquirió Liam con ansiedad.
—No —respondió Pierre.
—Dame eso —le arrebató Liam el catalejos—. Lleva un uniforme como el tuyo —observó Liam.
—Es de la Guardia Real.
—¿Lo conoces?
—Su nombre es Phillippe. Parece que, en mi ausencia, Zoltan lo ha nombrado capitán —comentó con tono amargo.
—¿Y qué esperabas, viejo? —replicó Liam—. ¿Que Zoltan guardara tu asiento calentito mientras tú andabas por Agrimar tratando de desbaratar sus planes?
—Esto significa que Zoltan sabe que Pierre está con nosotros —señaló Cormac.
—No te preocupes —le palmeó el hombro Liam a Pierre—. Sabrina te restituirá tu puesto en cuanto saquemos a Zoltan del medio.
—No es eso lo que me preocupa —murmuró Pierre para sí.
—Trae nuestros caballos —ordenó Sabrina al soldado que les había traído la noticia.
—Sí, su majestad —hizo una reverencia el hombre.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Liam a su mujer.
—Si Zoltan envió a uno de sus esbirros a parlamentar, lo escucharemos —dijo Sabrina.
—No me gusta —dijo Liam.
—Ni a mí —dijo Cormac.
—No te gusta porque subvierte tu plan —le retrucó Sabrina a Liam—, pero tal vez esta negociación nos facilite las cosas. Después de todo, tu plan es descabellado y peligroso.
—Pero efectivo, como todos mis planes —protestó Liam.
—Sea como sea, Sabrina tiene razón —dijo Augusto—. Tenemos que escuchar lo que quiere.
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Editado: 19.02.2021