Zoltan tamborileaba con sus dedos sobre el apoyabrazos del sólido trono con ansiedad cuando las puertas de la enorme sala se abrieron. Respiró hondo y detuvo toda señal de nerviosismo, haciendo un esfuerzo por mostrar una incólume calma. Largó el aire con un largo suspiro al ver que solo se trataba de Phillippe, quién se acercó a la tarima donde descansaba el trono con una espada envainada en la mano.
Zoltan hizo un gesto con la mano a los cuarenta soldados apostados entre las columnas para que bajaran las armas que habían aprontado al escuchar la puerta abrirse. Los dos guardias apostados a cada lado del trono bajaron sus espadas también.
—¿Dónde están? —inquirió Zoltan.
—Los tengo esperando afuera, en la galería —respondió Phillippe—. Me pareció que le gustaría ver primero esto, su majestad —le entregó la espada envainada—. La portaba el consorte. Es una espada extraña. Nunca había visto nada igual.
Zoltan desenvainó la espada y la observó con interés. Sus ojos se abrieron como platos al reconocerla de la pintura que Stefan les mostrara a él y a Nicodemus en Sorventus.
—Oh, por supuesto, ahora todo tiene sentido —murmuró Zoltan para sí—. Es increíble que no me haya dado cuenta antes, es tan obvio… —meneó la cabeza.
—¿Mi señor? —inquirió Phillippe sin comprender los comentarios del regente.
—Ya sé quién es ese maldito bastardo —contestó Zoltan—. Su nombre es Lug y se hace llamar Llave de los Mundos. También es lo suficientemente pomposo como para creerse el Señor de la Luz.
Sí, todo encajaba perfectamente. Stefan les había advertido de este poderoso nuevo adversario. Su idea había sido unir fuerzas para enfrentarlo, pero aparentemente, lo había encarado por su cuenta y había terminado muerto. La desaparición de Nicodemus también debía ser obra de este advenedizo y misterioso mago. Luego, Lug había manipulado a Sabrina para que se casara con él y así tener influencia sobre la profetizada Reina de Obsidiana. Para estas alturas, Lug debía tener poder sobre Istruna y Agrimar, usando a Yanis como títere. Zoltan era su último obstáculo, el cual había venido en persona a despachar.
Zoltan había estado tan obsesionado con aprovechar su oportunidad de dominar la totalidad de Ingra que había olvidado por completo a este enemigo escondido e insidioso que había ganado terreno en el continente de forma silenciosa. Mordecai… Mordecai lo había empujado a esta empresa para distraerlo, para que no pudiera ver las ocultas maniobras de Lug. ¡Cuando le pusiera las manos encima a ese adivinador imbécil…! ¡Lo despellejaría vivo!
Por un momento, Zoltan consideró colocar una barrera mágica con cristales para protegerse, pero tal barrera impediría también el uso de sus dagas para atacar a Lug. No, eso estaba descartado. Además, seguramente Stefan lo había intentado y las cosas no habían resultado bien para él. ¿Cómo había muerto Stefan? Oh, sí, ahora lo recordaba, uno de sus espías había dicho que aparentemente le habían clavado una espada en el cuello. Ahora que lo pensaba, su propio asesino a sueldo Silker había sido degollado. Sonaba como que Lug gustaba de cortar el cuello de sus víctimas. ¿Tendría acaso una habilidad parecida a la de Zoltan? En ese caso, tal vez Lug estaba indefenso sin su espada… No, no podía ser tan fácil, ¿o sí?
—Phillippe —llamó Zoltan al capitán de la Guardia Real—. ¿Tuviste problemas para obtener esta espada? ¿Fue entregada sin resistencia?
—Todos se resistieron a entregar sus armas —dijo Phillippe—, pero finalmente accedieron a hacerlo.
—¿Los revisaste bien? ¿No llevaban armas ocultas?
—No, su majestad.
Zoltan asintió con la cabeza, tomando su barbilla con la mano, pensativo.
—¿Te vio el consorte entrar aquí con esta espada? —inquirió Zoltan de pronto.
—Sí, su majestad.
—Entonces es eso —sonrió Zoltan, comprendiendo.
—¿Señor? —inquirió Phillippe ante el confuso comentario del regente.
—No necesita llevar la espada encima, solo necesita que esté en la misma habitación que él. Si está en mis manos, está peligrosamente cerca de mi cuello. Eso le viene mejor que llevarla en su cintura. Ese debió ser el error de Stefan —Zoltan hablaba más para sí que para Phillippe—. Dame tu espada —ordenó al guardia que estaba apostado a su derecha.
El guardia desprendió su cinto y entregó su arma sin protestar. Zoltan metió la espada del soldado en la vaina de la espada de Lug y luego enfundó la de Lug en la vaina de la del soldado.
—Escóndela bien en un lugar cerrado con llave —entregó la espada de Lug al soldado. Apoyó la otra al lado del trono, ocultando la empuñadura con parte de su manto y dejando ver solo la vaina.
El guardia hizo una reverencia y tomó la espada, dirigiéndose a la puerta principal del salón del trono.
—No, no por ahí, imbécil —le gritó Zoltan—. La idea es que el consorte no te vea sacándola de aquí. Usa la puerta trasera, la que lleva a mis aposentos.
El soldado hizo otra profunda reverencia y cambió de dirección al instante, dirigiéndose a la puerta indicada.
—Y que tengan al prisionero listo —señaló Zoltan cuando el guardia estaba a punto de cruzar la puerta.
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Editado: 19.02.2021